Antes del comienzo
Empecé a edificar El
tirano del Prado como una casa modesta de tablas de palma. Al principio, las
imágenes de los acontecimientos acaecidos eran la única materia prima. Pero me
encontré con la dificultad de que, para fijar las tablas a los puntales de madera,
necesitaba clavos, es decir, palabras.
Cuando terminé el
entablado documental de mi rancho, lo teché de canas, sin saber que en la
lengua arahuaca «cana» significa palabra. Finalmente, en la parte frontal de mi
casita, sembré algunas flores, porque estas, como la poesía, suelen embellecer
el entorno. Es notorio que en literatura no puedo comunicar solo con imágenes,
que los vocablos son fundamentales para unir los materiales con los que se
construye cualquier obra.
El tirano del Prado, mi
casa de tablas de palma se levanta a partir de dos planos: 1-Histórico, y
2-Literario. En el primero, los historiadores, quienes me suministraron materia
prima: José Gabriel García, Emilio Rodríguez Demorizi, Víctor Garrido, Ramón
Lugo Lovatón, Jean Price Mars, y Frank Moya Pons, entre otros. En el segundo,
aquellos escritores que me proveyeron de materia creativa: Honoré de Balzac,
con su obra Papá Goriot, León Tolstoi: Guerra y paz, Leopoldo Alas -Clarin- La
Regenta, Victor Hugo: Los miserables, y Stefan Zweig: Fouché, el genio
tenebroso. Todos ellos influye-ron en mi pensamiento para yo entablar la obra.
Reconozco y agradezco profundamente al Archivo
General de la Nación y a las bibliotecas públicas y particulares, que me
brindaron el soporte bibliográfico para erigir esta novela. Mi deseo sincero
es: que no mueran las imágenes ni las palabras. Más los lectores tienen la
libertad de olvidar, si es que pesan mucho las palabras de la novela, y de
recordar algunos de sus cuadros visuales, que no corren el riesgo de las
palabras, que fácilmente se las lleva el viento.
Otros podrán filmar la película,
la telenovela o el documental de la historia; así los hechos no serán batidos
por la brisa de la memoria. Porque bastará con tener un celular en las manos,
para que aparezcan las escenas dolorosas y/o alegres del pasado, que jamás se
borrarán. Y si algo no se olvida, permanece para siempre. Se podrá decir
entonces con expresiones de novela: la historia dominicana vive.
He edificado el texto
narrativo con los principales acontecimientos de los primeros veinte años de
vida de República Dominicana (1844-1864). Este tramo del pasado es esencial en
nuestro devenir. pues al decir de Alexis Tocqueville, en su libro La democracia
en América: «Es básico conocer el punto de partida de una nación, para poder
entender sus costumbres, hábitos, causas de sus prejuicios y de sus pasiones...
La influencia ejercida por el punto de partida tiene una importancia
extraordinaria sobre el porvenir de los estados».
En otro orden,
inspiraron mi novela, los versos de los poetas dominicanos Franklin Mieses
Burgos y Manuel del Cabral. Franklin, al decir: «El machete no es solo en
nuestras duras manos un hierro de labranza para cavar la tierra pequeña del
conuco/sino que muchas veces se ha convertido en pluma para escribir la historia».
Y Manuel, cuando afirma: «Pero Compadre Mon, tú tal vez no presentiste que yo
picaría sobre tu sepulcro/. Mi oficio ha sido ese/desenterrar un poco de la
Patria». Y así sucedió. Con el machete convertido en teclado pude -como
sepulturero- desenterrar los gloriosos huesos olvidados de la patria, para que
las imágenes de sus excelsas acciones no se las lleven los vientos, aunque
soplen desde El Prado, nombre propio del espacio geográfico donde transcurre
gran parte de las acciones, y en cuya grafía hemos suprimido el artículo El del
lenguaje formal, por Del Prado, procurando un estilo más coloquial.
La verdad en la
historia dominicana se percibe como ficción, porque es difícil entender que los
acontecimientos sean ciertos. Uno se niega a creer que una mujer como María
Trinidad Sánchez, pueda ser fusilada el día del primer aniversario de la
Independencia. ¡Eso es
mentiral, exclamaría alguien.
