domingo, 30 de agosto de 2009

PROTEINA Y LECHUGA. Entrevista: Entre hermanos- las Flores



Juan Cruz

Las hermanas Flores han vivido en el epicentro de un volcán, Lola Flores. No todo fue alegría en esa vida ilimitada que les dio la madre. Tras la muerte de Lola, murió su hijo Antonio. Las huellas de ambos terremotos les hicieron más hermanas .

Por esta familia, la de las hermanas Lolita y Rosario Flores, pasaron al menos dos terremotos; uno grande, lleno de energía, Lola Flores, la madre, y otro tremendo, un terremoto que dejó sin aliento al padre, Antonio González, El Pescaílla, y a las dos chicas: la muerte del hermano Antonio.

Parecía imposible, pero de una energía grande y del otro terremoto terrible las dos salieron a flote. Heredaron la energía de la madre, y su genio.

Les dije cuando acabó la conversación, en el garaje, donde acababan de hacerle unas fotos a Rosario:

-Ustedes son, como dice Manuel Vicent, proteína pura...

Lolita no dejó un segundo para añadir:

-Proteína pura... con un poco de lechuga.

Rápidas, intensas, veloces. Rosario estaba antes; hablamos un rato, hasta que llegó su hermana. Entonces Lolita se hizo dueña del resplandor que las sigue irradiando, y Rosario, la menor, asentía. Acaso la confluencia de aquellos dos terremotos las convirtió en más hermanas.

-Ella me ayuda -dice Rosario-, siempre lo hizo. Y cuando murió Antonio...

Cuando murió Antonio, aquella casa fue la locura, y la locura convirtió a Rosario en una mujer asomada a un abismo.

-Si la hubieras visto... Yo decía: "Antonio ha muerto, ¡pero que no se me vaya ésta también!".
Ésta mira ahora a su hermana hablar; Lolita está sacando a flote la memoria que más las junta: la alegría y el dolor.

Lola era la alegría. Murió el 16 de mayo de 1995. Ella había sido un mito de España. Y su hijo, Antonio, había heredado su genio, "el arte", como dicen las chicas. Catorce días después del fallecimiento de la madre, el hijo murió también, en la casita a la que Lola Flores iba a verle cuando el hijo llegaba tarde y su ruido la alertaba. Eran confidencias de horas, y el abismo que Rosario tuvo cerca cuando murió Antonio se le abrió por completo. Madre e hijo estarían juntos, pero a ellas (y al padre) se les abría para siempre el hueco de dos ausencias que ahora siguen latiendo. El Pescaílla los sobrevivió diez años. Ahora ellas están solas, y aquí, delante de nosotros, contando cómo son dos hermanas que se recuperan de tanto terremoto.

En Lolita hallé esa melancolía que la tele achica; es una mujer fuerte, veloz, pero tiene esos ojos hondos que también están en los gestos de sus canciones; y la fibra de Rosario quizá quien mejor la captó sea Pedro Almodóvar en aquella película, Hable con ella, en la que hace de torera. Esencial, contenida, parece un junco.

Y es un junco. Le obsesiona el arte, el arte es todo. Quiere que sus hijos tengan arte, "que sean artistas". La madre "tenía arte en todo: como madre, como persona, como artista". "Y era supergraciosa", añade, "muy divertida, muy inteligente, sabiendo comprender todos los momentos, muy adelantada a su tiempo".



Las educaron, dicen, "con amor, con mucha libertad, sin miedo". Lolita le lleva seis años a la menor. "Claro que cuando tienes seis años menos das la lata, y cuando pasa el tiempo ya eres igual que la otra". Cuando la edad importaba, Rosario atosigaba a la hermana: "¿Por qué te pintas? ¿Por qué fumas? ¡Se lo voy a decir a papá!". Rosario recuerda:

-Me mosqueaba con ella porque cuando se hizo grande dejó de jugar.

-Estaba un poco harta porque mi madre me decía: "Ten cuidado con tus hermanos, estáte pendiente de ellos". Y yo contestaba: "Hay muchas tatas. ¿Por qué tengo que ser yo?".

-Usted -le digo a Lolita- sería la madre bis.

-Cuando se iban de viaje, mis padres me encargaban de ellos dos, aunque estuvieran rodeados de gente. "Tú eres la mayor, ten cuidado de ellos, que no se peleen, que no se caigan". La hermana mayor siempre crece, pero la vida luego te une. Pero siempre serás la mayor...

-La que intuye lo que le pasa a la otra

-Y viceversa... Pero cuando era chica, Rosario iba a su bola, estaba en su mundo; y era uña y carne con Antonio, se ponían los dos de acuerdo, siempre estaban pinchándome. Porque yo era bastante tranquila y ésta era una revoltosa...

-Era muy mala, muy nerviosa -corrobora Rosario.

-No, mala no has sido nunca. Nerviosa, eras nerviosa.

-Sí, era muy nerviosa. Ahora soy más tranquila, pero tengo mucho nervio interior...

-Siendo hijos de esa madre, a ver cómo iban a ser tranquilos los Flores...

-Ninguno somos tranquilos -acepta Rosario. Y Lolita la refrenda:

-Lo que pasa es que ella sí exterioriza más su nerviosismo; es más inquieta. Yo soy más casera, le doy muchas vueltas a todo en la cabeza. Ella tiene más ímpetu. En ese sentido somos diferentes.

