Carlos Enrique Cabrera
A OWL, uno de los conjurados
Tal y como andan las cosas hoy en esta media isla en la que nos ha tocado en “suerte” vivir, es un rotundo éxito y un auténtico privilegio el que hayamos logrado finalmente la invisibilidad total y absoluta.
Ello supone que (contra viento y marea y a pesar de los pesares) no hemos acumulado grasas ni toxinas en los músculos, tósigos y ponzoñas en el alma, bajos y retorcidos pensamientos en la cabeza, mentiras y falacias en la boca, bienes y posesiones materiales en las arcas obtenidos a cualquier precio y a como de lugar, "riquezas" que nos atan, nos maniatan y nos vinculan de forma indisoluble a todo lo peor y a los peores.
Por otra parte, la invisibilidad nos libera de caraduras y pelmazos, anodinos, graciosos sin gracia, frivolones, aburridos soporíferos, comediantes y falsarios, engreídos y petulantes y toda la ingente masa de pseudo letrados que se exhibe hoy por doquier con la mayor desvergüenza, sin el menor pudor, pontificando sobre lo divino y lo humano.
Todo un rotundo éxito, pues, el que hayamos logrado definitivamente la invisibilidad total y absoluta, que ni nos vean ni nos oigan ni nos huelan. Nadie. Nunca. En ninguna ocasión, oportunidad ni circunstancia.
Sólo nos resta ahora coronar la ardua y titánica labor. ¿Cómo? Haciendo uso de este maravilloso don para transformar la realidad (social, económica y política) del país de manera íntegral sin que siquiera caigan en la cuenta de ello los perversos.
Todo llegará.
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