Por Marcial Báez.
“La vida no es tan corta como para que no haya siempre tiempo para la cortesía”. (Ralph Waldo Emerson).
Sentado en una butaca, en un pasillo próximo a la antesala donde se celebraba un seminario auspiciado por una Secretaría de Altos Estudios Académicos, viví la experiencia que dio origen a este artículo; ya que la mayoría de los educadores que pasaron por mi lado, me miraban al rostro sin expresarme un ademán de cortesía, contrario a las personas encargadas de la seguridad y de la limpieza de la planta física. ¡Sorprendente! ¿No?
Y es que el saludo es sinónimo de buenos modales, de cortesía. B. Wnell y J. Wyckoff nos dicen “ Que los actos de cortesía son definitivos para el buen funcionamiento de nuestra sociedad. Quienes son lo suficientemente considerados como para pensar en las necesidades de los demás y ser corteses contribuyen a la amabilidad de la vida diaria y reducen los conflictos de éstas, disminuyendo así la violencia que contamina el ambiente que nos rodea..”
El saludo acompañado de una sonrisa, de un estrechamiento de manos, de un abrazo, de un beso, se convierte en un bálsamo que nos llega a lo más profundo, despertando infinidad de sentimientos.
Con el saludo podemos definir el tipo de relación que debemos fomentar en el trato con los demás, para construir un espacio donde el equilibrio sea la base fundamental en las relaciones sociales.
Este modo de agradar se ha ido perdiendo en la actualidad, las nuevas generaciones no la contemplan en su cotidianidad. ¿Será que a los educadores se les ha olvidado inculcarlo en las escuelas públicas, los colegios y las universidades, así como los padres de familia a sus hijos e hijas ?
Fomentar de una manera vehemente el saludo, sobre todo en los más jóvenes, sería una tarea que deberíamos asumirla con responsabilidad, porque la misma incentivaría el deseo de construir una vida más agradable; la cual elevaría nuestro espíritu a los estadios de la entrega incondicional en estos tiempos, para encontrarnos y comportarnos como entes civilizados.
“La vida no es tan corta como para que no haya siempre tiempo para la cortesía”. (Ralph Waldo Emerson).
Sentado en una butaca, en un pasillo próximo a la antesala donde se celebraba un seminario auspiciado por una Secretaría de Altos Estudios Académicos, viví la experiencia que dio origen a este artículo; ya que la mayoría de los educadores que pasaron por mi lado, me miraban al rostro sin expresarme un ademán de cortesía, contrario a las personas encargadas de la seguridad y de la limpieza de la planta física. ¡Sorprendente! ¿No?
Y es que el saludo es sinónimo de buenos modales, de cortesía. B. Wnell y J. Wyckoff nos dicen “ Que los actos de cortesía son definitivos para el buen funcionamiento de nuestra sociedad. Quienes son lo suficientemente considerados como para pensar en las necesidades de los demás y ser corteses contribuyen a la amabilidad de la vida diaria y reducen los conflictos de éstas, disminuyendo así la violencia que contamina el ambiente que nos rodea..”
El saludo acompañado de una sonrisa, de un estrechamiento de manos, de un abrazo, de un beso, se convierte en un bálsamo que nos llega a lo más profundo, despertando infinidad de sentimientos.
Con el saludo podemos definir el tipo de relación que debemos fomentar en el trato con los demás, para construir un espacio donde el equilibrio sea la base fundamental en las relaciones sociales.
Este modo de agradar se ha ido perdiendo en la actualidad, las nuevas generaciones no la contemplan en su cotidianidad. ¿Será que a los educadores se les ha olvidado inculcarlo en las escuelas públicas, los colegios y las universidades, así como los padres de familia a sus hijos e hijas ?
Fomentar de una manera vehemente el saludo, sobre todo en los más jóvenes, sería una tarea que deberíamos asumirla con responsabilidad, porque la misma incentivaría el deseo de construir una vida más agradable; la cual elevaría nuestro espíritu a los estadios de la entrega incondicional en estos tiempos, para encontrarnos y comportarnos como entes civilizados.
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