Camila Henríquez Ureña
Fragmento:
Lo primero que debe hacer el lector que desea leer bien es dejar atrás esa carga de juicios preconcebidos y tratar de vencer los obstáculos que le vedan la entrada. Los primeros obstáculos que tendrá que vencer los encontrara dentro de su propia mentalidad.
El primer obstáculo es la ignorancia, que consiste más bien en saber mal que en no saber. Sus manifestaciones más palpables son:
1.- La confusión del goce estético con la diversión, porque la actitud mantiene al lector en un bajo nivel de placer vulgar y le impide progresar;
2. La ignorancia que consiste en querer leer solamente cosas fáciles, sencillas, en lugar de literatura que sea compleja y exija madurez mental. En un pasado no muy distante, era costumbre limitar la lectura de las jóvenes solteras a una literatura elemental, formada en su mayor parte por novelistas azucaradas rosas o blancas. Aunque esto ha pasado de moda, hay siempre ciertos lectores y lectoras que cultivan la lectura de obras menos inocuas, pero de calidad semejante, y así logran mantener su mentalidad al nivel de niños de 10 años, sin tener, por desgracia, la frescura y flexibilidad del cerebro infantil. Esto es producto y causa a la par de pereza mental, del horror al esfuerzo, que proviene de no saber que no hay verdadero placer sin empleo de energías.
3.- Otro obstáculo es la falta de imaginación. Se busca siempre la misma clase de emoción, y toda nueva experiencia se rechaza; como los niños pequeños que desean oír innumerables veces la repetición del mismo cuento, sin variar un detalle. Lo diferente es inaceptable, increíble, inverosímil. Es el tipo que encarna en el Asesor Irak, en el drama de Ibsen, Hedda Gabler, cuando, al oír el disparo que le revela el suicidio de Hedda, sólo atina a decir: “¡esas cosas no se hacen!”. A que este tipo de lector le podemos sugerir que siga el ejemplo de la reina Blanca ( en Alicia en el país de las maravillas), que se esforzaba en creer cinco cosas increíbles todos los días antes del desayuno. En este obstáculo se presentan ciertas variantes, como el creer que todo lo que es habitual para nosotros es perfecto, y el juzgar el pasado según las reglas del presente y toda conducta por las normas de nuestra moral. Es evidente que dentro de esas limitaciones no hay perspectivas históricas ni penetración psicológica posibles.
Afín es ese el obstáculo que presentan los temperamentos inflexibles, que fijan de antemano los límites de su gusto y lo declaran infalible e invariable. Con un “a mi no me gusta” sentado a priori, este tipo de de lector sigue siendo el mismo, en increíble estrechez y tozudez, portada la vida, cerrando las puertas a toda posibilidad de desarrollo a través de nuevas experiencias. Lee lo convencional, sabiendo de antemano que los es, y se convierte en un invalido mental. Algunos rechazan de antemano la literatura que hace vibrar fuertemente las fibras emocionales; otros declaran que ciertos temas no se pueden tratar en literatura porque son groseros o no son decentes, o no caben dentro de tal o cual credo religioso o político, o pintan la desdicha y la miseria que son “tan chocantes”, en lugar de hacernos ver que vivimos en el mundo del doctor Pangloss, (en Candido, de Voltaire). Si se aplican estos criterios con exactitud, se suprimirá, sin excepción todo lo que en este mundo es literatura valiosa.
La raíz de este obstáculo es una creencia errónea: en pensar que comprender es estar de acuerdo necesariamente. No es así. Examinemos el proceso que debe seguir normalmente una lectura fructífera.
El buen lector aspira a comprender. Para lograrlo deja a un lado, al empezar, sus opiniones y perjuicios y trata de seguir al autor cuya obra lee; no de dictarle lo que debe decir, sino identificarse con el libro. Si por el contrario, el lector resiste, se enfrenta a el haciendo reservas mentales y en actitud de crítica destructiva al empezar, no saca provecho alguno de lo que lee. Si abre su mente lo más posible, los matices y los detalles que ser muy finos le podrían pasar inadvertidos, lo llevará poco a poco a sentir la esencia de un vivir humano que no será igual a ningún otro, y comenzará a darse cuenta de lo que el autor esta tratando de decirle. Dice Virginia Wolf que es como contemplar y apreciar en sus detalles y conjunto un edificio bien construido; “pero las palabras son menos tangibles que las piedras, y leer es un proceso más largo y complicado que ver con los ojos”...
Y entonces, a medida que aumentan sus lecturas, y siga comparando y juzgando, se encontrará con que su gusto irá cambiando; se hará más reflexivo, más exigente; irá aquilatando las cualidades y estableciendo nexos entre ciertos libros; unos le harán volver atrás a consultar otros; se irá dando cuenta de que puede agruparlos por ciertas características; las definirá, y tratará de derivar de ellas una dirección que las lecturas le ayudarán a confirmar o a modificar. Y entonces será cuando los grandes críticos le ayudarán realmente, cuando los comprenderá mejor, y sus obras le darán luz para examinar el arte literario y definir las ideas que acaso estén todavía imprecisamente formuladas en su mente.
No es probable que todos lleguemos a ser críticos; pero seremos lectores inteligentes, tendremos conocimientos de la literatura, no de las listas de nombres y títulos que son únicamente un índice para la lectura; por ser lectores, tendremos un papel importante, que con frecuencia se ha descuidado en nuestros días. Nuestras direcciones y nuestras opiniones irán formando el ambiente en que los escritores actúan; crearemos una influencia que se ejercerá sobre ellos silenciosa, pero efectivamente. Nosotros somos el público, cuya opinión-si está basada en la afición y el cultivo inteligente de la lectura-, influye sobre la producción literaria de modo determinante. Para nosotros se produce la obra literaria, y nuestra importancia deriva de que ejercemos una actividad que tiene en sí misma su finalidad, como todo arte: nuestra actividad es el arte de leer.
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