sábado, 4 de abril de 2009

Del Sufrimiento a la Paz


Ignacio Larrañaga

Subrayados:

Comenzando por la casa
Los sembradores de conflictos, en la familia o en el trabajo, siendo perpetuamente espina y fuego para los demás, lo son porque están en eterno conflicto consigo mismos. No aceptan a más nadie porque no se aceptan a sí mismos. Siembran divisiones y odio a su alrededor porque se odian a sí mismos.

Es tiempo perdido y pura utopía el preocuparse por hacer felices a los demás si nosotros mismos no lo somos; si nuestra trastienda está llena de escombros, lamas y agonía. Hay que comenzar, pues, por uno mismo.

Sólo hacemos felices a los demás en la medida en que nosotros lo seamos. La única manera de amar realmente al prójimo es reconciliándonos con nosotros mismos, aceptándonos y amándonos serenamente. No debe olvidarse que el ideal bíblico se sintetiza en “amar al prójimo como así mismo”. La medida es, pues, uno mismo; y cronológicamente es uno mismo antes que el prójimo. Ya constituye un altísimo ideal el legar a preocuparse por el otro tanto como uno se preocupa por sí mismo. Hay que comenzar, pues, por uno mismo.

No queda otra disyuntiva sino ésta; agonizar o vivir. El sufrimiento hace agonizar al hombre. Eliminando el sufrimiento, el ser humano, automáticamente, recomienza a vivir, a gozar de aquella dicha que llamamos vida.

Vámonos, pues, lenta pero firmemente tras esa antorcha. En el camino salvaremos los escollos uno por uno, y caerán las escamas. Y, desde la noche, irá emergiendo palmo a palmo una figura hecha de claridad y alegría: el hombre nuevo que buscamos, reconciliado con el sufrimiento, hermanado con el dolor, peregrino hacia la libertad y el amor.

Despertar.
Despertar es el primer acto de salvación. Es preciso despertar. Y despertar es salvarse; es economizar altas cuotas de sufrimiento.

¿Qué es, pues, despertar? Es el arte de ver la naturaleza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con objetividad, y no a través del prisma de mis deseos y mis temores.

Despertar es tomar conciencia de tus posibilidades e imposibilidades. A las posibilidades, para abordarlas, y las imposibilidades, para dejarlas de lado; darte cuenta de si un determinado hecho tiene remedio o no; si lo tiene, para encontrarle solución; si no lo tiene, para olvidarlo; tomar conciencia de que los hechos consumados, están, y es inútil darse de cabeza contra ellos.

Despertar es darte a ti mismo un toque de atención para caer en la cuenta de que te estas torturando con pesadillas que son pura fantasía, de que lo que te espanta no es real; darte cuenta de que estás exagerando, sobredimensionando cosas insignificantes, y que las suposiciones de tu cabeza las estás revistiendo con visos de veracidad.

Basta despertar, y se deja de sufrir. A medianoche, el mundo está cubierto de tinieblas. Amaneces, y… ¿Dónde se escondieron las tinieblas? No se escondieron en ninguna parte. Sencillamente, no eran nada. Y al salir la luz se ha comprobado que eran nada.

Siempre que te sorprendas a ti mismo, en cualquier momento del día o de la noche, agobiado por la angustia o el temor, piensa que estás dormido o soñando; haz una nueva y correcta evaluación de los hechos, rectifica tus juicios, y veras que estabas exagerando, presuponiendo, imaginando.

El aprendizaje del arte de vivir nos se termina cuando el hombre alcanza su mayoría de edad, o al conseguir un diploma universitario para ejercer una profesión y ser autónomo. Porque vivir no consiste en ganarse el sustento cotidiano o en formar un hogar. ¿Qué consigue el hombre con haber asegurado una sólida situación económica o con haber educado una hermosa familia, si su corazón sigue agonizando en una tristeza mortal?

Vivir es el arte de ser feliz; y ser feliz es liberarse, en mayor o menor grado, de aquella ansiedad que, de todas formas seguirá porfiadamente los pasos humanos hasta la frontera final.

El arte de vivir constituirá, pues, en una progresiva superación del sufrimiento humano, y, por este camino, en una paulatina conquista de la tranquilidad de la mente, la serenidad de los nervios y la paz del alma.

Paciencia significa, que es el arte de saber, significa tomar conciencia de que la naturaleza es así. Hay que comenzar por aceptarla tal cual es, para no asustarse cuando los resultados no sean proporcionales a los esfuerzos o cuando los efectos hayan sido extrañamente imprevisibles.

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