Ramón Emilio Jiménez
Mucho de original y típico tiene la cuaresma en el país. En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno revestía una gravedad que ahora no tiene. Se hacía la cuarentena de abstinencia con una rigidez eremitita. Y no era solo para el cuerpo, la imposición de sacrificio, sino para el alma, que adoptaba actitudes de recogimiento rayanas en ascetismo puro.
Así, los amantes no podían casarse en este tiempo. Les estaba vedado el uso de las formalidades de la larga visita o sea el “comer gallina”. También que guardarse de malicias y permanecer como si estuviesen deshechas las ataduras a modo de puente de intimidad entre sus corazones.
De ahí el conocido cuarteto popular:
“Miércoles Día de Ceniza
Se despiden los amantes;
Sábado tocando a gloria
Vuelven a lo que eran antes”.
Y así era. Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan eucarístico. La piscina probática se abría para ellas de tarde, con ansias de purificación. Aquellas prácticas no se compadecen con las intimidades del noviazgo. Penitencia y querencia repelíanse.
Hoy se baila en cuaresma lo mismo que en carnaval. Antes no: la fiebre danzante desaparecía. Muchos jugadores hacían abstención de dados y barajas, temerosos de jugar, como otros judíos, la túnica inconsútil. Os músicos, desde el baile de tentación hasta el sábado de gloria, no contaban con más gajes de orquesta. Como por encanto cesaban las licencias para fiestas en las Sindicaturas Municipales. Los revólveres se enmohecían en las cananas, el sable en las cintadas vainas.
El ayuno es general los miércoles y viernes. Desde muy temprano invaden el mercado cocineras hábiles en regateos con las burdas comadres que traen, desde el amanecer, árganas repletas de coliflor o repollo para el mixto plato de cuaresma., hecho de esta hoja guisada con bacalao y huevos salcochados aparte y sumados al guiso en vísperas de “apearlo”.
Pero el plato favorito de cuaresma son los “frijoles con dulce”, indispensables el Miércoles de Ceniza, el Viernes de Dolores y el Viernes Santo. Casas hay en las cuales no se hace otra comida en esos días. Como priva el hábito de hacer coparticipes del sabroso manjar a los afectos más caros del vecindario, hay a veces en una mesa más de diez fuentecillas de distintas casas con el mismo alimento. Y de todos los platos han de servirse todos los comensales, y así no se oye más que el clamor impertinente de los chicos: “¡Los frijoles de tía!”, “¡los de Nenena!”, “¡los de siña Juana!”, y la mesa se hace interesante. Unos frijoles son más blancos: los más ricos en leche; otros tienen ausencia total de granos y muestran a os ojos codiciosos la púrpura de espesada crema incitadora; otros lucen óvalos de galletas diminutas sobrenadando como esquifes en un mar cardenalicio.
Ya lo dijimos, es el plato cuaresmal por excelencia. El rico grano recibe, en el suplicio de la olla, baño de agua, nevada de leche reforzada por una de coco y otra de azúcar, y a ellos sumados los ingredientes mantequilla, batata en trocitos para espesar crema enriquecida con pasas y especias, y por ultimo el cazabe. El típico cazabe puesto adorar en la parrilla impregnado de grasa y espolvoreado de sal, que se reserva para arrojarlo en pedazos sobre las fuentes humeantes en el momento decisivo del ataque.
Y que honda fruición para el campesino cuando es “hembra” la Cuaresma! Entonces cobija el rancho que tenia” parado en blanco” destinado a la rica hoja aromática, que está para “cogerse”, o siembra de otros frutos del terreno. Pero si es “macho” la cuaresma, rumiará la pena de la sequía. Los vientos alisios son crueles en época de penuria acuosa. Se ensañan en la vegetación y la despojan de atractivos. Son muy frecuentes los remolinos y con ellos las invocaciones a Santa Bárbara, con que la piedad fervorosa cuida de los techos pajizos que la furia neumática hace emigrar a las nubes.
Esos remolinos provocan curiosísimas escenas de familias. A veces surgen en la proximidad de una patio en donde hay un alambre con ropas tendidas al sol, y como ironía del meteoro viajan en el aire, a gran altura, piezas de uso directo, que sólo así podrían ostentarse en una publicidad escandalosa, las cuales van a caer en los parques muchas veces, sin que se logre localizar el sitio de procedencia por el empeño que ponen sus gentiles dueñas en que se ignore quienes son las víctimas del grosero meteoro.
En tal cuaresma sufren agotamientos muchos ríos, y se secan arroyos y quebradas. A la tristeza propia de la conmemoración de los cuarenta días de Cristo en el desierto, únese la natural tristeza de las cosas sin vida que la sequía abatió como si compenetrara el duelo anticipado de los corazones en vísperas de la celebración de la máxima tragedia de la cruz, semilla de Tabor y fruto de eternidad.
AL AMOR DE BOHIO. Sociedad de Bibliófilos INC. 1975. Santo Domingo. República Dominicana.