Como también pudieron
morir en el paredón otros héroes. Por eso, ante lo acontecido, nace la
sensación de que las acciones son falsas, de que los episodios son novelas. O
una simple recreación del pensamiento. Y en el mejor de los casos, mitología y
nada más.
No obstante, esos
sucesos sorprendentes fueron reales, existieron. A esos hechos llamo: «La
novela de la Historia».
Así es la vida, una
extraña mezcla de sentimientos y contingencias, en la que no se logra apreciar
cabalmente, si lo vivido es una novela o si la novela es lo vivido. La
historia, como la gran suma de lo existencial, es igualmente de esa forma.
Es evidente que casi
todas las historias de los pueblos de la región, aunque sus hechos son diferentes,
tienen puntos convergentes. Quizás porque los humanos conformamos un único
modelo de comportamiento muy semejante, aunque cambien los tiempos. Los tiranos
que gobernaron en muchos países latinoamericanos parecen ramas del mismo árbol
que caracteriza el caudiIlismo y la carencia de instituciones sólidas.
Nuestra historia,
convertida en novela, tiene valor universal.
Por lo tanto, cuando se
escribe «dominicano se puede leer latinoamericano, y en una visión más amplia,
«humano». En ese sentido ya lo expresó el genio de Honoré de Balzac: «Parece
que la historia de todos los hombres no será más que una novela».
El tirano del Prado más
que la historia hecha novela, es la novela hecha de la historia. Una
inquietante chispa que despierta en nuestro interior, las ansias de conocer los
detalles y secretos del pasado que otros se han callado.
RAMÓN MESA/ Editor.
El drama y la
profundidad con que el autor narra hechos como el fusilamiento de María
Trinidad Sánchez, Antonio Duvergé y Francisco del Rosario Sánchez, eleva la
historia a nivel de las grandes epopeyas. La ficción le permite a Leonel
Martínez vislumbrar dos caras de una misma moneda: Pedro Santana. El tirano del
Prado es una novela en la que se pone de relieve no solo a un gran conocedor de
la historia patria, sino también, a un narrador de fuste, que la crítica habrá
de ponderar en su justa dimensión.
LEONEL MARTĺNEZ
El autor es oriundo de
la comunidad de Sainaguá, San Cristóbal, República Dominicana. Doctor en
Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, (UASD). Ha estado ligado
por más de 50 años al movimiento clubístico y cultural desde la Fundación Sol
Naciente. A comienzo de los años 80 se desempeñó como profesor del Colegio Max
Henríquez Ureña de San Cristóbal, en materias como: Historia Universal,
Historia de América e Historia Dominicana. Desarrolló funciones en el Servicio
Exterior como cónsul de República Dominicana en Cabo Haitiano, Haití.
También ha sido docente
de la Universidad Central del Este (UCE) y trabajó en el Departamento de
Educación Permanente de la Universidad de la Tercera Edad (UTE). Ha ejercido el
periodismo de manera empírica y en ese ámbito ha publicado centenares de
artículos en medios impresos y digitales. En la comunicación radial ha
participado en el programa La Opción de la Mañana, del Grupo Tele-micro.
Trabajó en la revista Rumbo, y fue director del componente de comunicación del
Programa de Apoyo a la Reforma y Modernización del Estado (PARME), un proyecto
de la Unión Europa y el Gobierno Dominicano. Sus amigos más cercanos lo definen
como un Filósofo de la Cotidianidad, por sus capacidades de explicar en
profundidad detalles del diario vivir. Ha sido colaborador del programa
televisivo, Objetivo 5, del periodista Geraldino González, para el cual produjo
por más de 9 años Cápsulas Culturales. Se ha desempeñado como conferencista y
charlista en diversas instituciones. Es autor de los libros Personajes
universales y Escritores en extremo (2018). Productor del programa de You Tube,
"Aprendiendo con el Dr. Leonel Martínez".
EL TIRANO DEL PRADO/ Leonel Martínez. FLAM
Editores. 311 páginas. Contactos:809-703-3812/ 809-961-6513/809-863-7034. flameditores
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