Agustín Perozo Barinas
“En la historia de nuestro país hay ejemplos de políticos de genuina probidad, que sacrificaron estoicamente todo interés personal en beneficio de los superiores intereses de la Patria. Sin embargo, su ejemplo no fue seguido por todos. Y se impuso una actitud que, al convertirse en la de la mayoría, transformó el trabajo noble del auténtico político en una actividad que pasó a ser sinónimo de pago de favores electorales, prebendas y beneficios personales. Desnaturalizada de ese modo, la política llegó a ser en la práctica más que nada politiquería y demagogia.” Capítulo I, Política, Politiquería y Demagogia (1983). Augusto Pinochet Ugarte.
Quien vivió en una dictadura sabe valorar la democracia. Quien valora la democracia lucharía por salvaguardarla. Y salvaguardarla implica un rosario de serios compromisos generales. La democracia, como el amor, se aprecia en su justa dimensión cuando se pierde. ¿Y cómo se pudiera perder la democracia? Cuando deja de serlo. Dejando de desempeñar su papel fundamental: promover el bienestar de la gente y en libertad. George Bernard Shaw escribió: “Libertad significa responsabilidad. Y es por eso que los hombres la recelan.” ¿El actual sistema promueve el bienestar de la gente? ¿La sociedad en su conjunto lo entiende así? ¿Tanto los que ejercen el voto integrados a los que se abstienen? Seamos francos: la mayoría, no. La mayoría absoluta de la sociedad dominicana no cree que este sistema promueva su bienestar. La otra mayoría; la relativa, sujeta al asistencialismo clientelar, es de uso privativo de la clase política gobernante desde mayo de 1961. ¿Qué hacer? De nuevo, inspirarnos en la verdad para analizar los hechos y sus resultados. E ir más allá de las conclusiones deducidas, pues de otra manera, en las elecciones presidenciales del 2012 alguien de la Triple Alianza las ganará con apenas un 25% del total del universo sufragante. Y será, nos guste o no, nueva vez, un gobierno llamado “representativo, democrático, liberal y participativo”. Citando otra vez a Shaw: “El hombre razonable se adapta al mundo; el imprudente persiste en adaptar el mundo a sí mismo. Por lo tanto, todo progreso depende del hombre imprudente”.
Es correcto moverse en la esfera de este tipo de imprudencia, denunciando desde toda tribuna que se facilite, la pérdida de valores y de las posibilidades materiales lícitas de los dominicanos. Y a la vez aportar ideas, que sean buenas o no, pero al menos que se recurran como temas de debate para implantar las que sí son buenas. En una confrontación con el general fascista Millan-Astray, en 1936 en Salamanca, Miguel De Unamuno le expresó: “A veces callar es mentir... Usted ganará porque tiene suficiente fuerza bruta. Pero no convencerá. Porque para convencer usted necesita persuadir. Y para persuadir necesitaría lo que no tiene: Razón y Derecho.” Millan-Astray le gritó en respuesta: “Muerte a la inteligencia. Y larga vida a la Muerte”, y sacó a Unamuno de la Universidad de Salamanca, donde era rector, a punta de pistola. Unamuno sufrió un ataque cardíaco y murió en una semana. La sociedad dominicana está secuestrada por los políticos de la Triple Alianza; y los reclamos de la sociedad civil, ante estos poderes constituidos, parecieran reflejo de esa admirable y valiente posición de Miguel De Unamuno en medio de la impotencia y la indignación. El título de este artículo es una frase de Emile Zola, quien le escribiera al presidente francés en 1898: “Mi deber es hablar. No tengo deseo de ser un cómplice.”
Si sencillamente hubiese forma alguna de castigar a los desfalcadores del erario público, enérgica y puntualmente, con fórmulas probadas en sociedades más avanzadas como la simple fiscalización de los patrimonios y capitales de todo funcionario público, realizada autónomamente por la Dirección de Impuestos Internos, para determinar si el origen de esos bienes son lícitos o fruto del peculado durante su gestión administrativa y, si esto último fuere el caso, sancionarlo de acuerdo a leyes concluyentes en este tenor. Curiosamente, pero no sorpresivamente, tenemos que el ámbito jurídico dominicano no lo permite. Y en las monsergas legales, las explicaciones, figuraciones, justificaciones y alegatos que nos dan los expertos con sus galimatías, apologistas del status quo, no encontramos expectativas de que algún proyecto de ley que enmarque este anhelo de muchos buenos dominicanos evolucione en las cámaras legislativas actuales, hasta el 2016!, pues “las clases no se suicidan”. Es una pretensión onírica pues ni la Declaración de Bienes se cumple a cabalidad en la Administración Pública, como lo establece la Ley al presente. Continuar persuadiendo a la gente con estas denuncias en definitiva es cuesta arriba por la pobre proyección que tiene cada individuo por sí solo en la sociedad. Y nuestra clase política lo sabe y domina muy bien manteniendo la desarticulación y dispersión de los insatisfechos, al manipular la opinión pública maleable con el añejo artificio de “pan y circo” y “miente, miente, que algo queda...”. Y a los que no encorvan nos exhiben como quejosos resentidos, rebeldes impenitentes, labradores del desierto. Para esta clase política huera, rancia y corrupta; lo que sirve, no sirve. Y hasta llegan a creérselo en su propia ficción; que por ser ficción no deja de ser real el desgaste al alma nacional. Mantener una posición firme contra la depredación y rapiña de las arcas públicas, en todas sus vertientes y manifestaciones, no un simple enunciado. Es una responsabilidad colectiva. Un compromiso social ineluctable. Cada recurso extraído y usufructuado del erario público, por funcionarios y particulares, castiga el bienestar de la sociedad. Como la educación, por ejemplo, que es plataforma intrínseca del desarrollo de los pueblos. Y a la aspiración por una consistente institucionalidad que afirme el cumplimiento taxativo de las normas.
