Por Soraya Lara de Mármol, M.A.
Pregunta de la lectora: Soy una mujer que cree en Dios. Cuando tengo problemas se los presento al Señor y espero confiada en su respuesta. ¿Cree usted que ser creyente es un impedimento para ir a la terapia?
Respuesta de la terapeuta: Desde mi punto de vista no. Soy respetuosa del sistema de creencias de las personas, siempre y cuando no represente un peligro para la persona misma o para otras.
Lo importante es que su terapeuta sea una persona considerada con su creencia y pueda entender su situación sin criticar su fe religiosa.
La persona cristiana tiene como práctica lecturas permanentes de la Biblia y otros escritores cristianos que le presentan alternativas diferentes para enfrentar las dificultades. Invitan mucho al crecimiento en la fe y ética relacional. Hacer el bien, dar sin esperar nada a cambio.
La creencia cristiana promueve llevar una vida sana, sin hábitos tóxicos. Los verdaderos cristianos tienden a relacionarse con personas con las que profesan la misma creencia, lo que permite crear redes de apoyo. Estas sirven para socializar, orar, ayunar por el bien de su hermano en Cristo. Esto tiene un efecto terapéutico que ayuda a disminuir la angustia, la depresión y desesperanza.
El problema podría residir en que se utilice la religión como una conducta de evitación, de negación o justificación de un problema que es evidente, traumático, doloroso y que pone en riesgo la integridad física o psicológica de la persona.
Los cristianos recurren mucho a orar y repetir versículos dirigidos a la problemática y declarar en voz alta la definición de fe como “Certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve”.
Muchas de las declaraciones y ritos religiosos tienen un resultado parecido al de la terapia cognitiva en la que se sustituyen los pensamientos negativos por los positivos, confiados que así ocurrirá, que el mal desaparecerá porque son los designios de Dios. Si se actúa conforme esta creencia, se convierte en profecía autocumplida.
Esperar en Dios, orar, ayunar, es una práctica que pone en manos de Dios su anhelo. Así, queda libre de tensiones del problema. En consecuencia, viene la calma, permitiendo que las personas vean con más claridad el problema, disfrutando de un espacio para el buen discernimiento y solución de la situación.
La persona que posee este recurso espiritual tiene más probabilidad de resolver el problema con mayor éxito.
HOY DIGITAL. 5 de abril de 2009. Santo Domingo. R. D.
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