Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde (nombre completo) nació el 16 de octubre, de 1854, en Dublín, Irlanda, en el seno de una familia protestante irlandesa y murió en París, 30 de noviembre de 1900.
Fue el segundo de los tres hijos que tuvieron el médico Sir Williams Robert Wills Wilde y su esposa Jane Francesca Elgee. Oscar fue educado en casa hasta los nueve años. En 1864 ingresó en la Portora Royal School de Enniskillen, en el condado de Fermanagh (Irlanda), donde estudió hasta 1871. Durante esta etapa falleció su hermana Isola. Esta muerte prematura inspiró a Wilde a escribir Requiescat, un delicado poema.
En octubre de 1871 ingresó en el Trinity College de Dublín, donde estudió a los clásicos hasta 1874. Su rendimiento sobresaliente lo llevó a ganar tres años más tarde la «Medalla de Oro Berkeley», el mayor premio para los estudiantes de clásicos de este colegio, por su trabajo en griego sobre poetas griegos.
Gracias a una beca de 95 £ anuales, el 17 de octubre de 1874 ingresó en el Magdalen College, de Oxford, donde continuó sus estudios hasta 1878. Durante su estancia en este colegio falleció su padre, el 19 de abril de 1876. Su poema Ravenna le permitió adjudicarse el «Oxford Newdigate Prize» en junio de 1878. Finalmente, en noviembre de 1878 obtuvo el título de Bachelor of Arts, graduándose con la mayor nota posible.
Wilde está considerado como uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío; además, fue una celebridad de la época debido a su puntilloso y gran ingenio. Su reputación se vio arruinada tras ser condenado a dos años de trabajos forzados en un famoso juicio en el que fue acusado de indecencia grave por una comisión inquisitoria de actos homosexuales.
Prosa: El retrato de Dorian Gray (su única novela; 1891). La decadencia de la mentira (1889). El crimen de lord Arthur Saville y otras historias (1891). Intenciones (1891). El alma del hombre bajo el socialismo (1891–1904). De profundis (1905). Teleny o El reverso de la medalla (1893). Cuentos: El Príncipe Feliz y otros cuentos (1888). Una casa de granadas (1892). Poemas: Ravenna (1878). Poemas en prosa (1881). La esfinge (1894). Balada de la cárcel de Reading (1898). Teatro: Vera o los nihilistas (1880). El abanico de Lady Windermere (1892) Una mujer sin importancia (1893). Salomé (1894). Un marido ideal (1895). La importancia de llamarse Ernesto (1895)
Epístola: In Carcere et Vinculis."De Profundis”.
Oscar Wilde.
Oscar Wilde.
Fragmentos:
Puede estar lleno de la sabiduría mas encantadora un hombre por completo ignorante de las formas del arte en su revolución, o los estados de animo del pensamiento en su progreso, la pompa el verso latino o la mayor riqueza musical del vocálico griego, la escultura toscaza o la poesía isabelina. El verdadero insensato de quien los dioses se burlan o al que destruyen es el que no se conoce a si mismo.
En la vida no hay verdaderamente cosas grandes ni pequeñas: todas las cosas tienen el mismo valor y la misma altura.
En última instancia el lazo de toda compañía, en el matrimonio o en la amistad, es la conversación. La conversación debe tener una base común; entre dos personas con grandes diferencias culturales la única base común está en el nivel más bajo.
El amor se nutre de la imaginación. Gracias a la imaginación nos volvemos más sabios de lo que sabemos, mejores de lo que sentimos, más nobles de lo que somos; podemos ver la vida en su totalidad. Por la imaginación, y solamente por la imaginación, podemos entender a los demás en sus relaciones reales e ideales. Sólo lo que es puro y fue puramente concebido puede nutrir al amor, pero en cambio cualquier cosa alimenta al dolor.
El odio, intelectualmente considerado, es la eterna negación. Considerado desde el punto de vista de las emociones, es una forma de atrofia que acaba con todo, excepto consigo mismo.
El amor no trafica en mercados ni emplea la balanza del verdulero. Su goce, como el goce del intelecto es amar: ni más ni menos.
Nada se mueve en el mundo del pensamiento sin que el dolor vibre al unísono con un latido exquisito y atroz. Comparada con él, es tosca la leve y fina hoja de oro que registra la dirección de las fuerzas invisibles. Es una herida que sangra cuando la toca una mano que no es la del amor y aun en este caso sangra, aunque no duela.
