sábado, 1 de agosto de 2009

VERSOS: Pedro Henríquez Ureña


Pedro Henríquez Ureña. Nació en Santo domingo en 1884. Hijo de la insigne poeta Salome Ureña y de Francisco Henríquez y Carvajal, presidente de la republica Dominicana por un breve periodo hasta que fuera depuesto por las tropas estadounidenses en noviembre de 1916.

Henríquez Ureña se codeó con lo más granado de la intelectualidad latinoamericana y española de su tiempo. Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Victoria Ocampo, Dámaso Alonso, Ramón Menéndez Pidal, Darío Cossio Villegas y Joaquín García Monge, entre muchos otros, testimonian el calibre de su pensamiento en el campo del hispanismo y la historia cultural latinoamericana del siglo veinte. Autor prolífico, publicó su primer libro en Cuba en 1905: Ensayos críticos. A este volumen le siguieron más de una veintena de obras publicadas en vida, entre ellas: Horas de estudios (1905), El nacimiento de Dionisios (1916), En la orilla. Mi España (1922), La utopía de América (1925), Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1938) y Library Currents in Hispanic America (1945), publicado por la Universidad de Harvard y, en 1949, por el fondo de Cultura Económica en versión de Joaquín Diez Canedo.

Vivió en México dos intensos periodos: 1906-1913 y 1916-1924, en donde afinco su nombradía intelectual. En ese país contrajo nupcias con Isabel Lombarda Toledano, con quien procrearía dos hijas: Natacha y Sonia. En 1924 se traslada a la Argentina, en donde se vincularía al equipo editorial de la revista Sur y ayudaría en la fundación de la editorial Losada. Murió en Buenos Aires en 1946.







VERSOS: Pedro Henríquez Ureña

Prólogo

Fragmento:

El presente volumen se basa en un cuaderno de poemas y traducciones copiado y organizado bajo el título de Versos (1894-1905) por quien Jorge Luís Borges llamara” maestro de América” .El manuscrito estuvo en manos de Sonia Henríquez de Hlito hasta septiembre de 2006, cuando el archivo personal de Pedro Henríquez Ureña pasó a manos del Colegio de México. Gracias a la mediación de Rafael Olea Franco, del centro de estudios Lingüísticos y Literarios de la mencionada institución, y del embajador dominicano, Pablo Maríñez, obtuve el permiso para examinar esos papeles. En mayo de 2007, Citlalitl Nares, directora del Archivo Histórico del Colegio México, cortó los sellos diplomáticos de tres cajas procedentes de Argentina para permitirme hurgar entre cientos de cartas, telegramas, facturas, notas, recortes de presa y manuscritos, entre ellos dos libros inéditos: México o el hermano definidor y la colección de poemas que la Universidad Iberoamericana, a instancias de Pedro Cabiya, ha tenido a bien publicar.





INTIMA

Desde el solar nativo
-el nido de los pálidos recuerdos,
la casa palpitante de memorias
que viven y se agitan como espectros,-
me llega tu palabra,
henchida de miríficos consuelos,
mensajera piadosa del terruño,
hasta el extraño techo,-
el techo que indolente me cobija,
mudo y escueto,
intacto por os fuegos de mis luchas,
intacto por las alas del ensueño.

En la isla, en lucha,
cuál sangra el corazón, cual llora el pecho!
¿Qué mucho que el postrado combatiente
destierre el sentimiento,
vulnerable talón que el dardo hiere,
y haga del estoicismo su remedio?

En la vida, en la lucha,
Cuán temprano sentí, lloré cuán presto!
Cuánto de penas sufre!
Solitario me encuentro,
sin patria, sin hogar, sin ilusiones,
-todas volaron con volar ligero-;
busco para las penas interiores
las aguas del Leteo,
y tiendo del espíritu la salas
al país irreal de invicto ensueño.

Todo cuanto fue amores,
luz de la edad y juveniles sueños,
yace entre los escombros del pasado,
apenas en las lindes del recuerdo.

Sobre esas ruinas la vista tiendo
con muda indiferencia.
No renace el extinto sentimiento
cual si el ansia de dulces efusiones
fuese muerta en el pecho.
El fatigado espíritu
no se enciende en la llama del deseo,
y contempla a través de las edades
como un campo vastísimo de hielo.

¡Ah! Que cuando resuena tu palabra
del letargo despierto,
y la nostalgia delator antiguo
dentro del alma siento.

¡Oh tu, la soñadora, la constante!
¡Oh tu, sacerdotisa del ensueño!
¿No sientes, bajo el cielo de la Paria
del ruiseñor parlero
cual se ha trocado el himno de esperanzas
por la canción macabrita de un cuervo?
¿No sientes que las vivas ilusiones,
la vieja tradición, el dulce sueño,
vuelan en el confuso torbellino
que azota el patrio suelo,
y hechos girones en la hoguera caen,
perecen de la patria en el incendio?

Que con tu fe radiante
que con tu amor perpetuo,
reconstruyes las muertas ilusiones
y guardas el altar de los recuerdos,
y en las frágiles notas de tus cartas
el alma envías del terruño entero!

En mi noche de amargo pesimismo
el instante aun espero
en que escuche, soñando,
tus palabras de nuevo
sobre las ruinas de la triste patria,
“sobre las ruinas del hogar deshecho”

New Cork, diciembre 1903.
Publicada en La Cuna de América, Santo Domingo.

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