domingo, 28 de octubre de 2018

NATIVIDADES / Marcio Veloz Maggiolo




En el momento mismo en el que el vientre de la llamada María se iluminaba para u parto de  luz , nacían hormigas bobas  debajo del pesebre, un pequeño o hacer huevo de salamanqueja estallaba produciendo un animalillo de oro que raneaba por encima del pajonal, el buey grande dejo caer una lágrima de plata que se hizo como de azogue y se derritió entre el lodo que la noche anterior había dejado la lluvia; también, mientras María depositaba en el lecho al pequeño, nacían arañitas blancas que pintaban de luna con el viento del deserto, aprendieron en segundo la distancia y el aliento de las mieles; cuando María sintió entre sus dedos los deditos azules de su hijo, vio llegar mariposas con escenas de futuro en sus alas: una tenia dibujado el rostro de Herodes con la orden de matanzas entre los labios legibles, la otra llevaba en su alón la imagen de un hombre repartiendo panes y peces en algún lugar de Galilea: cuando María sintió la llegada de camellos y reyes distantes que se aposentaron frente al pesebre, dijo: “estos vienen a honrar a mi hijo” en efecto, dejaron oro, incienso, mirra y buenos pensamientos, mientras la murciélaga paria pequeños y volátiles seres que se posaban como el gorrión, el canario, y una estrella, en la cabecera del niño; cuando María, años después, lo vio en la cruz pudo reconocer a sus pies hormigas bobas, y vio una salamanqueja de oro trepada en el letrero que decía INRI, presintió que aquel buey que tenía los ojos vidriado era el mismo que hacia 33 años había llorado lágrimas de plata; de arañitas blancas, enanas, las mismas abejas, las que giraban sobre sus labios cuando el centurión le dio vinagre en vez de agua. En sus manos María vio nacer mariposas, y leyó en la silueta de sus grandes alas la imagen de su sepulcro abriéndose y de un hombre resucitando; su sonrisa de madre se llenó de azules, y un enorme olor de incienso y mirra se dispersó por las faldas del monte.

Durante años aquellos seres pequeños siguieron a  Jesús, lo sintieron orar y lo vieron gemir; durante años la salamanqueja, y las abejas breves, el olor de la mirra y el incienso, así como el fragor rumoroso de las alas de la mariposa fueron pequeños milagros imperceptibles, metáforas de una historia en al que no solo los hombres, sino todos los seres humildes de la naturaleza habían estado de acuerdo en que este concitador de pequeñas y grandes voluntades no era otro que el hijo de Dios.

Coloquio. El Siglo. Sábado 8 de diciembre de 1990. No. 89.

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