Rechazar nuestras experiencias significa detener nuestro desarrollo. Negar nuestras experiencias es poner una mentira en labios de nuestra propia vida. Equivale a una negación del alma.
El dolor, por ser la suprema emoción de que es capaz el hombre, es emblema y prueba de todo gran Arte. Lo que siempre busca el artista es el modo de existencia en donde alma y cuerpo integren una indivisible unidad; en donde lo externo sea expresivo de lo interno, en donde la forma revele.
El Amor en todas sus formas es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. No puedo concebir otra explicación. Estoy convencido de que no hay otra y de que si, como dije, el mundo fue ciertamente hecho de dolor, también ha sido creado por las manos del Amor porque de ninguna otra manera podría el Alma del hombre, par quien fue hecho el mundo, alcanzar su total plenitud. El placer es para los cuerpos hermosos y el Dolor para las Almas hermosas.
Puede estar lleno de la sabiduría mas encantadora un hombre por completo ignorante de las formas del arte en su revolución, o los estados de animo del pensamiento en su progreso, la pompa el verso latino o la mayor riqueza musical del vocálico griego, la escultura toscaza o la poesía isabelina. El verdadero insensato de quien los dioses se burlan o al que destruyen es el que no se conoce a si mismo.
En la vida no hay verdaderamente cosas grandes ni pequeñas: todas las cosas tienen el mismo valor y la misma altura.
En última instancia el lazo de toda compañía, en el matrimonio o en la amistad, es la conversación. La conversación debe tener una base común; entre dos personas con grandes diferencias culturales la única base común está en el nivel más bajo.
El amor se nutre de la imaginación. Gracias a la imaginación nos volvemos más sabios de lo que sabemos, mejores de lo que sentimos, más nobles de lo que somos; podemos ver la vida en su totalidad. Por la imaginación, y solamente por la imaginación, podemos entender a los demás en sus relaciones reales e ideales. Sólo lo que es puro y fue puramente concebido puede nutrir al amor, pero en cambio cualquier cosa alimenta al dolor.
El odio, intelectualmente considerado, es la eterna negación. Considerado desde el punto de vista de las emociones, es una forma de atrofia que acaba con todo, excepto consigo mismo.
El amor no trafica en mercados ni emplea la balanza del verdulero. Su goce, como el goce del intelecto es amar: ni más ni menos.
Nada se mueve en el mundo del pensamiento sin que el dolor vibre al unísono con un latido exquisito y atroz. Comparada con él, es tosca la leve y fina hoja de oro que registra la dirección de las fuerzas invisibles. Es una herida que sangra cuando la toca una mano que no es la del amor y aun en este caso sangra, aunque no duela.
Rechazar nuestras experiencias significa detener nuestro desarrollo. Negar nuestras experiencias es poner una mentira en labios de nuestra propia vida. Equivale a una negación del alma.
El dolor, por ser la suprema emoción de que es capaz el hombre, es emblema y prueba de todo gran Arte. Lo que siempre busca el artista es el modo de existencia en donde alma y cuerpo integren una indivisible unidad; en donde lo externo sea expresivo de lo interno, en donde la forma revele.
El Amor en todas sus formas es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. No puedo concebir otra explicación. Estoy convencido de que no hay otra y de que si, como dije, el mundo fue ciertamente hecho de dolor, también ha sido creado por las manos del Amor porque de ninguna otra manera podría el Alma del hombre, par quien fue hecho el mundo, alcanzar su total plenitud. El placer es para los cuerpos hermosos y el Dolor para las Almas hermosas.
