lunes, 1 de marzo de 2021

EL CRISTO DE GUALEY / Manuel Maza, S. J.


Para COLOQUIO.

Su llegada a Gualey se confundió con la de los desalojados de Faria, marginados por el progreso del jefe. Le decían el Chino por sus ojos estirados. Su color era el del rio cuando llueve y va corriendo de la mano de la Isabela que tiene amores con el amor.

El Chino creció fuerte. ¨Así era tu padre¨, le confiaba Fefa, la mama, ¨vino y se fue en el mismo barco. Se llevó la madera y quedaste tu¨. Los amigos del Chino lo buscaban si había que caerse a piedra con los marines de Los MoIina, que a veces cruzaban el Ozama buscando cocos y peleas.

No fue a la escuela ni a la iglesia. Ya cuando la hicieron el chino estaba grande y hacia bateas para llevar a casa tres pesetas y un ruido de latas y hambre.

Un día entendió que n machacaba latas sino su alma. Se metió con José el de Obras Públicas a cavar zanjas en mejoramiento social. Se puso negro y su vida empeoraba. Además, las zanjas se parecían demasiado a la tumbas del costado de la e pedro Livio. Allá llevaron a su madre, una mala tarde de Cuaresma. Fefa en la caja, de blanco y el con los zapatos llenos de polvo y en la cara, fango y el trasnoche.

La vieja le dejo el rancho, un beso largo y una promesa: llevarle una rosa al Cito de piedra en Santa Ana de Gualey todos los viernes santos.

El Chino cumplió. Quizá fuera por aquellos días que cogieran la costumbre de fumarse el último cigarro de la noche, paseando delante del Cristo compasivo, oyendo a la gente ezale a los choferes de piedra: ¨¡Benito!¨y más cerca ¨¡María Montes!¨

Mientras en la misma esquina, Eduardo Brito le contaba sus hoyos a la Central y ella, por lo bajito, sus aguas negras.

Ya para esa hora el Chino había guardado tu triciclo y los cocos. En su rancho, arriba de la mesa estaban su machetico afilado, y una lata de salsa de tomate, donde tiraba duro la pesetas para que ruidosas le recordasen sus tiempos de sastre de bateas.

La pelea n fue grande. El Chino venia como una pedrá por la 17, mirando con el ojo de la izquierda a la ballena azul, la guagua de Haina, que lo quería barrer de la calle a bocinazos, Casi en la  cabeza del puente, en esa esquina que recuerda el caos del principio del mundo y la salida del Arca de Noé, el Chino tuvo que timonear nervioso a la derecha para no ser tragado por la ballena de Haina.

El no sintió el golpe, solo vio los pedazos de pollo volando, los fritos haciendo maromas, suspendidos eternamente en el aire, el aceite hirviendo regado por el suelo, friendo carbones, los canillitas y limpiabotas caja en ano bailando flamenco, un anafe vuelto rueda y la rabia del hombre de la freiduría, que el Chino no se paro a considerar, pues le interesaba mas la mano con el cuchillo. Sin que se le cayera un solo coco, detuvo el triciclo y echo mano al machetico. Cortó y lo cortaron antes de que lo apartaran otros más valientes que ellos:

-Dejen eso

-Fue la guagua.

-Lo único que van a sacar es ir a vivir con los gusano de la Victoria.

Las miradas siguieron acuchillándose, pero la pangola lenta y solemne solo encontró un ron de curiosos y su reguero de frito llorando pollos.

Todo fue tan rápido, que solo cuando había pedaleando, cayo en la cuenta el Chino de que había peleado con Jun. Era el viejo vecino que cada madrugada siempre, le dejo una lata de agua a su madre, durante años.

Todavía con el dolor de la aguja del Morgan que le coció el derecho, se paseaba el Cchino, tarde en la noche, delante del cristo, sosteniendo en su mano izquierda una lucecita humeante seria la necesidad de hablar con alguien, lo cierto es que el Chino levantó los ojos a la cara duce coronada de espinas y queriendo que sus palabras tuviensen, como las grazas de la tarde, un árbol donde posarse, le dijo al cristo:

-¡Que basura de vida, Jesucristo! ¡Por poco mato  un amigo! ¡Yo debía ser de piedra y tú de carne!

De ahí al Chino nadie lo ha visto más.

Con su triciclo anda un rubio quemao, tranquilo, de sonrisa grande. Lo llevaron a declarar al destacamento de la Josefa Brea y dijo que se lo había comprado al chino. El rubio sigue vendiendo cocos. No se ha metido en ningún grupo de la iglesia, ni de la campaña, pero sabe en qué pie está parado todo el que le habla. El mismo habla poco y bonito. Juega ¨bitilla¨con los niños y hasta deja sentarse a los tigres en el murito de afuera, cosa que ni el Chino ni su mama jamás permitieron. Por donde pasa el rubio quemao, va reuniendo a la gente y las enciende, como quien abanica un anafe mal prendido con un soplo hondo.

El Cristo de Santa Ana sigue ahí, pintado en la pared, con un color de promesa política que ni se sabe lo que es.

Y ahora le ha dado por decir a Rosita la de Cucha, la que priva en deña de la entrada de Santa Ana, por allí pinto con carbón un juego de trúcamelo, que dizque los ojos del cristo están achinados, y más estiradas que antes. Y dizque el cristo se sonríe cuando pasan los triciclos, y las vecinas viejas de Fefa que ahora andan en COPADEBA. Y dizque el cristo lloro, el di que una bala aburrida, mato al viejo Juan en su rancho, cuando la vaina de abril del 84.

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario