sábado, 21 de marzo de 2020

CARTAS DE MUJERES / JACINTO BENAVENTE / Fragmentos




¿Quién  no ha tenido alguna vez su vida entera pendiente de una carta? ¿Para quién no ha sido el cartero, con su uniforme de empleado oficial, simbólico instrumento del fatum trágico, ciego e inevitable? En un paquete de cartas puede simbolizarse nuestra existencia. Llega el correo cada día, y al distribuir de sus cartas, cerradas como el libro de los destinos, distribuye las penas y alegrías de cada una. En pliego grande, azul, cuadriculado, nos trae la carta de negocios; lacónica como parte telegráfico o minuciosa como inventario. La leemos con detenimiento; es la obligación penosa de la vida, la lucha diaria por la existencia. Vienen también otras cartas, del pariente que nos hace un encargo, del amigo que nos saluda o cumple otro deber de cortesía… la recomendación, la enhorabuena, el pésame, formulas, aplicadas a la ocasión y al dia, la vida ordinaria repartida entre afectos, deberes, obligaciones y molestia; pensión de la vida social que se paga y se cobra en la moneda corriente de cortes indiferencia. Pero un día el corazón, que adelanta al reloj, salta de impaciencia en el pecho. Esperamos al cartero en el balcón y salimos, al verle llegar a la escalera, para coger una carta en propia mano. Una carta que se acaricia, se respira, porque trae el ambiente de un aliento que es vida de nuestra vida. Los dedos tiemblan al despegar cuidadosos el sobre, porque unos labios adorados pasaron por él al cerrarle. ¡Cartas que aprendemos de memoria, de las cuales guardamos hasta el sobre, porque cada letra es un pensamiento, una caricia, un reflejo ideal del amado ausente! ¡Día funesto cuando es preciso devolverlas o destruirlas! Muy triste si el alma se nubla de tristeza. Más triste si helado el llanto en un alma fría lo vemos con mortal indiferencia. Al destruir una correspondencia amorosa, algo de dos almas se destruye y muere con ella. ¿Qué fue mentira todo? No. El amor que miente por mentir no es amor: sus cartas dictadas por cálculo o conveniencia, son cartas de negocio, nada tienen que ver con el amor; no hablamos de ellas. El amor verdadero escribe verdad siempre. Pero no se quien dijo que el amor no miente, exagera, y en amor más que en nada las verdades de hoy son mentiras mañana. No exageréis, pues, la verdad en vuestras cartas amorosas, y si queréis oír un buen consejo, escribid lo menos posible, ya que, según dice un experto antes citado, “en amor es preferible recibir un beso de más por diez cartas de menos”. Y añade: “Las mujeres escriben muy bien las cartas de amor, pero todas juntas no valen lo que una mirada, una sonrisa, un suspiros suyos”. Si escribiesen menos cartas, ¡Cuántos remordimientos, cuantas desilusiones menos! ¡Cuanta mayor felicidad! La tinta es uno delos peores venenos del amor. Aceptad el consejo, desinteresado porque es de un hombre; otro, de quien fue ocupación y delicia andar a caza, furtiva casi siempre, de manuscritos vuestros, lo repite.

¿Quién  no ha tenido alguna vez su vida entera pendiente de una carta? ¿Para quién no ha sido el cartero, con su uniforme de empleado oficial, simbólico instrumento del fatum trágico, ciego e inevitable? En un paquete de cartas puede simbolizarse nuestra existencia. Llega el correo cada día, y al distribuir de sus cartas, cerradas como el libro de los destinos, distribuye las penas y alegrías de cada una. En pliego grande, azul, cuadriculado, nos trae la carta de negocios; lacónica como parte telegráfico o minuciosa como inventario. La leemos con detenimiento; es la obligación penosa de la vida, la lucha diaria por la existencia. Vienen también otras cartas, del pariente que nos hace un encargo, del amigo que nos saluda o cumple otro deber de cortesía… la recomendación, la enhorabuena, el pésame, formulas, aplicadas a la ocasión y al dia, la vida ordinaria repartida entre afectos, deberes, obligaciones y molestia; pensión de la vida social que se paga y se cobra en la moneda corriente de cortes indiferencia. Pero un día el corazón, que adelanta al reloj, salta de impaciencia en el pecho. Esperamos al cartero en el balcón y salimos, al verle llegar a la escalera, para coger una carta en propia mano. Una carta que se acaricia, se respira, porque trae el ambiente de un aliento que es vida de nuestra vida. Los dedos tiemblan al despegar cuidadosos el sobre, porque unos labios adorados pasaron por él al cerrarle. ¡Cartas que aprendemos de memoria, de las cuales guardamos hasta el sobre, porque cada letra es un pensamiento, una caricia, un reflejo ideal del amado ausente! ¡Día funesto cuando es preciso devolverlas o destruirlas! Muy triste si el alma se nubla de tristeza. Más triste si helado el llanto en un alma fría lo vemos con mortal indiferencia. Al destruir una correspondencia amorosa, algo de dos almas se destruye y muere con ella. ¿Qué fue mentira todo? No. El amor que miente por mentir no es amor: sus cartas dictadas por cálculo o conveniencia, son cartas de negocio, nada tienen que ver con el amor; no hablamos de ellas. El amor verdadero escribe verdad siempre. Pero no se quien dijo que el amor no miente, exagera, y en amor más que en nada las verdades de hoy son mentiras mañana. No exageréis, pues, la verdad en vuestras cartas amorosas, y si queréis oír un buen consejo, escribid lo menos posible, ya que, según dice un experto antes citado, “en amor es preferible recibir un beso de más por diez cartas de menos”. Y añade: “Las mujeres escriben muy bien las cartas de amor, pero todas juntas no valen lo que una mirada, una sonrisa, un suspiros suyos”. Si escribiesen menos cartas, ¡Cuántos remordimientos, cuantas desilusiones menos! ¡Cuanta mayor felicidad! La tinta es uno delos peores venenos del amor. Aceptad el consejo, desinteresado porque es de un hombre; otro, de quien fue ocupación y delicia andar a caza, furtiva casi siempre, de manuscritos vuestros, lo repite.





MARIPOSAS BLANCAS / Pedacitos de Carta.
 Fragmentos.

¡Tú primer amor!… ¡No lo creo! A tu edad sería ridículo que yo fuese tu primer amor.

Acércate esas violetas a la boca y te darán muchos besos de tu…

Cuando escribes incomodado, ¡haces una letra!... De tu carta de ayer no pude entender nada. Escribe más despacio; la letra resulta mejor… y el espíritu.

No te avisé la hora de misa porque me ha regañado el confesor. Dice que vamos a la iglesia, no a oír, sino a ver oír misa, y es ofensa a Dios. Yo le hice el cargo de que los hombres sois tan irreligiosos, que si no es por la golosina de vernos no ponéis los pies en la iglesia y menos oiríais misa y algo es algo. Creo que ha de reconocerlo así, y el domingo que viene se conciliará todo. El domingo pasado parecería la iglesia un hospital, y los que más tosíamos éramos los jóvenes. Así dice el confesor; ¡Qué juventud!.

Luisa se casa, Pepita se casa, todos se casan… ¡Menos nosotros!

Si te quedaras pobre y no me dejaran casar contigo, entraría en un convento. Ya lo tengo pensado.

Ya sabes que tengo más voluntad que la tuya; por eso mismo, la tuya debe ser no contrariarme nunca.

Gracias por mis cartas. Ya sabía yo que eres un caballero. !Que nos hemos querido mucho! ¿Quién lo duda? ¿Qué sientes verme casada? Vamos a cuentas. ¿Pensabas tu casarte conmigo? Y aunque lo pensaras. No eres tú de la madera de los buenos maridos. Hubiéramos sido muy desgraciados. Puedes quedarte con el retrato de mascara. Así como así, en el que estoy más parecida.

¿Dices que me quieres tanto como yo a ti? Demasiado sé que me quieres muy poco.

No es que me parezca mal el regalo sino el modo de hacerlo. El billete prendido en un ramo de flores hubiera sido una delicadeza; mandado en un sobre fue una grosería; pero hay pocos hombres que sepan poetizar esas miseria.

Te agradezco mucho; pero otra vez no andes con tolerancias: las flores se marchitan en seguida y cuestan un sentido.