Agustín Perozo Barinas
=>Donde “p” es pobreza y “n” tasa de natalidad.-
Abonamos una pobreza ancestral que se empeña en reproducirse a sí misma con una tasa de natalidad que no se ajusta a las limitaciones económicas de sus familias. Esta pobreza debe ser auxiliada a terminar con ese modelo de multiplicación imprudente, subordinado a un viciado paternalismo estatal y a la natural urgencia sexual reproductiva. El crecimiento poblacional descontrolado es perjudicial para cualquier sociedad y peor aún para una sociedad subdesarrollada como la nuestra. Los pobres condenan su pobreza, por lo tanto, no deben replicarla. Procrear previendo máxima carestía para su descendencia es algo cruel e insensible, no producto del amor sino de la irresponsabilidad.
Los recursos del Estado que garantizarían un pleno desarrollo de cada nuevo miembro en la sociedad se van estrechando desplegándose así un círculo vicioso de más pobres y menos medios para lidiar con sus necesidades. ¿Qué hacer? Educar, sensibilizar y concienciar asiduamente sobre el control natal con permanentes y persuasivas campañas mediáticas y de cobertura nacional programando publicidad gubernamental y corporativa del sector privado. Establecer en lenguaje llano el vínculo entre la pobreza y la natalidad extemporánea, entendiendo por extemporaneidad la insuficiencia en el tiempo de medios sostenibles por la familia que permitan la formación digna y adecuada de un ser humano desde su nacimiento hasta su adultez productiva.
Al mismo tiempo patrocinar métodos solidarios de asistencia social que respeten la dignidad humana y sean instrumentos para avanzar la condición de la gente, no para degradarla, como ocurre con las acciones del asistencialismo clientelar electorero. La sociedad humana se compone de humanos, no de cornejas ni iguanas, como parecen creer muchos politiqueros demagogos corruptos que gorronean del erario. Por ello, una sociedad sana estaría compuesta de humanos bien desarrollados en sus potencialidades y dones naturales. Solidaria con los que presenten limitaciones y desventajas involuntarias. Una sociedad con estos equilibrios presenta mejores oportunidades para el crecimiento individual, siempre en armonía con la colectividad.
Tenemos una civilización con grandes avances tecnológicos y con muy alta dosis de soberbia mientras contemplamos los daños ecológicos y las miserias que causan nuestros logros. Aunque no hemos podido crear un solo níspero con toda esta tecnología, alabamos más el desarrollo de una nueva computadora portátil que la complejidad de esa carnosa fruta tropical... o cualquier otro elemento natural. Hasta sobran individuos que egocéntricamente se auto proclaman “personificaciones del éxito”. Nadie, con una azada, pincel, machete, pluma o arpón en las manos, por laborioso, visionario, organizado, frugal y austero que sea, puede en el aislamiento forjarse acaudalado.
Todos necesitamos de los demás. Algunos poseen y desarrollan habilidades para utilizar a los demás hasta lograr objetivos –también al dinero y sus diversas alternativas modernas -, pero en esencia es “con los demás” aunque no necesariamente “por y para los demás”. Y guste o no, “sin los demás” es un ingrato argumento para no aceptar enfoques reivindicativos “de los demás”. La pobreza no es consecuencia en términos absolutos de los procesos de acumulación de capital, aunque de esas causas sí se deriva parte de su evolución. Así las cosas, los diestros inversores se beneficiarían de una sociedad mejor preparada para un adecuado impulso de actividades que contribuyan a crear mayor riqueza estando enérgicamente comprometidos contra la pobreza. Valuando la sociedad cuantitativamente como masa crítica donde un pobre es escuetamente un consumidor ha tenido sus consecuencias negativas, desde una óptica de sensibilidad, compasión y bondad hacia los semejantes.
Los pobres, los huérfanos de futuro en esa suerte, deben recordar para no ser manipulados en mayo del 2012, otra más de tantas veces, por la Tripleta tricolor. Su indigencia debe reducirse y aspirar a suprimirla algún día. No obstante no será posible sin la participación de los pobres mismos, determinados a liberarse de su privación. El pobre embotado y manipulado como está no sabe cómo lograrlo, pero un Estado responsable y sensible puede educar y maniobrar para someter efectivamente la pobreza. No las iniquidades del espíritu humano, pues no es una manufactura de santos.
El ser humano tiene aún un largo camino que recorrer para llegar a vivir con el bien como norma existencial. Los males sociales que aborrecemos hoy son en parte resultado de escarnecer a los llamados soñadores y sinceros postuladores del bien. Mientras se hallen niños desguarnecidos, cuyas mentes no han madurado en la maldad humana, aquellos quijotes accionan sin excitaciones insípidas por una mejor sociedad que resguarde y forme a esas criaturas como buenos y productivos ciudadanos.
