FRAGMENTO
-¿Y como pasáis el tiempo
en París los señores estudiantes?-volvió a preguntar Patangruel.
-Transfretamos la ribera sequana
desde el dilúculo hasta el
crepúsculo; deambulamos por los compartimientos y las vías de la urbe;
espumamos la verbocinación latial;
como verosímiles amorhabientes, nos
captamos la benevolencia del omnipotente, omniforme y omnigenuo sexo femenino.
Ciertos dilículos nos inmiscuimos en
los lupanares de Champ-gail-llard, Matcon, Cul-de-sac-de-bourbon, de Huslien,
etcétera, y en éxtasis venéreo, inculcamos nuestras véretras en los penitentes receptáculos
de las pudendas de aquellos meretrículos amigabilísimos; después aprehendemos
en las tabernas meritísimas de la Pomme, Castell, Madeleine y Mulle, bellas espáldulas
de carnero, perforaminadas de perejil, y si por fuerte fortuna hay raridad o penuria
de pecunia en nuestras escarcelas y están exhaustas del metal ferrugíneo para
el escote, dimitimos nuestros códices y vestidos, pignorados hasta la llegada
de loís tabularios procedentes de los penates y lares patrios.
-Pero ¿Qué diablos de
lenguaje es éste?-objetó Patangruel-. ! Por Dios, que tú eres algún herético!
-Señor, no: porque libentísimamente,
en cuanto ilucerce un minutículo del
día, emigro a uno de esos tan bien arquitectados monasterios y allí,
irrigándome de hermosa agua listral, mastico un pedazo de cualquiera mística precación
de nuestros sacrificifices y
mascullando además mis precificas horas hago abstersión en mi alma de las
iniquidades nocturnas. Yo reverencio a los molipícolas.
Yo venero latrialmente al
sobrenatural astripotente. Yo amo a mis
prójimos. Yo guardo las prescripciones decalógicas, y según el poderículo de
mis fuerza, no me aparto de ellas un negrículo de uña; si bien es cierto que, a
causa de que la fortuna no superpurgita
gota en mis alcancías, soy un poco raro y lento para supergurgitar la limosna a
estas gentes pidientes de su estipendio ostialmente.
-¡Mierda!
¡Mierda!- gritó Pantagruel-. ¿Qué quiere decir ese loco? Yo creo que nos forja
aquí un lenguaje diabólico y nos encanta como un fascinador.
-Señor- le dijo uno de
sus compañeros-, sin duda ese buen mozo quiere tergiversar la lengua de los
parisienses; pero no hace más que descortezar el latín y señalar pretensiones
de pindarizar; sin duda creo que es un gran orador en lengua francesa, porque
retuerce la manera ordinaria de hablar.
GARGANTUA Y PANTAGRUEL. Francois
Rabelais. Biblioteca Edaf .1972
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