Tenemos una sociedad inmadura, delineada así por los poderes fácticos para su fácil manipulación y utilización. Y un capital social debilitándose progresivamente. Son realidades evidentes e irrebatibles. Es un daño generacional y revertirlo para la recuperación del entendimiento sano de la población general dominicana tomaría décadas, asumiendo que más temprano que tarde asuma al poder alguien con luces propias y desligado de intereses particulares y que esté conjugado a favor de los intereses de la nación dominicana. Que también responda a intereses particulares legítimos y lícitos, pero nunca en detrimento del interés nacional. ¿Quién rebatiría que gran proporción de las deudas sociales acumuladas en República Dominicana tienen su origen en el robo de los recursos públicos? Una sobrevaluación de insumos hospitalarios ha sido tan nefasta como la misma práctica en obras viales y de infraestructura a lo largo de 50 años. Y en todas las instituciones públicas la sobre remuneración de funcionarios y su larga estela de incentivos y, en muchos casos, altas pensiones injustificadas. El nepotismo en altas esferas, el tráfico de influencias, el grado a grado, los pagos múltiples, subvaluaciones aduanales, evasiones tributarias, comisiones exorbitantes, etc. Intentar enumerar la cantidad, variedad y el costo de los actos dolosos en contra del Estado y el pueblo dominicano en estas cinco décadas pasadas, tomaría una enciclopedia de varios tomos, muy voluminosos cada uno. Y nadie está obligado a develar el origen de su fortuna. Si ya fueran cosas del pasado, fuera más cómodo ver hacia el futuro sin este pesado anclaje. Pero el escamoteo sigue, tan campante... Estos marrulleros son un riesgo para la democracia dominicana. J’accuse!
Quien vivió en una dictadura sabe valorar la democracia. Quien valora la democracia lucharía por salvaguardarla. Y salvaguardarla implica un rosario de serios compromisos generales. La democracia, como el amor, se aprecia en su justa dimensión cuando se pierde. ¿Y cómo se pudiera perder la democracia? Cuando deja de serlo. Dejando de desempeñar su papel fundamental: promover el bienestar de la gente y en libertad. George Bernard Shaw escribió: “Libertad significa responsabilidad. Y es por eso que los hombres la recelan.” ¿El actual sistema promueve el bienestar de la gente? ¿La sociedad en su conjunto lo entiende así? ¿Tanto los que ejercen el voto integrados a los que se abstienen? Seamos francos: la mayoría, no. La mayoría absoluta de la sociedad dominicana no cree que este sistema promueva su bienestar. La otra mayoría; la relativa, sujeta al asistencialismo clientelar, es de uso privativo de la clase política gobernante desde mayo de 1961. ¿Qué hacer? De nuevo, inspirarnos en la verdad para analizar los hechos y sus resultados. E ir más allá de las conclusiones deducidas, pues de otra manera, en las elecciones presidenciales del 2012 alguien de la Triple Alianza las ganará con apenas un 25% del total del universo sufragante. Y será, nos guste o no, nueva vez, un gobierno llamado “representativo, democrático, liberal y participativo”. Citando otra vez a Shaw: “El hombre razonable se adapta al mundo; el imprudente persiste en adaptar el mundo a sí mismo. Por lo tanto, todo progreso depende del hombre imprudente”.