Abonamos una pobreza ancestral que se empeña en reproducirse a sí misma con una tasa de natalidad que no se ajusta a las limitaciones económicas de sus familias. Esta pobreza debe ser auxiliada a terminar con ese modelo de multiplicación imprudente, subordinado a un viciado paternalismo estatal y a la natural urgencia sexual reproductiva. El crecimiento poblacional descontrolado es perjudicial para cualquier sociedad y peor aún para una sociedad subdesarrollada como la nuestra. Los pobres condenan su pobreza, por lo tanto, no deben replicarla. Procrear previendo máxima carestía para su descendencia es algo cruel e insensible, no producto del amor sino de la irresponsabilidad.
Los recursos del Estado que garantizarían un pleno desarrollo de cada nuevo miembro en la sociedad se van estrechando desplegándose así un círculo vicioso de más pobres y menos medios para lidiar con sus necesidades. ¿Qué hacer? Educar, sensibilizar y concienciar asiduamente sobre el control natal con permanentes y persuasivas campañas mediáticas y de cobertura nacional programando publicidad gubernamental y corporativa del sector privado. Establecer en lenguaje llano el vínculo entre la pobreza y la natalidad extemporánea, entendiendo por extemporaneidad la insuficiencia en el tiempo de medios sostenibles por la familia que permitan la formación digna y adecuada de un ser humano desde su nacimiento hasta su adultez productiva.
Al mismo tiempo patrocinar métodos solidarios de asistencia social que respeten la dignidad humana y sean instrumentos para avanzar la condición de la gente, no para degradarla, como ocurre con las acciones del asistencialismo clientelar electorero. La sociedad humana se compone de humanos, no de cornejas ni iguanas, como parecen creer muchos politiqueros demagogos corruptos que gorronean del erario. Por ello, una sociedad sana estaría compuesta de humanos bien desarrollados en sus potencialidades y dones naturales. Solidaria con los que presenten limitaciones y desventajas involuntarias. Una sociedad con estos equilibrios presenta mejores oportunidades para el crecimiento individual, siempre en armonía con la colectividad.
Tenemos una civilización con grandes avances tecnológicos y con muy alta dosis de soberbia mientras contemplamos los daños ecológicos y las miserias que causan nuestros logros. Aunque no hemos podido crear un solo níspero con toda esta tecnología, alabamos más el desarrollo de una nueva computadora portátil que la complejidad de esa carnosa fruta tropical... o cualquier otro elemento natural. Hasta sobran individuos que egocéntricamente se auto proclaman “personificaciones del éxito”. Nadie, con una azada, pincel, machete, pluma o arpón en las manos, por laborioso, visionario, organizado, frugal y austero que sea, puede en el aislamiento forjarse acaudalado.
Todos necesitamos de los demás. Algunos poseen y desarrollan habilidades para utilizar a los demás hasta lograr objetivos –también al dinero y sus diversas alternativas modernas -, pero en esencia es “con los demás” aunque no necesariamente “por y para los demás”. Y guste o no, “sin los demás” es un ingrato argumento para no aceptar enfoques reivindicativos “de los demás”. La pobreza no es consecuencia en términos absolutos de los procesos de acumulación de capital, aunque de esas causas sí se deriva parte de su evolución. Así las cosas, los diestros inversores se beneficiarían de una sociedad mejor preparada para un adecuado impulso de actividades que contribuyan a crear mayor riqueza estando enérgicamente comprometidos contra la pobreza. Valuando la sociedad cuantitativamente como masa crítica donde un pobre es escuetamente un consumidor ha tenido sus consecuencias negativas, desde una óptica de sensibilidad, compasión y bondad hacia los semejantes.
Los pobres, los huérfanos de futuro en esa suerte, deben recordar para no ser manipulados en mayo del 2012, otra más de tantas veces, por la Tripleta tricolor. Su indigencia debe reducirse y aspirar a suprimirla algún día. No obstante no será posible sin la participación de los pobres mismos, determinados a liberarse de su privación. El pobre embotado y manipulado como está no sabe cómo lograrlo, pero un Estado responsable y sensible puede educar y maniobrar para someter efectivamente la pobreza. No las iniquidades del espíritu humano, pues no es una manufactura de santos.
El ser humano tiene aún un largo camino que recorrer para llegar a vivir con el bien como norma existencial. Los males sociales que aborrecemos hoy son en parte resultado de escarnecer a los llamados soñadores y sinceros postuladores del bien. Mientras se hallen niños desguarnecidos, cuyas mentes no han madurado en la maldad humana, aquellos quijotes accionan sin excitaciones insípidas por una mejor sociedad que resguarde y forme a esas criaturas como buenos y productivos ciudadanos.
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