martes, 23 de julio de 2013

EL HOMBRE, LA PIEDRA, LA PLANTA Y EL ANIMAL




José Ortega y Gasset

La piedra, la planta, el animal cuando empiezan a ser son ya lo que pueden ser, el hombre, en cambio, cuando empieza a existir no trae prefijado o impuesto lo que va a ser, sino que, por el contrario, trae prefijada e impuesta la libertad para elegir lo que va a hacer dentro de un amplio horizonte de posibilidades. Le es dado, pues, el poder de elegir, pero no le es dado el poder no elegir. Quiera o no, está comprometido en cada momento a resolverse a hacer esto o aquello, a poner la vida en algo determinado. De donde resulta que esa libertad para elegir, que es un privilegio en el universo de los seres, tiene a la vez el carácter de condenación y trágico destino, pues al estar condenado a tener que elegir su propio ser está también condenado a hacerse responsable de ese su propio ser, responsable, por tanto, ante sí  mismo, cosa que no acontece con la piedra, la planta ni el animal que son lo que son inocentemente, con una envidiable irresponsabilidad. Merced a esta condición resulta ser el hombre esa extraña criatura que va por el mundo llevando siempre dentro un reo y un juez, los cuales ambos son el mismo. De aquí que el acto más íntimo  y a la vez más sustanciosamente solemne de nuestra vida es aquél por el cual nos dedicamos a algo, y no es mero azar que no denominemos esa acción con el vocablo “dedicar”, que es un término religioso de la lengua latina. La dicatio o dedicatio era el acto solemne en que la ciudad, representada por sus magistrados, declaraba destinar un edificio al culto de un dios; por tanto, a hacerle sagrado o consagrado. Y, en efecto, decimos indiferentemente de alguien que se dedicó o consagró su vida a tal o cual oficio y ocupación. Noten como ha bastado rozar este punto de la condición humana para que fluyan por sí mismo a nuestros labios y oídos los vocablos más religiosos: dedicación, consagración, destino. Noten al propio tiempo como esos vocablos han perdido  en la lengua usual su resonancia patética, trascendente, y perpetúan, prolongan, ya trivializada, su existencia verbal. Esta coexistencia inmediata entre la trascendencia y la trivialidad va a sorprendernos una y otra vez al volver la esquina de todos los asuntos humanos.


“Una interpretación de la historia universal”. Obras completas. Madrid. 1983.

PALABRAS AL VIENTO

Ligia Minaya

Denver, Colorado

Se dicen palabras al viento que si uno las toma de la mano, se interpretan de otra forma y se da cuenta que los corruptos son ladrones.

La interpretación de las palabras es algo que lleva a creer que las cosas que se dicen son de una buena manera o de manera contraria. Por ejemplo, felicidad, es algo que significa alegría, bienestar, bonanza, goce, júbilo, satisfacción y muchas cosas buenas que nos pasan en la vida. Sin embargo, algunos creen que la felicidad es eterna, perenne, para siempre, y no es así. La vida tiene tan solo unos momentitos de felicidad que hay que saber disfrutar aunque ocurran solo por un minuto. Si te encuentras con esa amiga que hace años no veía, que tu nieto o tu hijo tengan buenas notas en la escuela, que tu salud esté buena o haya mejorado, eso es ser feliz. Y hay que saberlo apreciar, gozarlo, sonreír, recordarlo por siempre y para siempre.

Pero existen palabras que llevan al dolor, al arrepentimiento, según salgan de la boca de quien las dice. Sobre todo en boca de los abogados, de los fiscales, de los jueces. Las leyes han sido promulgadas y traen un marco que, como una fortaleza, encierra lo que es un delito, un robo, un crimen, un asalto, la corrupción y otras tantas cosas más. Pero la vida de los seres humanos cambia de un momento a otro. Lo que ayer era delito hoy se dice de otro modo. La corrupción no tiene los matices ni las forma de un robo. El corrupto no roba un carro, un celular, ni asalta a un comerciante. Los corruptos se meten el dinero ajeno en el bolsillo y no es un robo ¿y entonces? ¿No se han apoderado de lo que no es suyo? No, la ley los disfraza con trajes de elegancia, con casas enormes y bonitas, con carros preciosos y muy caros y millones de pesos y dólares. Sin embargo, aún se sometan a la justicia, a los que les toca buscar pruebas para meterlos a la cárcel, se las ingenian para darle interpretación a su manera.

