Por Jean Varnier
Me han mostrado que yo mismo tengo mis propias taras, mis limitaciones y mis debilidades, como todo el mundo. Me han hecho ver cuan cierto es que en Jesús podemos encontrar una verdadera esperanza y ponernos en el camino de la curación interior. Me han evidenciado que, para crear una sociedad más justa, es preciso que comience yo mismo por hacerme más amante y más auténtico. Me han revelado que ese mundo justo se hace poco a poco, a base de gestos cotidianos de amor. No se trata de hacer grandes cosas, sino de hacer cosas pequeñas con un amor cada vez más grande que extraiga su fuerza del corazón de Dios.
Subrayados:
Fijó en él su mirada y le amó.
Decir alguien: “te amo” es hacerse muy vulnerable. Por eso es tan frágil el lenguaje del amor. Se avanza paso a paso, no demasiado aprisa, podría asustarse el otro. Amar es ir amaestrando, despacito. Pero Jesús se coloca de inmediato en ese estado de vulnerabilidad. Cuando uno ama, se hace pequeño, muy pobre, pues puede ser herido si el otro no acepta esa comunión que se le está brindando.
Me han mostrado que yo mismo tengo mis propias taras, mis limitaciones y mis debilidades, como todo el mundo. Me han hecho ver cuan cierto es que en Jesús podemos encontrar una verdadera esperanza y ponernos en el camino de la curación interior. Me han evidenciado que, para crear una sociedad más justa, es preciso que comience yo mismo por hacerme más amante y más auténtico. Me han revelado que ese mundo justo se hace poco a poco, a base de gestos cotidianos de amor. No se trata de hacer grandes cosas, sino de hacer cosas pequeñas con un amor cada vez más grande que extraiga su fuerza del corazón de Dios.
Subrayados:
Fijó en él su mirada y le amó.
Decir alguien: “te amo” es hacerse muy vulnerable. Por eso es tan frágil el lenguaje del amor. Se avanza paso a paso, no demasiado aprisa, podría asustarse el otro. Amar es ir amaestrando, despacito. Pero Jesús se coloca de inmediato en ese estado de vulnerabilidad. Cuando uno ama, se hace pequeño, muy pobre, pues puede ser herido si el otro no acepta esa comunión que se le está brindando.
Somos la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo,5,13-14), en la medida en que hayamos aceptado nuestra pobreza y descubierto, a través de ella, la fuerza de Jesucristo.
Jesús viene a sanarme
Muchos de nosotros vivimos engañados por una ilusión respecto a nosotros mismos. Para que podamos descubrir quienes somos, aceptarnos como somos y encontrar a Jesús como es, tiene que rasgarse por alguna parte el velo, en lo más hondo de nuestro ser.
Para la mayoría de nosotros, el renacer en Jesús no se produce con tanta rapidez. Es un crecimiento semejante al del niño en el seno de su madre y luego, después de su nacimiento:
Crecimiento progresivo en conocimiento, en afecto, en fuerza física y en inteligencia. El poder de sanar propio del espíritu es un poder apacible y suave. Hace que mueran en nosotros todos los miedos; el deseo de poseer o de destruir; las heridas y las frustraciones; y todo ese poder que sólo quiere el dominio. Es un crecimiento en nuestra capacidad de escuchar, de compadecer, de tener paciencia y de saber esperar la hora de Dios. Aprendemos a Abandonarnos al poder del espíritu y al Poder de Dios; a cesar de agitarnos en manos de quien sana.
Cuando se está con alguien que es violento hay que encontrar una manera de apaciguarle. Se puede empezar halando con voz muy baja, para que sienta la necesidad de doblegar su violencia. Se le puede ofrecer un cigarrillo, y tendrá que hacer el gesto de fumarlo. De una manera o de otra, hay que buscar puertas de salida. No sirve de nada hablar a quien esta bloqueado y violento; dígase lo que se diga, se obstinara más.
Pastores unos de otros
Hay falsos amigos que están presentes para reír con nosotros, pero no para llorar cuando lloramos. Son falsos amigos, presentes para aprovecharse de nuestro talento o de nuestos bienes, pero ausentes cuando nos encontramos enfermos, abandonados o rechazados.