El verdadero lugar de Cristo se halla entre los poetas. Todo concepto de la Humanidad provino de la imaginación y sólo mediante ella puede ser comprendido. El hombre fue para El lo que Dios para el Panelista. Fue el primero que vio la unidad de las razas divididas. Antes de El había habido dioses y hombres. Sólo El comprendió que en las montañas de la vida estaban Dios y el Hombre, y siendo mediante el misticismo de la simpatía que ambos encarnaban en El, se llamó unas veces Hijo del Hombre y otras Hijo de Dios, de acuerdo con su ánimo. Como ningún otro personaje de la historia, El despierta en nosotros esa capacidad de asombro a la que siempre apela la imaginación romántica. Para mí hay algo casi increíble en la idea de que un joven campesino galileo se imagine capaz de llevar sobre sus hombros el peso del mundo entero; de todo lo hecho y padecido y lo que aún estaba por hacerse y padecerse: los pecados de Nerón, de César Borgia, de Alejandro VI, y de quien fue emperador de Roma y sacerdote del sol; los sufrimientos de aquellos cuyos nombres son legión y moran entre sepulcros: nacionalidades oprimidas, los niños que trabajan en las fábricas, los ladrones, los prisioneros, los proscritos; aquellos a quienes enmudece la opresión y cuyo silencio únicamente Dios puede escuchar. No sólo se imaginó todo esto sino que lo puso en práctica, de manera que ahora quien entre en contacto con su personalidad- aunque nunca se incline ante su altar ni se prosterne ante sus sacerdotes- hallará de algún modo que Cristo borra la fealdad de su pecado y le revela cuanta belleza hay en el dolor.
He dicho que el lugar de Cristo se halla entre los poetas. Es cierto. Shelley y Sófocles están en su compañía. Pero también su vida entera es el más maravilloso de los poemas. Por lo que se refiere a la “compasión y el terror” no hay nada en todo el ciclo de la tragedia griega que pueda siquiera aproximarse a la vida de Cristo. La pureza absoluta de su protagonista eleva su esquema trágico a una cumbre del arte romántico desde la cual los sufrimientos de Tebas y de los Pelópidas quedan excluidos por su horror, y muestra como Aristóteles se equivocó cuando dijo en su tratado sobre el Drama que sería intolerable el espectáculo de alguien que sufre sin tener culpa alguna. Ni en Esquilo ni en Dante, austeros maestros de la ternura, ni en Shakespeare, el más humano de los grandes artistas, ni en todas las leyendas y mitos célticos en donde la belleza del mundo se muestra a través de una bruma de lágrimas y la vida de un hombre dura lo que una flor, hay nada que por la absoluta simplicidad de su patetismo-unida y aunada con la sublimidad de su efecto trágico- podamos decir que iguale o al menos se acerque al último acto de la Pasión de Cristo. La cena con sus compañeros, uno de los cuales lo ha vendido previamente por algunas monedas, la angustia en la quietud del jardín iluminado por la luna, el falso amigo que se acerca a El para traicionarlo con un beso, y el otro que sigue creyendo en Cristo- aquel en quien, como sobre piedra, había esperado edificar un refugio para el Hombre- y sin embargo lo niega al amanecer, mientras el gallo cana; su total soledad y Su doblegamiento, Su aceptación de todo; y al lado de esto aquellas escenas en que el sumo sacerdote de la ortodoxia desgarra furiosamente Sus vestiduras y el Magistrado de la Justicia Civil pide agua con la vana esperanza de que podrá lavar de sus manos esa mancha de sangre inocente que hace de él la figura sangrienta de la Historia; la coronación que es una ceremonia de Dolor y una de las maravillosas escenas en todos los siglos que nos han dejado su crónica; la Crucifixión del Inocente ante los ojos de su Madre y del discípulo amado; soldadesca que juega Sus vestiduras a los dados; la terrible muerte mediante el cual legó al mundo su eterno símbolo; su entierro en el sepulcro del rico, su cuerpo envuelto en un sudario egipcio ungido con especias y perfumes como si hubiera sido hijo de un Rey. Cuando uno contempla todo esto exclusivamente desde el punto de vista del Arte no puede menos que agradecer que el oficio supremo de la Iglesia sea el de escenificar la tragedia sin derramamiento de sangre: la representación mística de la Pasión de su Señor mediante el diálogo, las vestiduras e incluso el gesto. Para mí siempre es fuente de dicha y de pavor recordar que la última supervivencia del coro griego, perdido para el arte, se encuentra en el acólito que contesta al sacerdote la Misa.
FRAGMENTO RAVENNA (OSCAR WILDE)
ResponderEliminarPERO AQUÍ EL DULCE SILENCIO DE LA NOCHE
EVOCA EL ENCRESPADO OLEAJE DEL RECUERDO
Y RESUCITA MI AMOR POR TÍ:
AHORA TENEMOS LA PRIMAVERA DEL AMOR,
PERO MUY PRONTO
SE POSARÁ SOBRE LOS ARBOLES
EL REVERDECER ALTIVO DEL VERANO...