Mucho de original y típico tiene la cuaresma en el país. En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno revestía una gravedad que ahora no tiene. Se hacía la cuarentena de abstinencia con una rigidez eremitita. Y no era solo para el cuerpo, la imposición de sacrificio, sino para el alma, que adoptaba actitudes de recogimiento rayanas en ascetismo puro.
Así, los amantes no podían casarse en este tiempo. Les estaba vedado el uso de las formalidades de la larga visita o sea el “comer gallina”. También que guardarse de malicias y permanecer como si estuviesen deshechas las ataduras a modo de puente de intimidad entre sus corazones.
De ahí el conocido cuarteto popular:
“Miércoles Día de Ceniza
Se despiden los amantes;
Sábado tocando a gloria
Vuelven a lo que eran antes”.
Y así era. Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan eucarístico. La piscina probática se abría para ellas de tarde, con ansias de purificación. Aquellas prácticas no se compadecen con las intimidades del noviazgo. Penitencia y querencia repelíanse.
Hoy se baila en cuaresma lo mismo que en carnaval. Antes no: la fiebre danzante desaparecía. Muchos jugadores hacían abstención de dados y barajas, temerosos de jugar, como otros judíos, la túnica inconsútil. Os músicos, desde el baile de tentación hasta el sábado de gloria, no contaban con más gajes de orquesta. Como por encanto cesaban las licencias para fiestas en las Sindicaturas Municipales. Los revólveres se enmohecían en las cananas, el sable en las cintadas vainas.
El ayuno es general los miércoles y viernes. Desde muy temprano invaden el mercado cocineras hábiles en regateos con las burdas comadres que traen, desde el amanecer, árganas repletas de coliflor o repollo para el mixto plato de cuaresma., hecho de esta hoja guisada con bacalao y huevos salcochados aparte y sumados al guiso en vísperas de “apearlo”.
Pero el plato favorito de cuaresma son los “frijoles con dulce”, indispensables el Miércoles de Ceniza, el Viernes de Dolores y el Viernes Santo. Casas hay en las cuales no se hace otra comida en esos días. Como priva el hábito de hacer coparticipes del sabroso manjar a los afectos más caros del vecindario, hay a veces en una mesa más de diez fuentecillas de distintas casas con el mismo alimento. Y de todos los platos han de servirse todos los comensales, y así no se oye más que el clamor impertinente de los chicos: “¡Los frijoles de tía!”, “¡los de Nenena!”, “¡los de siña Juana!”, y la mesa se hace interesante. Unos frijoles son más blancos: los más ricos en leche; otros tienen ausencia total de granos y muestran a os ojos codiciosos la púrpura de espesada crema incitadora; otros lucen óvalos de galletas diminutas sobrenadando como esquifes en un mar cardenalicio.
Ya lo dijimos, es el plato cuaresmal por excelencia. El rico grano recibe, en el suplicio de la olla, baño de agua, nevada de leche reforzada por una de coco y otra de azúcar, y a ellos sumados los ingredientes mantequilla, batata en trocitos para espesar crema enriquecida con pasas y especias, y por ultimo el cazabe. El típico cazabe puesto adorar en la parrilla impregnado de grasa y espolvoreado de sal, que se reserva para arrojarlo en pedazos sobre las fuentes humeantes en el momento decisivo del ataque.
Y que honda fruición para el campesino cuando es “hembra” la Cuaresma! Entonces cobija el rancho que tenia” parado en blanco” destinado a la rica hoja aromática, que está para “cogerse”, o siembra de otros frutos del terreno. Pero si es “macho” la cuaresma, rumiará la pena de la sequía. Los vientos alisios son crueles en época de penuria acuosa. Se ensañan en la vegetación y la despojan de atractivos. Son muy frecuentes los remolinos y con ellos las invocaciones a Santa Bárbara, con que la piedad fervorosa cuida de los techos pajizos que la furia neumática hace emigrar a las nubes.
Esos remolinos provocan curiosísimas escenas de familias. A veces surgen en la proximidad de una patio en donde hay un alambre con ropas tendidas al sol, y como ironía del meteoro viajan en el aire, a gran altura, piezas de uso directo, que sólo así podrían ostentarse en una publicidad escandalosa, las cuales van a caer en los parques muchas veces, sin que se logre localizar el sitio de procedencia por el empeño que ponen sus gentiles dueñas en que se ignore quienes son las víctimas del grosero meteoro.
En tal cuaresma sufren agotamientos muchos ríos, y se secan arroyos y quebradas. A la tristeza propia de la conmemoración de los cuarenta días de Cristo en el desierto, únese la natural tristeza de las cosas sin vida que la sequía abatió como si compenetrara el duelo anticipado de los corazones en vísperas de la celebración de la máxima tragedia de la cruz, semilla de Tabor y fruto de eternidad.
AL AMOR DE BOHIO. Sociedad de Bibliófilos INC. 1975. Santo Domingo. República Dominicana.
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