Luis Prado
Haití, en concreto, tiene algunas desventajas físicas respecto de su vecino, la República Dominicana -menos lluvias, suelo más pobre, los ríos de las montañas dominicanas fluyen en su mayoría hacia el este...-. Sin embargo, los dos países, como escribe Jared Diamond en su extraordinario libro Colapso. Cómo las sociedades eligen fracasar o sobrevivir, son el perfecto antídoto para el determinismo geográfico, el mejor ejemplo de cómo son las sociedades las que deciden el destino de un país.
Hagamos un poco de historia. Cuando Colón llega a La Española en 1492 se calcula que habitaban la isla medio millón de nativos, los taínos. Para su desgracia, tenían oro. En 1519 quedaban tan sólo unos 11.000. España tuvo que importar mano de obra esclava, pero pronto encontró lugares en el continente americano de mayor interés.
La negligencia española llevó a la ocupación francesa del tercio occidental de la isla para finales del siglo XVII. El cultivo intensivo de la caña de azúcar, acompañado de una salvaje deforestación y de pérdida de fertilidad del suelo, convirtió a Haití en la colonia más productiva de Francia en 1785. Para entonces, su población esclava ascendía a 700.000 personas, el 85% del total, frente a los 30.000 de la parte de la isla que seguía siendo española.
La rebelión de los esclavos haitianos y la Constitución de la primera república negra en enero de 1804 horrorizó al Occidente blanco. Las nuevas autoridades haitianas legislaron para que nunca se repitiera la tragedia de la esclavitud: no habría más plantaciones, sino pequeñas parcelas de tierra para la subsistencia de cada familia, y se prohibió el establecimiento y las inversiones de los extranjeros.
Al autoaislamiento se unió la exclusión. Haití era la encarnación de la peor pesadilla del colonialismo blanco. Como dice Ian Thomson, autor de Bonjour Blanc, a Journey Through Haiti, "se pensaba que los haitianos eran incapaces de gobernarse a sí mismos porque eran negros. Luego había que probar que eran ingobernables". EE UU, por ejemplo, sólo reconoció la independencia de Haití en 1862, en plena guerra civil. Pese a todo, la pequeña república era aún mucho más rica que su vecina, a la que invadió en varias ocasiones en el siglo XIX. Sin embargo, la República Dominicana contaba con algunas ventajas: no estaba superpoblada, sus habitantes hablaban español y no creole y eran de origen europeo, recibían bien a los hombres de negocios extranjeros y desarrollaron una economía de exportación.
Los países sufrieron inestabilidad política y administraciones atroces -en Haití, de 22 presidentes entre 1843 y 1915, 21 fueron asesinados o expulsados del poder; en la República Dominicana, entre 1844 y 1930 hubo 50 cambios de presidente- y la ocupación durante varias décadas por EE UU. Y después, el despotismo del clan Duvalier y el clan Trujillo. Dos dictaduras cleptómanas cuyas secuelas aún se pueden sentir. No hay maldición geográfica. La suerte de Haití se decidió mucho antes del terremoto de hace una semana.
El País. Es. Miércoles 20 enero 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario