jueves, 20 de marzo de 2014

LA CATEDRAL



Pedro Henríquez Ureña (México, 1908)

No habléis de reconstrucción clamaba Ruskin, el maestro de las siete lámparas de la arquitectura. Lo que fue, por obra y gracia de la fe de los hombres ya idos, de la fuerza y el saber de siglos ya muertos, no  puede, en el flujo perpetuo de las cosas, tornar a ser jamás. Lamentadlo, como Heráclito; celebradlo, si os seduce la ilusión del progreso; pero no soñéis en reproducir el pasado. ¿no veis que, si fuera dable, reaparecerían los mundo extintos, al esfuerzo animador de los espíritus soberanos: los fecundos volverían a vivir en Atenas, los superficiales repoblarían Versalles?

¡Respetad lo antiguo! Conservadlo; hacedlo vivir con vida propia: para ello, debéis ser sabios, en modo tal que cada toque vuestro sea tímidamente fiel a la inviolada armonía del conjunto. No lo modernicéis, queriendo colocar “¡bárbara labor! sobre la tragedia de los siglos la mascara irrisoria de una edad sin arte o sin fe; no lo adicionéis, pretendiendo completar la obra en que la edad pretérita dejo caer la mano cansada, como el héroe de Manzoni. !Sabe amar lo incompleto! La Victoria de la Tracia Samos, la Afrodita de la roqueña Milos, no os hablaran si no sabéis amar su mutilación gloriosa. ¿Seriáis osados a retocar la incorregida Eneida, a terminar, cuanto abandono, iniciado apenas, la vida incalculable de Leonardo, cuanto dejo inconcluso la juventud atormentada de Shelley o de Chénier?

¡Amad la Catedral sin torre! ¡Sabed amar la Catedral de Santo domingo! Grave, si no austera; solemne, si no majestuosa, permanecerá muda, en el abatido orgullo de sus cuatro siglos, si no sabéis admirar su vida profunda. ¡Obra típica en verdad! Como el más antiguo monumento del dominio español en América, conserva en sus vigorosas líneas, en sus manos poderosas, en su ornamentación severa, el sello del siglo XVI. Cuando ella nacía, a su alrededor germinaba el impulso de las grandes conquistas; acaso recuerda el brío anheloso de cortes, la piedad enérgica de las Casas, la actividad múltiple de Oviedo. Pobre y desconocida, puede, sin embargo, decirse clara hija del gran siglo castellano fuerte y sobrio. ¡Ay! No conserva mas prestigio pictórico que la “Virgen de la Antigua”, con su rica tonalidad pardusca. Sus cuadros sagrados deberían ser obras de los precursores de Velázquez, su invocación, el “Cantemos al señor”, de Fernando de Herrera. No sufre deliquios místicos; no conoce la poesía gongorina; ni la fiesta de colores de la pintura veneciana; ni los derroches del estilo plateresco, ni las extravagancias del churriguresco; ni la opulencia de oros y cedros que colmo los templos de México y el Perú.

Sus vicisitudes han sido las mismas de la tierra desdichada que la sustenta. La prematura decadencia de la colonia la dejo sin torre; los piratas le arrebataron sus esculturas; la barbarie piadosa borro la pintura sacra de sus columnas, destruyo la clásica sillería de su coro, macho de amarillo sus muros exteriores y blanqueó su interior como sepulcro de fariseo; el fanatismo por la memoria del descubridor la ha convertido en asilo de inartística mole de mármol.

¿Queréis infligirle nueva afrenta?¡Detén la mano, Calibán: ya es tiempo!¿Eres acaso el misterioso arquitecto, sabio en estilos románicos y góticos, evocador del viejo espíritu español, capaz de erigir, tras luengos años de meditar, una torre digna del siglo de la conquista?¿eres acaso el artista que soñó Rondebach para restaurar a Brujas, desterrando de sus edificios poblados de silencio las profanadoras reformas modernas?¿Eres acaso Viollet-le-Duc, prodigio de ciencia y de amor, que consagra toda su existencia a estudiar, ojiva tras ojiva, gárgola tras gárgola, y a completar, en los límites de lo sabiamente posible, los monumentos de la Francia medioeval?

No:eres siempre Caliban; ignoras hasta tu incapacidad; ignoras que aun la labor del sabio se estima imperfecta, ignoras que si algo pudieras ensayar, en honra del viejo templo, es limpiar sus muros, volviéndolos al natural color de la clásica piedra gris.

¡No habléis de torres! San Marcos de Venecia también está sin torre: los arquitectos conocen de memoria, conservan en dibujo, sus piedras todas; y sin embargo, ¡cuánto se ha dudado para decidir que vuelva a alzarse, frente a la “piazza” llena de aves blancas, la legendaria silueta del Campanile!

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