Por Marcial Báez
Para estar mejor documentados citaremos a los estudiosos de la misma, los cuales afirman que: “La tercera palabra de Jesús en la cruz está escrita en el evangelio según San Juan. El autor del cuarto evangelio se ha servido de algunos patrones literarios, presentes en la primera Alianza, para contemplar a María, como el nuevo rostro del amor. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a María con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de la cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu madre» (Jn 19, 26-27). Con esta expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también es la madre de los redimidos, de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo.
Y así se lo muestra: Mujer, ahí tienes a tu hijo, señalando al discípulo que más se mostró leal, el discípulo amado, el que tanto quería, sin más miramientos, así era nombrado por el evangelista, ese discípulo fue el heredero de la identidad de la filiación, representa la transfiliación otorgada en el sacrificio de la cruz, que es avalada por una maternidad universal. La soledad del sacrificio en la profundidad del dolor, es transformada desde el amor, en comunidad nueva, con vida nueva. Una nueva misión tiene el amor de su madre, una nueva misión el amor de su amigo, y discípulo.
El fenecido Sumo Pontífice Juan Pablo II en su carta Apostólica Mulieris Dignitatem, sobre la Dignidad y la Vocación de la mujer, reafirma estas consideraciones cuando expresa que:
Para estar mejor documentados citaremos a los estudiosos de la misma, los cuales afirman que: “La tercera palabra de Jesús en la cruz está escrita en el evangelio según San Juan. El autor del cuarto evangelio se ha servido de algunos patrones literarios, presentes en la primera Alianza, para contemplar a María, como el nuevo rostro del amor. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a María con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de la cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu madre» (Jn 19, 26-27). Con esta expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también es la madre de los redimidos, de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo.
Y así se lo muestra: Mujer, ahí tienes a tu hijo, señalando al discípulo que más se mostró leal, el discípulo amado, el que tanto quería, sin más miramientos, así era nombrado por el evangelista, ese discípulo fue el heredero de la identidad de la filiación, representa la transfiliación otorgada en el sacrificio de la cruz, que es avalada por una maternidad universal. La soledad del sacrificio en la profundidad del dolor, es transformada desde el amor, en comunidad nueva, con vida nueva. Una nueva misión tiene el amor de su madre, una nueva misión el amor de su amigo, y discípulo.
El fenecido Sumo Pontífice Juan Pablo II en su carta Apostólica Mulieris Dignitatem, sobre la Dignidad y la Vocación de la mujer, reafirma estas consideraciones cuando expresa que:
“En el momento de la prueba definitiva y decisiva para toda la misión mesiánica de Jesús de Nazaret, a los pies de la Cruz estaban en primer lugar las mujeres. De los apóstoles sólo Juan permaneció fiel; las mujeres eran muchas. Como podemos ver, en esta que fue la prueba más dura de la fe y de la fidelidad las mujeres se mostraron más fuertes que los apóstoles; en los momentos de peligro aquellas que “aman mucho” logran vencer el miedo.
La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer-sobre todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación.
La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres “perfectas” y por las mujeres “débiles”.
Estamos de acuerdo con las sabias palabras del Santo Padre, pero más que dar gracias, hoy, en nuestro país la realidad que nos golpea dolorosamente en múltiples frentes, sobre todo en el caso de la mujer dominicana que es la que más está siendo embestida por la ignorancia, el salvajismo en su dignidad de mujer, virgen y madre cuando es asesinada, golpeada, violada y acosada sexualmente ( el menos publicitado), es la de que todos: nuestra Iglesia Católica, los Cristianos Evangélicos, los Medios de Comunicación, las Universidades, las Juntas de Vecinos, El Gobierno, Los Legisladores, el Poder Judicial, debemos cooperar para realizar una campaña a nivel nacional con ahínco, “sensibilizando, concientizando, informando y orientando a las comunidades sobre la identificación de estos problemas, sus consecuencias y formas de solución, tendiendo al mejoramiento de la calidad de vida de las víctimas, de su familia y de la población en sentido general”.
Y es que las estadísticas de la violencia intrafamiliar son, no alarmantes, sino espeluznantes: “treinta y cuatro mujeres han sido asesinadas en el país en poco más de un mes y medio que lleva el año 2009, lo que proyecta un aumento de los feminicidios con relación a años anteriores en los que las estadísticas arrojan un promedio de 200 víctimas anuales por esta causa”.
Retomando el tema de la denuncia, de la cooperación y de la prevención a los temas mencionados, si lo llevamos a feliz término, el significado más alto de la tercera palabra, de Jesús, “al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de la salvación”, siendo también mujer, convertido en estandarte, redundará como beneficio en la valorización de la féminas en un espacio de sanidad para que “puedan encontrarse así mismas y en este misterio hallen su vocación suprema”.
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