Agustín Perozo Barinas.
En un sistema democrático un votante sin suficiente tino para evaluar y desentrañar las propuestas programáticas de los candidatos en un torneo electoral es maleable a las ofertas y promesas demagógicas de viejo cuño pero de probado resultado, y en el peor de los casos, con dádivas y prebendas, que a fin de cuentas no es otra cosa que echar un hueso a cambio de la masa. Que una población indocta decida su destino, por el voto manipulado, es como poner al cuidado de la casa a un escuincle con una caja de fósforos en las manos...
Y guste o no, es un axioma: Un pueblo iletrado es como un peque travieso e irreflexivo. Actúa por emociones e instintos básicos, no por razonamiento fáctico ni discernimiento lógico pues le falta aún desarrollar debidamente sus herramientas intelectuales para ejercer con criterio y compromiso su derecho al voto. Sin embargo, en un sistema “para contar narices” está en su derecho votar como le plazca, pues en su entendimiento las consecuencias negativas, si las hubiera, llegarían después o especula que tal vez no le afecten en lo absoluto. Su sentido de inmediatez marca todo su accionar. Gratificación presente, nada de “mañana”, que quizás nunca llegue.
Y en el otro extremo tenemos un régimen “democrático” y sus patrocinadores que justifican y preservan este estado de cosas. Un dominio entre el desafuero y el despropósito. Son aquellos que se benefician ampliamente de este falaz método que garantiza su permanencia radicícola, mientras los que pueden conquistar cambios reales, la sociedad sufragante en su conjunto, no reacciona ante la arbitrariedad y exfoliación a que han sido sometidos durante décadas luego de la muerte del Déspota en 1961. Como autómatas seguimos bailando al mismo tono disonante, sorteando lo evidente, hasta que la cruda realidad nos toque con mayor ímpetu.
El derecho del pueblo de equivocarse no puede coartarse. Como las consecuencias las pagamos todos, inclusive justos por pecadores, ¿por qué no empeñar tiempo y emprender charlas de formación política y cívica a los obreros, campesinos, artesanos y trabajadores informales, a través de las juntas de vecinos en los barrios, en centros comunitarios, cooperativas y también en las agrupaciones de las secciones rurales?. Exposiciones prácticas, concisas y racionales, tomando en cuenta el horizonte académico de nuestro pueblo llano.
El derecho de equivocarse lleva a la frustración, la decepción y las incapacidades. No tiene otras consecuencias. Lo lamentable es que siempre hay nuevos jóvenes que entran al sistema, año tras año, que son presa fácil del discurso demagógico y desbarro de los políticos tradicionales. Si mayor enseñanza ayuda a iluminar estas mentes para que no sean objeto proficiente de lo reiterativo, eduquemos pues. La juventud compone más de la mitad del poder de voto en nuestro país. Si no es tutelada apropiadamente ejercerá su derecho a equivocarse varias veces, cada cuatro años. Suficientes períodos para consumar la disolución de República Dominicana, proceso del cual ya tenemos síntomas ciertos.
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