Fernando Sainz
El dominicano es mucho más complejo en su apariencia. Su pensar es filosófico teorético; sostenedor de doctrinas y opiniones. Pero si se trata de actuar es preferentemente positivista y pragmatista. Salta de la metafísica al pragmatismo con soltura que le permite no posar en el largo camino intermedio, que es la ciencia.
No le interesa la lógica como disciplina sino por las sorpresas de pensamiento que pueda acarrear. No le interesa el método de investigación, sino la intuición directa. Su discurrir es preferentemente deductivo y sintético; la ascensión analítico inductiva le fatiga y aburre. Prefiere ver al mundo desde la cima que subir en ella.
Prefiere contemplar el fenómeno que conocer su ley. Se decepciona al saber el por qué natural de las cosas; su interés principal está en lo que tengan de ocultas, esotéricas o fantásticas. Por eso es mucho más artista, sobre todo, poeta, que racionalista. Pero, si es preciso, prefiere explicar a que le expliquen.
Le desasosiega la pluralidad de modos y maneras. Descansa cuando las cosas no pueden ser más que de un modo, porque lo necesario y absoluto está más conforme con su estructura mental que lo contingente y relativo.
Su complejidad anímica se traduce en una expresión lingüística deliciosamente barroca, y en graciosas, onomatopeyas, mímicas y modismos sintéticos.
Siente la cortesía y la amabilidad en su sangre. Es generoso, sobre todo con los extraños, y le encanta prestar servicios, tanto por lo que puedan beneficiar a quien lo reciba como por experimentar la sensación protectora. Disculpa los agravios y desdenes y no guarda rencor largo tiempo.
Es mucho más afectuoso y pasional que emotivo; así como para el suceso, el cuento, la noticia o la broma tiene infinitas exclamaciones, para lo sentimental es de una parquedad desconcertante.
Su vida cotidiana es una estupenda antítesis. Exceptuados los momentos de pasión política, es apacible, reposado y sosegado; no obstante, se inventa una lucha permanente con armas y adversarios invisibles.
Es muy suspicaz y a la vez muy sugestionable, no obstante su propensión a no aceptar el juicio ajeno sin reservas ya sospechar de intenciones y propósitos.
Tiene una gran facilidad de olvido para lo que nos sean vivencias y una gran memoria para lo que le afecta.
La recepción y emisión de noticias sociales y políticas son sus distracciones favoritas; pero será muy difícil decirle algo que no sepa ya, bien porque se llegue tarde o su habilidad extraordinaria para manifestarse enterado de lo que está sabiendo en aquel momento.
Hace una vida muy sobria, a pesar de gustarle los goces como al que más, y llama a gozar a los más inocentes entretenimientos. Las sensaciones y placeres más simples y modestos los eleva a la categoría de sibaritismo.
En la gran lucha entre la biología, la moral y la religión tiene grandes aciertos. Ha hecho una perfecta distinción entre la esfera religiosa y la humana. Sabiendo que el organismo es amoral ha optado porque la moral sea lo más biológica posible. Tiene un gran sentido de respeto y tolerancia para todo aquello que sea patrimonio de la conciencia individual.
Es genuinamente tradicionalista. Cultiva los usos y costumbres ancestrales haciendo una traducción original a la época actual. Conserva para el pueblo español, cuna de su educación, una simpatía mayor que ningún otro pueblo hispano americano.
Es enormemente conformista. Acepta su suerte sin protesta. Resiste la adversidad como un estoico, y celebra la dicha como un niño. Ama el vivir como un epicúreo. Se cuida, se medicina y se tarta con sabiduría y técnica populares inigualables. Al servicio de su salud pone toda la gea, la fauna y la flora, la experiencia, los doctores, los hechiceros y la corte celestial pero si llega para él o sus deudos el último momento lo acata con ejemplar conformidad.
Cuando el dominicano es feliz, lo es por sus escasas exigencias realistas en contraste con su frondosa fantasía y sus míticas esperanzas: desea mucho más que quiere, y espera mucho más que hace.
La gran mayoría es esquizotímica y extrovertida: hay una minoría pequeñísima de finísimos introvertidos.
Las personalidades dominicanas de más calidad son sencillas, modestas, cordiales, amables, dentro de un marco de gran dignidad. Las ficticias son de una fatuidad y orgullo compensadores de su vacío interior.
El pueblo dominicano ha vivido siglos de tutela intelectual, moral, política y económica. Debido a ello, tiene la indecisión y la perplejidad hondamente arraigadas, pero su renacimiento está a la vista, y para el futuro cuenta con valores y energías potenciales insospechadas.
PSICOLOGIA Y EDUCACION DOMINICANA. Fernando Sainz Sociedad Dominicana de Bibliófilos. 1995.
