Por Adrian Morales
Foto: Franz B. Comarazamy
Blanca Kais Barinas escribe de las cosas que siente, sufre y disfruta. Escribe más cuando la atormenta una pena y en los momentos de soledad. “Ahí es cuando una se desborda y escribe con el alma”, me confiesa. Para esta mujer de 73 años publicar un libro es como dar a luz, regocijarse con la satisfacción de poder llevar a los demás lo que la embargó en el momento de la creación. Le alegra saber que el lector adaptará el libro a sus circunstancias y que con plena libertad lo verá a su manera. Se siente realizada cuando alguien le dice: “yo hubiera querido escribir eso mismo” o “eso es exactamente lo que yo quería expresar”.
Las letras siempre han sido la pasión de Blanca. Se gradúo en el Instituto Dominicano de Periodismo y entre los diversos cursos que realizó se cuentan el de economía política, en la Henry George School of Social Sciences, y el de Auxiliar de Bibliotecología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Ha publicado dos libros de poemas, Las manos del tiempo (1998) y El giro azul (2006), y uno de cuentos, El compromiso (2006). Dos de sus relatos le valieron menciones de honor: en el concurso Casa de Teatro (2000) por “El compromiso”, y en el concurso Virgilio Díaz Grullón del Banco Central (2002), por “La visa de la abuela”.
Nuestro encuentro no fue planificado. Reconozco que tampoco fue fortuito. Si hubo un plan –nada maquiavélico–, fui yo quien lo ideó; si hubo un cómplice, su aspecto era azul y se llamaba “Programa”, que me llevó hasta el Pabellón de Autores Dominicanos de la recién concluida Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2009. Allí Blanquita –como el cariño me ha permitido decirle desde que nos conocimos– leería los versos de El giro azul. El ambiente era el más propicio, entrevistaría a la escritora y amiga después de que nos deleitara con su intervención. Ella no lo sabía, la tomaría por asalto.
Su sorpresa fue mayúscula, no se imaginaba que yo estuviera entre el público que la aplaudió al final de cada poema y mucho menos que la raptara hasta la sombra de unos árboles cercanos para tener por adelantado el intercambio que debía suceder dentro de un mes en su casa de San Cristóbal. Fue más bien una conversación entre dos amigos, en medio de la admiración y el respeto mutuos y el buen humor que nos caracteriza a ambos. De esa tarde maravillosa brotaron estas preguntas y respuestas que Revista Cayena recibe hoy con beneplácito.
Foto: Franz B. Comarazamy
Blanca Kais Barinas escribe de las cosas que siente, sufre y disfruta. Escribe más cuando la atormenta una pena y en los momentos de soledad. “Ahí es cuando una se desborda y escribe con el alma”, me confiesa. Para esta mujer de 73 años publicar un libro es como dar a luz, regocijarse con la satisfacción de poder llevar a los demás lo que la embargó en el momento de la creación. Le alegra saber que el lector adaptará el libro a sus circunstancias y que con plena libertad lo verá a su manera. Se siente realizada cuando alguien le dice: “yo hubiera querido escribir eso mismo” o “eso es exactamente lo que yo quería expresar”.
Las letras siempre han sido la pasión de Blanca. Se gradúo en el Instituto Dominicano de Periodismo y entre los diversos cursos que realizó se cuentan el de economía política, en la Henry George School of Social Sciences, y el de Auxiliar de Bibliotecología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Ha publicado dos libros de poemas, Las manos del tiempo (1998) y El giro azul (2006), y uno de cuentos, El compromiso (2006). Dos de sus relatos le valieron menciones de honor: en el concurso Casa de Teatro (2000) por “El compromiso”, y en el concurso Virgilio Díaz Grullón del Banco Central (2002), por “La visa de la abuela”.