Para conocer las necesidades del rebaño, hay que estar cerca de él, vivir con él, escucharle y comprenderle. Hay que permanecer a la escucha de sus aspiraciones y de sus esperanzas y hay que empezar por saber que genero y que calidad de alimentos nutrirán su ser y su corazón.
Amar al propio rebaño no es atracarle de golosinas. Es comprometerse para con él, y no esconderse tras de una ley o bajo cualquier pretexto para esquivar el compromiso.
El rebaño nota muy pronto si alguien se entrega a él de verdad, si está abierto y dispuesto siempre a escuchar. Un pastor que no permite a sus ovejas llamar a su puerta más que de dos a cuatro, de martes a viernes, no es un buen pastor. El buen pastor no tiene vacaciones; cuando descansa, sostiene a su pueblo.
Ciertos profesores se ocupan más de dos o tres alumnos aparentemente más inteligentes, y no se interesan suficientemente por los humildes, por los cojos, por los que están heridos y por los que sufren, que en realidad les necesitan más que los otros.
Por esta razón es importante que el pastor esté presente a cada miembro del rebaño de una manera particular, diciendo algo personal a cada uno. Por eso debe conocer por su nombre a cada uno, en cuanto que el nombre representa lo más profundo que hay en la persona y sus necesidades íntimas.
Cuando uno ama, crea y vuelve a crear. Cuando se está en profunda comunión con alguien que se halla necesitado, se inventan medios de hacer frente a su necesidad.
Este extraordinario papel del pastor: escuchar sin miedo a sus ovejas, entender su lenguaje, dar a cada una lo que necesita; estar herido cuando una esta herida; angustiado cuando una esta angustiada; buscar a la descarriada y volverla de nuevo al aprisco; y ser enérgico cuando hay que serlo.
Recuerdo a una mujer que tenía un hijo de quince años con grandes deficiencias físicas. Durante toda su vida le había lavado, le daba de comer y se cuidaba de él. Un padre de la parroquia fue a visitarla y le dijo:” Esta es la cruz que debe usted llevar. Yo rezaré por usted”. Pero no volvió nunca a ofrecerse ayudar a la mare, para que ella pudiera descansar, siquiera una vez, al, cabo de tantos años.
Ama a tu prójimo
Puede suceder que deis algo y con la dádiva hiráis a la gente; hemos de fijarnos en lo que damos, y no utilizar nuestro don para sentirnos superiores.
Escuchar no es sólo oír las palabras, sino entender su sentido y el sentido de los gestos. Cuando un niño roba, no lo hace sálo para quitar dinero, existe otra razón. Cuando un niño, se encoleriza, hay una razón. Tenemos que comprender por que razón alguien se calla, y las necesidades que tiene. Tenemos que escuchar no sólo con nuestros oídos, sino con todo nuestro cuerpo: con nuestros ojos, con todo nuestro ser, debemos tratar de comprender.
No estamos para decir a la gente que es lo que necesita, sino para escuchar.
La única manera que tenéis de reconocer a la gente su derecho a hablar, a expresarse, es escucharla. Cortarles la palabra, es darle a entender que no interesan, que no vale la pena escucharles. Y eso es profundamente doloroso para la persona herida.
Al entrevistarnos con la persona herida, debemos hacerlo con un gran respeto, no tratando de llevarla hasta el nivel en que creemos estar nosotros, ni tampoco intentando volverla respetable, sino haciéndole comprender que la respetamos tal como ella es, con el movimiento de su ser y con su capacidad de crecimiento.
Hay que empezar por vivir con las personas heridas, en nuestra época, nos esforzamos por especializarnos cada vez más, y somos propensos a olvidar que el fundamento de la vida es la confianza y el respeto mutuos, un amor profundo y una aceptación del otro. Una vez que la gente haya descubierto esto, puede empezar a crecer con la ayuda profesional que necesita. Con frecuencia, la gente no encuentra a nadie para que viva con ella, lo que no significa necesariamente estar en la misma casa. Significa estar abierto; comprender; participar; no imponer, sino crecer juntos en libertad de expresión: un amor positivo.
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