miércoles, 20 de enero de 2010

La Coleccionista de abrazos



Freddy Ginebra

Siempre hago entrevistas, pregunto cosas y la gente amablemente responde, personalidades, gente que sale en los periódicos, que es sobresaliente en nuestra sociedad. Esta vez decidí hacer algo diferente, entrevistar a Paula.

Paula es una mujer cuyo único merito, confiesa ella, ha sido haber criado a sus hijos, hoy todos profesionales, haberse aguantado a un marido insoportable hasta llevarlo felizmente a su tumba y haber sobrevivido dignamente hasta el final como una santa madre esposa.

-Mi vida ha sido rica- comienza diciéndome mientras se mira las manos ya arrugadas-, rica porque necesité pocas cosas para ser feliz.

En mi época nos educaban para construir un hogar, cuidarlo y defenderlo-eso último me lo dice con una risa nerviosa-, porque había que aguantar, no es como ahora que las muchachas por cualquier cosita botan a los maridos y se buscan otro, eso ni soñarlo.

Además, en mi tiempo aquello de coser y bordar y poner la aguja en su mismo dedal, era ley de Dios.¿Y quién se atrevía?- deja caer la pregunta.
La miro con simpatía, con deseos de abrazarla peor no lo hago.

-¿Y cuántos hijos tuvo?

-Cuatro. Res varones y una hembra, pero no murió cuando era un niño y todavía lo lloro.

Los tres se hicieron profesionales-continúa-, aquí sólo queda la hembra, los otros se fueron a vivir fuera son jóvenes y aspiran a otra cosa, nunca entendí pero tampoco pude oponerme, me hacen mucha falta, mucha.

Aquí siento que sus ojos se llenan de lágrimas, evito mirarla.

La mecedora en la cual está sentada mi entrevistada se mueve lentamente. Como si merecerse fuera una manera de combatir el nerviosismo. Trato de ser suave y amoroso.

-Vivir ha sido difícil, parece que morir lo será también- me dice sentenciosamente-, ya ves donde estoy, nadie tiene tiempo, corren momentos complicados, la hija trabaja mucho, tiene un marido que viaja, dos hijos y viven ocupados.
El asilo donde nos encontramos esta silencioso. Un ruiseñor canta a o lejos.
-En casa de mi hija no tenía a nadie que me cuidara y ya me he caído dos veces-la entiendo-, aquí estoy acompañada con otras como yo, pero no es lo mismo, la lejanía de los hijos es muy grande, no les digo nada, cuando vienen pongo mi mejor cara.

-¿La visitan a menudo?-Cuestiono
.
La anciana respira profundo y no me mira. Su opaca mirada está perdida en sus adentros. El silencio se hace pesado y difícil.

-Cuando quieren-dice resignada-, cuando quieren…

-¿Y esos miércoles, que son?

- Esos miércoles son la felicidad, toda la felicidad… con los años solo me interesan los abrazos, los colecciono para cuando no los tengo…

Y entonces se dibuja lentamente una sonrisa.

ALABANZA. Revista de la Renovación Carismática Católica 2010. Número 178.

No hay comentarios:

Publicar un comentario