Las trataban por igual, dicen, Lola buscaba la armonía. "Pero era muy lista", cuenta Lolita. "Sabía decirnos la palabra justa a cada una. Para que no nos sintiéramos ofendidos. Nunca pensé que mi madre quisiera más a Rosario o a Antonio que a mí. Y creo que ellos tampoco. Nunca tuve celos de mis hermanos porque mis padres estuvieran más pendientes de cualquiera de ellos que de mí; ni siquiera de ella, que era la más chica. A mí lo que me tenían era harta, porque ellos querían jugar y yo pasaba".

-¿Y envidia, tampoco han sentido envidia entre ustedes, artistas las dos, en el mismo mundo las dos?

Dice Rosario:

-Depende de cómo te críen, de lo fuerte que te hagan, lo que tus padres te hagan sentir.

-La envidia -dice Lolita- nace si te han educado para envidiar. En los seres humanos hay envidia, rencor, ira; todo eso existe. Como dice Rosario, que seas envidioso depende del amor que te hayan dado en tu casa.

Con el padre, la relación fue "de respeto", que es una palabra que dicen mucho las hermanas Flores. "De respeto. Mi padre", dice Rosario, "era muy respetuoso, muy libre con nosotros, y muy cariñoso, nunca nos gritó". "A mí sí", le rectifica Lolita: "Cuando llegaba tarde". "Pero eso no era gritar". "Lo que pasa es que a ustedes los dejaban ir de noche a las casas de los amigos. Y a mí no me lo habían permitido jamás".

-Los padres evolucionaron, Lolita.

-Claro. ¡Es que no tuvieron más cojones! Y al ser la primera, yo pagué el pato. Para quedarme a dormir en casa de mi amiga Charo Vega tenía que ponerme a llorar. Pero Rosario, como era la más cariñosa de los tres, les daba muchos besos a mis padres, se los zamaleaba muy bien, y al final no tenía ningún problema: iba a donde quería.

-Usted era menos diplomática.

-Y más seca.

Aquel mayo de 1995 se produjo la devastación. Lola, el hijo. La madre, el hermano. Habla la hermana mayor:

-La muerte de mi madre fue para mí un cataclismo. Una muerte anunciada, pero un cataclismo. Se me iba una parte de mí muy importante... Me acuerdo muchas veces de ella, me emociono, como ahora. Tus hijos van creciendo, te vas poniendo en la piel de tu madre. Tenía ya mis dos hijos en el mundo; los de Rosario aún no habían nacido.

Fue un cataclismo muy grande, repite Lolita. "Lo que pasa es que la muerte de mi hermano fue tan de repente, tan insospechada y tan fuera de sí, que fue un shock para todos. ¡Y para mí fue un shock doble ver a mi hermana y sentir ese dolor que ella sentía por la muerte de Antonio! Sabía la unión que había entre ellos dos. No solamente tenía la pena de mi hermano y la pena de mi madre. Cuando lo de mi hermano, en el estado que estaba, grité: "¡Me quedo sin la otra, se me va todo, mi padre se me muere!".

Tuvo miedo Lolita, tuvo ese miedo. "Rosario saltaba, daba gritos. Llegaron los del Samur y les dije: 'Él ya se ha ido; por favor, ponerle una inyección o algo a Rosario, que se muere, se me va'. Mi miedo era Rosario, Antonio ya se había ido".

Responsabilidad y cariño: ya era Lolita la madre bis, Lolita Lola. "Se me llenan los ojos de lágrimas, es muy duro". Eso las hermanó más. "Con esa energía crecimos. Nuestras vidas han cambiado porque no los tenemos, pero no sólo porque se fueron nos fuimos a vivir juntas, sino porque papá se había quedado. Cuando hay una hecatombe tan grande es cuando sabes la dimensión de lo que has perdido".

-Sobre todo -dice Rosario- te das cuenta de lo que quieres a los hermanos; te das cuenta de ese amor tan grande que sentía por mi hermano.

Los hermanos, según Rosario, "son más que amigos. Es una unión muy grande; son como los brazos y las piernas, porque cuando se te va un hermano de tu alma es como si se te fuera una pierna o un brazo. Los hijos son el tronco. Se te va un hijo y es como si te quitaran el tronco; no tienes vida ni tienes nada, porque los hijos son tu tronco del árbol, y los hermanos son las piernas y los brazos. No hay un amigo que te conozca como tu hermano, no hay un amigo que te quiera como tu hermano, no hay un amigo que se pueda parecer a tu hermano".

Un hermano, le dice Lolita, "es más que todo eso. Las amistades las eliges, los hermanos te vienen. A ti te conozco, no hace falta que me expliques qué te pasa; sé si estás bien o mal. Y a ti te pasa lo mismo, me entiendes por el tono de la voz. El hermano tiene un sexto sentido que comprende al otro hermano".

Rosario quiere que sus hijos tengan arte, "ya lo tienen". "Porque el arte te enriquece, te da energía, te hace muy libre". Rosario quiere que los chicos sientan el arte, "que sepan disfrutar de la vida". ¿Y Lolita? "Me da igual, que hagan lo que quieran. Lo que quiero es que sean felices".
A pesar de los terremotos, ellas son felices. Y son proteína pura. Fue ahí donde Lolita se pareció más a Lola. Dijo enseguida, como si batiera palmas: "Proteína pura..., con un poco de lechuga".

EL PAIS.COM. 30/08/2009

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