miércoles, 20 de enero de 2010

Como sucede siempre



Ligia Minaya
Denver, Colorado.

Así es, una ventana al recuerdo se abre cuando menos lo esperas, cuando estás buscando algo distinto, y a mí me sucedió con el reencuentro inesperado de este libro.

Buscando otra cosa encontré algo que no recordaba entre tantas cosas. Un libro de poemas de José Ángel Buesa. Lo compré en Santiago, cuando era todavía muy joven, en el 1961, a un librero de la calle, de nombre Nicolás Estrella ¿estará vivo todavía? Recuerdo estos datos porque los tengo apuntados en sus páginas. Siempre anoto la fecha y el precio en que compré un libro porque me gusta saber los años que lleva en mi poder y cómo han cambiado los precios. Junto a este, encontré también uno pequeñito de Neruda y El Rayo Que No Cesa, de Miguel Hernández. Me encanta la poesía. La aprendí a declamar de la mano de Aurora Tavares Belliard, mi profesora más querida. Algo que ahora se ha perdido y los poetas leen sus poemas como a quien le aprietan los zapatos. Como lo hacía Neruda, que más que declamarlos parecía lamentarse.

Pero bueno, siguiendo con José Ángel Buesa, que a estas alturas parece que pasó de moda, pues ahora se usa otro tipo de poesía, una mañana, mientras estaba en Santo Domingo, le recitaba Marlene Ginebra, joven amiga, un poema romántico y ella se quedó encantada, tanto que se lo tuve que escribir con papel y lápiz. Me dio tanta alegría que aquí se lo copio a mis lectores:

"Este domingo triste pienso en ti dulcemente/y mi vieja mentira de olvidos ya no miente/la soledad, a veces, es el peor castigo…/Pero, ¡que alegre todo si estuvieras conmigo!/Entonces no querría mirar las nubes grises/formando extraños mapas de imposibles países;/y el monótono ruido del agua no sería/un motivo secreto de mi melancolía./Este domingo triste nace de algo que es mío,/que quizás es tu ausencia y quizás es mi hastío,/y mientras corren las aguas por la calle en declive,/y el corazón se muere de un ensueño que vive./La tarde pide un poco de sol, como un mendigo/y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo;/y tendría la tarde, fragantemente muda,/el ingenuo impudor de una niña desnuda./Si estuvieras conmigo, amor que no volviste,/¡que alegre me sería este domingo triste!

Así es, una ventana al recuerdo se abre cuando menos lo esperas, cuando estás buscando algo distinto, y a mí me sucedió con el reencuentro inesperado de este libro. Me vi joven, caminando por las calles de Santiago, con un vestidito floreado, con sueños y deseos rondando en mi cabeza, con la esperanza bordeándome el corazón, con metas trazadas y con el sentimiento de seguridad de que las alcanzaría. Unas las he logrado, las más, otras se han quedado en el baúl de los sueños rancios, como melancólicas promesas que no cumplieron su cometido, otras que todavía puedo alcanzar y lucho por llegar a ellas. Ese libro, ha sido un volver al pasado hermoso, desde la ventana de un presente en que solo se saborea lo bueno, lo amable, y con una sonrisa en los labios, con el corazón cantando, he vuelto a vivir un tiempo ya ido.

Diario Libre. Saudaces. Sábado 16 de enero.

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