Diógenes Valdez
(Este texto fue escrito a solicitud de Radio Santa María, para ser incluido en un calendario de actividades)
De todos los aspectos que conforman un cuento, hay dos que son fundamentales: el tema y el desenlace o final.
(Este texto fue escrito a solicitud de Radio Santa María, para ser incluido en un calendario de actividades)
De todos los aspectos que conforman un cuento, hay dos que son fundamentales: el tema y el desenlace o final.
Resulta comprensible que antes de sentarse, lápiz y papel en mano, dispongamos de un tema con la fuerza o garra suficiente para construir un cuento. Encontrar un tema apropiado tiene sus bemoles, aunque para romper la regla aparece en el panorama literario una figura sin parangón, Anton Chejov, maestro de la narrativa sin temática trascendencia ni desenlace relevante.
El paradigma de la narrativa breve en nuestro país y, posiblemente en todo el continente americano, es Juan Bosch, quien dice (y cito de memoria), que para construir un cuento se precisa de un hecho (tema) que posea “verdadera importancia”. Sin embargo, un mismo hecho puede tener y no tener importancia. Pongamos un ejemplo para aclarar lo que parece un galimatías: un limosnero que recibe un peso en la puerta de una iglesia, a manera de óbolo, constituye un hecho irrelevante, porque es lo cotidiano, pero si un día cualquiera recibe como limosna una papeleta de mil pesos, este hecho de por sí podría tener una verdadera relevancia, porque son muchas las conjeturas que se podrían hacer en torno al mismo: podría ser que esa fuese la primera vez que ese hombre tuviese en sus manos tal cantidad de dinero, pero podría ser también, entre muchas posibilidades, que después de hacer un centenar de planes, aquella papeleta resultara falsa.
Como se ve, es necesario tener un olfato especial para diferenciar un buen tema, de otro que no lo es.Obtenidas estas dos premisas, puede llegar a pensarse que las cosas resultarán más fáciles. Podría ser que sí, pues sólo hay que ponerse a escribir nuestro cuento, pero ¿cómo empezarlo? Bosch propone que sea con una frase de conjuro que sustituya con eficacia las antiguas fórmulas “había una vez”, en “cierta oportunidad”, o “en cierta ocasión”. Dichas las cosas de este modo, parecería fácil comenzar un cuento, pero, ¿cómo habrá de ser esa frase de conjuro, y sobre todo, dónde encontrarla?
Ernest Hemingway el gran narrador norteamericano es quien parece ofrecernos una respuesta. En su célebre novela autobiográfica, “París era un fiesta”, nos dice lo siguiente:
“... a veces, cuando empezaba un cuento y no había modo de que arrancara, me sentaba ante la chimenea y apretaba una monda de mandarina y caían gotas en la llama y yo observaba el chisporroteo azulado. De pie miraba los tejados de París y pensaba: no te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que escribir es una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas. Cursivas D. V.)
En las cursivas está la clave para iniciar con éxito un cuento. Esa “frase tan verídica como sepas” es la frase de conjuro que Bosch propone, aunque ésta no tenga ninguna relación con el tema, sin embargo, debe contener tanta certeza como al autor le sea posible.
Pero hay otra razón fundamental por la cual el escritor que se inicia debe tomar muy en cuenta las recomendaciones de Hemingway y Bosch, en sus “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” lo señala de una manera muy clara, y es la siguiente: el lector debe creer todo lo que el escritor dice, desde el principio del cuento”, porque esta es la única forma de atrapar la atención del lector. Otra recomendación nos hace el gran escritor norteamericano y es la siguiente: “... poner en la cabeza la primera frase sencilla que se hubiera escrito”, esto significa que esta primera “frase verídica” esté construida con palabras cotidianas.
Lo demás es menos complejo. Después del inicio viene el desarrollo: que son todos los pasos que da el personaje principal, desde el momento de su aparición hasta que la narración comienza a cobrar intensidad. Cuando la intensidad alcanza el punto más alto, se dice que la narración ha alcanzado el clímax, e inmediatamente alcanzado éste, debe procederse a finalizar el cuento, para que esa intensidad no se diluya. Pero como ese final había sido previsto mucho antes de iniciar el proceso de construir el cuento, sólo tendríamos que agregar éste a todo lo que con anterioridad se había escrito.
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