Es correcto moverse en la esfera de este tipo de imprudencia, denunciando desde toda tribuna que se facilite, la pérdida de valores y de las posibilidades materiales lícitas de los dominicanos. Y a la vez aportar ideas, que sean buenas o no, pero al menos que se recurran como temas de debate para implantar las que sí son buenas. En una confrontación con el general fascista Millan-Astray, en 1936 en Salamanca, Miguel De Unamuno le expresó: “A veces callar es mentir... Usted ganará porque tiene suficiente fuerza bruta. Pero no convencerá. Porque para convencer usted necesita persuadir. Y para persuadir necesitaría lo que no tiene: Razón y Derecho.” Millan-Astray le gritó en respuesta: “Muerte a la inteligencia. Y larga vida a la Muerte”, y sacó a Unamuno de la Universidad de Salamanca, donde era rector, a punta de pistola. Unamuno sufrió un ataque cardíaco y murió en una semana. La sociedad dominicana está secuestrada por los políticos de la Triple Alianza; y los reclamos de la sociedad civil, ante estos poderes constituidos, parecieran reflejo de esa admirable y valiente posición de Miguel De Unamuno en medio de la impotencia y la indignación. El título de este artículo es una frase de Emile Zola, quien le escribiera al presidente francés en 1898: “Mi deber es hablar. No tengo deseo de ser un cómplice.”
Si sencillamente hubiese forma alguna de castigar a los desfalcadores del erario público, enérgica y puntualmente, con fórmulas probadas en sociedades más avanzadas como la simple fiscalización de los patrimonios y capitales de todo funcionario público, realizada autónomamente por la Dirección de Impuestos Internos, para determinar si el origen de esos bienes son lícitos o fruto del peculado durante su gestión administrativa y, si esto último fuere el caso, sancionarlo de acuerdo a leyes concluyentes en este tenor. Curiosamente, pero no sorpresivamente, tenemos que el ámbito jurídico dominicano no lo permite. Y en las monsergas legales, las explicaciones, figuraciones, justificaciones y alegatos que nos dan los expertos con sus galimatías, apologistas del status quo, no encontramos expectativas de que algún proyecto de ley que enmarque este anhelo de muchos buenos dominicanos evolucione en las cámaras legislativas actuales, hasta el 2016!, pues “las clases no se suicidan”. Es una pretensión onírica pues ni la Declaración de Bienes se cumple a cabalidad en la Administración Pública, como lo establece la Ley al presente. Continuar persuadiendo a la gente con estas denuncias en definitiva es cuesta arriba por la pobre proyección que tiene cada individuo por sí solo en la sociedad. Y nuestra clase política lo sabe y domina muy bien manteniendo la desarticulación y dispersión de los insatisfechos, al manipular la opinión pública maleable con el añejo artificio de “pan y circo” y “miente, miente, que algo queda...”. Y a los que no encorvan nos exhiben como quejosos resentidos, rebeldes impenitentes, labradores del desierto. Para esta clase política huera, rancia y corrupta; lo que sirve, no sirve. Y hasta llegan a creérselo en su propia ficción; que por ser ficción no deja de ser real el desgaste al alma nacional. Mantener una posición firme contra la depredación y rapiña de las arcas públicas, en todas sus vertientes y manifestaciones, no un simple enunciado. Es una responsabilidad colectiva. Un compromiso social ineluctable. Cada recurso extraído y usufructuado del erario público, por funcionarios y particulares, castiga el bienestar de la sociedad. Como la educación, por ejemplo, que es plataforma intrínseca del desarrollo de los pueblos. Y a la aspiración por una consistente institucionalidad que afirme el cumplimiento taxativo de las normas.
Tenemos una sociedad inmadura, delineada así por los poderes fácticos para su fácil manipulación y utilización. Y un capital social debilitándose progresivamente. Son realidades evidentes e irrebatibles. Es un daño generacional y revertirlo para la recuperación del entendimiento sano de la población general dominicana tomaría décadas, asumiendo que más temprano que tarde asuma al poder alguien con luces propias y desligado de intereses particulares y que esté conjugado a favor de los intereses de la nación dominicana. Que también responda a intereses particulares legítimos y lícitos, pero nunca en detrimento del interés nacional. ¿Quién rebatiría que gran proporción de las deudas sociales acumuladas en República Dominicana tienen su origen en el robo de los recursos públicos? Una sobrevaluación de insumos hospitalarios ha sido tan nefasta como la misma práctica en obras viales y de infraestructura a lo largo de 50 años. Y en todas las instituciones públicas la sobre remuneración de funcionarios y su larga estela de incentivos y, en muchos casos, altas pensiones injustificadas. El nepotismo en altas esferas, el tráfico de influencias, el grado a grado, los pagos múltiples, subvaluaciones aduanales, evasiones tributarias, comisiones exorbitantes, etc. Intentar enumerar la cantidad, variedad y el costo de los actos dolosos en contra del Estado y el pueblo dominicano en estas cinco décadas pasadas, tomaría una enciclopedia de varios tomos, muy voluminosos cada uno. Y nadie está obligado a develar el origen de su fortuna. Si ya fueran cosas del pasado, fuera más cómodo ver hacia el futuro sin este pesado anclaje. Pero el escamoteo sigue, tan campante... Estos marrulleros son un riesgo para la democracia dominicana. J’accuse!
No hay comentarios:
Publicar un comentario