Nuestro encuentro no fue planificado. Reconozco que tampoco fue fortuito. Si hubo un plan –nada maquiavélico–, fui yo quien lo ideó; si hubo un cómplice, su aspecto era azul y se llamaba “Programa”, que me llevó hasta el Pabellón de Autores Dominicanos de la recién concluida Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2009. Allí Blanquita –como el cariño me ha permitido decirle desde que nos conocimos– leería los versos de El giro azul. El ambiente era el más propicio, entrevistaría a la escritora y amiga después de que nos deleitara con su intervención. Ella no lo sabía, la tomaría por asalto.
Su sorpresa fue mayúscula, no se imaginaba que yo estuviera entre el público que la aplaudió al final de cada poema y mucho menos que la raptara hasta la sombra de unos árboles cercanos para tener por adelantado el intercambio que debía suceder dentro de un mes en su casa de San Cristóbal. Fue más bien una conversación entre dos amigos, en medio de la admiración y el respeto mutuos y el buen humor que nos caracteriza a ambos. De esa tarde maravillosa brotaron estas preguntas y respuestas que Revista Cayena recibe hoy con beneplácito.
ARM: ¿A qué edad comenzaste a escribir?
BK: Lo primero que escribí fue una cancioncilla a los nueve años. Se la dediqué a un caminito que había detrás del patio de mi casa. Decía algo así: “Caminito de mi hogar que de flores está lleno…” Mis primeros escritos se publicaron en el periódico “Surge”, del colegio San Rafael, en San Cristóbal.
ARM: ¿Quién te inculcó la pasión por las letras desde tan pequeña?
BK: Tiene algo de genética, creo. En mi familia hay muchos artistas en varias manifestaciones. Mi padrino, que era médico, y mi papá me regalaban libros. Empecé a leer a los cuatro años y recuerdo que a esa edad ya tenía un interés muy grande por la lectura. En el colegio San Rafael había una monja, Sor Margarita (tía de Jorge Taveras), que me alentó en ese aspecto.
ARM: ¿Qué autores recuerdas te llegaron en la adolescencia?
BK: Me atraía Gustavo Adolfo Bécquer. No sé si por influencia de un novio que tuve en esos años de adolescente. Siempre sentí admiración por la obra de Pablo Neruda. No tengo autores especiales. Me sucede como con los cantantes, no tengo un favorito, me gustan canciones específicas. De los escritores no necesariamente me gusta el conjunto de su obra. De los autores del patio prefiero a Franklin Mieses Burgos y Jeannette Miller. En el Instituto de Poesía de San Cristóbal fui alumna de Domingo Moreno Jiménez. Lo respeto y admiro, pues creó un movimiento de escuela, pero nunca he podido escribir como él. Esa línea sentimentalista no se me da.
ARM: ¿Entonces estás feliz con tu línea?
BK: Sí, creo que no debemos forzarnos, ni tratar de ser de tal manera. Hay que ser espontáneos. Con que me complazca mi estilo y a la gente le guste, es suficiente. No se trata de escribir para concursos. Y mira que he navegado con suerte, aunque nunca estuvo en mis planes y te confieso que no sé cómo me dejé llevar para concursar. No voy a negarlo, me agrada recibir un premio. Pero ante todo quiero serme fiel a mí misma y sentirme bien con lo que escribí. Tampoco he tratado de seguir ninguna escuela, determinado lineamiento o estilo. Eso no va conmigo.
ARM: ¿Cómo fue tu infancia?
BK: Mi papá decidió irse a vivir al campo, nunca supe las razones que lo motivaron a dejar la ciudad. Yo tenía nueve años. Agradezco muchísimo esa experiencia de vivir en Hato Mayor, mi segundo pueblo. Luego, ya en la madurez, volví por razones de divorcio, pero San Cristóbal es mi lugar de origen, donde está mi familia. Considero un privilegio haberles dado esa oportunidad a mis hijos, de vivir parte de su infancia en Hato Mayor, en contacto directo con la naturaleza, con la riqueza del campo dominicano. San Cristóbal es mi raíz, donde me eduqué y me enamoré por primera vez, donde vivo desde 1976.
