sábado, 12 de septiembre de 2009

El disfraz y la máscara



Por André Leroi-Gurjan

El artista también es un instrumento y esto aparece todavía con más claridad en el disfraz. La pintura corporal y el disfraz han desempeñado un importante papel en el arte prehistórico, puesto que el ocre rojizo es el primer testimonio de una manifestación estética y casi todas las representaciones de hombres en el arte de la edad del reno son personajes enmascarados o disfrazados. Sin duda no es una coincidencia que los primitivos actuales obedezcan a las mismas incitaciones estéticas que les llevan también a ellos a pintar su cuerpo y las paredes de acantilados y grutas. El ocre, la tierra blanca, el carbón de madera, el plumaje de pájaro pegado con sangre, los cabellos y la barba trenzados de manera extraña pertenecen a los procedimientos que tienen universalmente el poder de transformar al hombre mismo en instrumento figurativo. Los australianos, en el mundo actual, son los virtuosos de esta técnica, que surge en todos los estadios de las sociedades evolucionadas. La aplicación directa sobre la piel de pastas y colorantes conduce a una figuración tanto más dramática cuanto que está animada directamente por los músculos del rostro y los miembros del actor. Aún más que la máscara es una transformación.

La máscara y el disfraz que cubre completamente el cuerpo pertenecen a un grado superior. A partir de la máscara el artista está incluido por completo en un cascarón figurativo que gana existencia propia. Empieza a producirse una disociación entre el actor y el personaje, mientras que la pintura corporal realiza la continuidad entre el mundo figurativo y el yo figurante.

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