El dominicano es mucho más complejo en su apariencia. Su pensar es filosófico teorético; sostenedor de doctrinas y opiniones. Pero si se trata de actuar es preferentemente positivista y pragmatista. Salta de la metafísica al pragmatismo con soltura que le permite no posar en el largo camino intermedio, que es la ciencia.
No le interesa la lógica como disciplina sino por las sorpresas de pensamiento que pueda acarrear. No le interesa el método de investigación, sino la intuición directa. Su discurrir es preferentemente deductivo y sintético; la ascensión analítico inductiva le fatiga y aburre. Prefiere ver al mundo desde la cima que subir en ella.
Prefiere contemplar el fenómeno que conocer su ley. Se decepciona al saber el por qué natural de las cosas; su interés principal está en lo que tengan de ocultas, esotéricas o fantásticas. Por eso es mucho más artista, sobre todo, poeta, que racionalista. Pero, si es preciso, prefiere explicar a que le expliquen.
Le desasosiega la pluralidad de modos y maneras. Descansa cuando las cosas no pueden ser más que de un modo, porque lo necesario y absoluto está más conforme con su estructura mental que lo contingente y relativo.
Su complejidad anímica se traduce en una expresión lingüística deliciosamente barroca, y en graciosas, onomatopeyas, mímicas y modismos sintéticos.
Siente la cortesía y la amabilidad en su sangre. Es generoso, sobre todo con los extraños, y le encanta prestar servicios, tanto por lo que puedan beneficiar a quien lo reciba como por experimentar la sensación protectora. Disculpa los agravios y desdenes y no guarda rencor largo tiempo.
Es mucho más afectuoso y pasional que emotivo; así como para el suceso, el cuento, la noticia o la broma tiene infinitas exclamaciones, para lo sentimental es de una parquedad desconcertante.
Su vida cotidiana es una estupenda antítesis. Exceptuados los momentos de pasión política, es apacible, reposado y sosegado; no obstante, se inventa una lucha permanente con armas y adversarios invisibles.
Es muy suspicaz y a la vez muy sugestionable, no obstante su propensión a no aceptar el juicio ajeno sin reservas ya sospechar de intenciones y propósitos.
Tiene una gran facilidad de olvido para lo que nos sean vivencias y una gran memoria para lo que le afecta.
La recepción y emisión de noticias sociales y políticas son sus distracciones favoritas; pero será muy difícil decirle algo que no sepa ya, bien porque se llegue tarde o su habilidad extraordinaria para manifestarse enterado de lo que está sabiendo en aquel momento.
Hace una vida muy sobria, a pesar de gustarle los goces como al que más, y llama a gozar a los más inocentes entretenimientos. Las sensaciones y placeres más simples y modestos los eleva a la categoría de sibaritismo.
En la gran lucha entre la biología, la moral y la religión tiene grandes aciertos. Ha hecho una perfecta distinción entre la esfera religiosa y la humana. Sabiendo que el organismo es amoral ha optado porque la moral sea lo más biológica posible. Tiene un gran sentido de respeto y tolerancia para todo aquello que sea patrimonio de la conciencia individual.
Es genuinamente tradicionalista. Cultiva los usos y costumbres ancestrales haciendo una traducción original a la época actual. Conserva para el pueblo español, cuna de su educación, una simpatía mayor que ningún otro pueblo hispano americano.
Es enormemente conformista. Acepta su suerte sin protesta. Resiste la adversidad como un estoico, y celebra la dicha como un niño. Ama el vivir como un epicúreo. Se cuida, se medicina y se tarta con sabiduría y técnica populares inigualables. Al servicio de su salud pone toda la gea, la fauna y la flora, la experiencia, los doctores, los hechiceros y la corte celestial pero si llega para él o sus deudos el último momento lo acata con ejemplar conformidad.
Cuando el dominicano es feliz, lo es por sus escasas exigencias realistas en contraste con su frondosa fantasía y sus míticas esperanzas: desea mucho más que quiere, y espera mucho más que hace.
La gran mayoría es esquizotímica y extrovertida: hay una minoría pequeñísima de finísimos introvertidos.
Las personalidades dominicanas de más calidad son sencillas, modestas, cordiales, amables, dentro de un marco de gran dignidad. Las ficticias son de una fatuidad y orgullo compensadores de su vacío interior.
El pueblo dominicano ha vivido siglos de tutela intelectual, moral, política y económica. Debido a ello, tiene la indecisión y la perplejidad hondamente arraigadas, pero su renacimiento está a la vista, y para el futuro cuenta con valores y energías potenciales insospechadas.
PSICOLOGIA Y EDUCACION DOMINICANA. Fernando Sainz Sociedad Dominicana de Bibliófilos. 1995.
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