Se dicen palabras al viento que si uno las toma de la mano, se interpretan de otra forma y se da cuenta que los corruptos son ladrones. Dice el refrán que todo es según el cristal con que se mira. Por eso, unos miran los hechos desde un punto y otros lo miran desde otro. Y así van las cosas en la vida. Basta buscar un buen abogado que sepa poner las palabras con notas y colores "adecuados", para que aquel que comete un crimen o un delito sea declarado "no culpable". Aún así, les toca a los jueces y a los fiscales ver cada cosa del tamaño que en verdad tiene. Por eso, hablar en público puede llevar a una buena o mal interpretación. Si te dicen ven, depende para donde vayas. Si te dicen vete, sabrá Dios para qué te lo dicen. Y el tono con que se habla es para subrayar cada palabra.

Con los políticos pasa igual. Dicen y no dicen. Escuchan y no comentan. Insultan y dicen "donde dije digo, dije Diego". Si les conviene aprueban. Si no les conviene, interpretan de otra forma. Muchas veces se quedan callados y miran para otro lado. Entonces, quizás sea bueno, que nosotros los que no somos de una cosa ni de otra, solo ciudadanos que queremos lo mejor para nuestro país, al escuchar lo que dicen, pongamos las palabras a remojar en agua de sal y con una gotitas de limón.


Diariolibre.Com. SAUDADES|06 jul 2013

LA TRAMPA DE LA INTELIGENCIA




Edward de Bono

La gente muy inteligente puede resultar un fiasco para pensar. Pueden necesitar tanto más entrenamiento que otra gente en las técnicas del pensamiento. Esto es casi lo contrario del tópico que dice que las personas muy inteligentes automáticamente saben pensar. Esto es lo que llamamos (en el Cognitive Research Trust), “la trampa de la inteligencia”, que tiene muchos componentes de los cuales mencionaré algunos: los hay sociológicos, operativos e incluso físicos.

1. Una persona muy inteligente puede construir un argumento correcto y racional para justificar virtualmente cualquier puto de vista. Cuando más coherente es este soporte, menos se ve y menos se necesita explotar la situación. Una persona así puede quedar prisionera de sus propios puntos de vista precisamente por su capacidad para elaborarlos.

2. En la escuela y después, la facilidad de palabra a menudos e confunde con la profundidad. Cualquier persona inteligente que se lo crea caerá en la tentación de hablar mucho sin decir nada.

3. El ego, la imagen del yo y el status de una persona inteligente, se basan a menudo en esa clase de inteligencia, de allí deriva la necesidad de tener siempre la razón y de ser listo y ortodoxo.

4. El uso critico de la inteligencia siempre da una satisfacción más inmediata que el uso constructivo.

Al demostrar que otro esta equivocado unos e siente vencedor  y superior. Estar de acuerdo con otro te hace parecer superfluo y subordinado. Proponer una idea le deja a uno a merced de aquellos de quienes depende la evolución de la misma. Así es como muchas mentes brillantes quedan atrapadas en esa modalidad negativa (porque es muy atractiva).

5. Las personas muy inteligentes, parecen preferir con frecuencia la certidumbre del pensamiento reactivo (resolviendo crucigramas y cosas por el estilo). Lo que hacen es reaccionar frente a un montón de datos que se les entregan. En vez de pensar, clasifican. A esto se le lama el “efecto Everest”, ya que si las montañas existen es para que alguien trepe por ellas. En el pensamiento proyectivo, la persona que piensa tiene forma expansiva y especulativa. Por inclinación natural o por educación, las personas muy inteligentes parecen preferir la forma de pensar  reactiva. En la vida real suele ser  más necesario el pensamiento proyectivo.

6. La pura velocidad física de la mente muy inteligente la conduce a saltar a conclusiones partiendo de unas pocas señales. Lamente más lenta tiene que esperar más, examinar más señales, y puede llegar a una conclusión más apropiada.

7. Aparentemente, las personas muy inteligentes prefieren-tal vez por estímulos externos- darles más valor a la habilidad que a la sabiduría. Tal vez sea porque la habilidad es más fácil de demostrar, y es también porque depende menos de la experiencia (y esa es la razón por la cual es frecuente que los físicos y los matemáticos hagan sus contribuciones “geniales” a una edad temprana).

La trampa de la inteligencia tiene otros aspectos. No todas las personas muy inteligentes caen en esa trampa. Pueden evitarla por casualidad, por educación o mediante un esfuerzo consciente. No obstante, el peligro continúa existiendo. Y el peligro nos advierte de que no aceptemos la suposición automática de que una inteligencia elevada significa un pensamiento eficaz.


En mi opinión, se produce un trágico desperdicio de cerebros brillantes debido a que nos negamos a considerar que el pensamiento es una técnica que puede mejorarse con entrenamiento adecuado.

Aprender a pensar. Barcelona. 1993.