ARM: San Cristóbal te debe mucho. Allí presides el Centro Duartiano y tu labor con los jóvenes, como directora de la Casa de la Cultura, es meritoria.
BK: Bueno, espero que sea meritoria. Necesitamos relevo, a la juventud le hace falta orientación y apoyo. Uno se desespera porque quiere hacer más… Tengo dos experiencias hermosas. A veces llamo a los niños limpiabotas del parque para leerles cuentos. Un día uno de ellos se me quedó mirando muy atento, y al preguntarle por qué me miraba así, me dijo: “es que yo nunca había oído un cuento”. En otra oportunidad fui a una escuela de barrio, de bajos recursos, a dar una charla sobre la importancia de la lectura. Cuando iba por la calle, un niño me gritó: “¡Blanquita, Blanquita, ya tengo un libro!”. Él lo expresaba como si tuviera un tesoro, como si fuera un premio. Para mí resultó ser el mayor premio, ver que un niño, a quien yo incentivé a leer, ya estaba leyendo. Eso es bello.
ARM: ¿Cómo te sientes al ver crecer a tus alumnos en el mundo artístico?
BK: Es una bendición asistir a sus exposiciones, verlos iniciarse en los caminos del arte y hacerse hombres y mujeres de bien. Muchos de esos jóvenes se han destacado en la literatura, en sus actitudes ante la sociedad. El trabajo ha sido duro, difícil, pero he visto los resultados.
ARM: A nivel personal has visto los resultados. Pero si eso se hiciera a nivel de autoridades, no importa el gobierno de turno…, de estimular la alfabetización y el interés por la lectura, seríamos mejores seres humanos.
BK: Habría menos maltrato a la mujer y violencia intrafamiliar. Uno de los grandes problemas de nuestro país es la educación. Una persona educada no hace ciertas cosas y sí otras positivas. La educación es vital para el desarrollo de un pueblo. De ahí parte todo.
ARM: Háblame de la Blanquita luchadora.
BK: He estado en varios frentes de lucha. Por ejemplo, cuando la Secretaría de Cultura debía existir, fui fiel defensora. Me gusta involucrarme en lo que tenga que ver con el avance del país, el desarrollo de los jóvenes. Durante la dictadura de Trujillo estuve casada con Agustín Perozo, miembro de una de las familias que más muertos tuvo en esa época. El que debió haber sido mi suegro desapareció y nunca se supo dónde lo enterraron. A un cuñado que no conocí lo asesinaron a los 14 años en San Francisco de Macorís. En su escuela pusieron un cartel que decía “Abajo Trujillo”, y como él era Perozo, se le pegó a él. Mi esposo tuvo que exiliarse porque lo iban a matar. Me dejó embarazada. Vivíamos en constante sobresalto y angustia. Cuando me comprometí con Agustín, mi papá me dijo: “Te voy a regalar un traje negro, porque vas a ser viuda”. Yo pensaba que no lo vería más. Fueron años de dolor y miedo, hasta que él pudo regresar luego de la muerte del tirano.
ARM: Y durante esos años escribiste.
BK: Sí, escribí un cuento que se llama precisamente “El traje negro”, y otros relatos de corte social que no pude publicar en ese tiempo.
ARM: Hace unos minutos, en la lectura poética, hablaste de la turmalina. ¿Qué te atrae de esa piedra?
BK: El nombre me llamó la atención. Estuve buscando turmalina en las joyerías de la capital y no encontré. El dueño de la joyería Capriles, que es mi amigo de infancia, tenía una hacía años y me la regaló en un dije. Según leí, la turmalina es una piedra preciosa muy dura y resistente, que adopta varias tonalidades. Yo también soy resistente y me sé adaptar a los cambios. Siempre he dicho que no sé mucho de nada pero soy curiosa de todo. Soy como la turmalina.
CAYENA. Revista digital. Sábado 9 mayo 2009.
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