lunes, 7 de febrero de 2011

Francisco Alberto Caamaño Deñó / Discurso de renuncia a la presidencia de la República / Diógenes Céspedes.


Introducción, contexto y efectos.
(Antología de la Oratoria en Santo Domingo / Sociedad de Bibliófilos Dominicanos, Inc.1994)).

La insurrección de abril de 1965 que o yugulada con la intervención militar norteamericana y esto lo supieron los lideres constitucionalistas civiles y militares cuando sus fuerzas no pudieron traspasar el muro de alambres que significo el corredor internacional.

La prolongación de guerra en la ciudad intramuros tuvo quizás por finalidad negociar en mejores condiciones un cese al fuego y después acuerdo que pusiera termino a las hostilidades. No cabe otra explicación, puesto que a nadie podía ocurrírsele proclamar la posibilidad de una victoria constitucionalista en un perímetro tan exiguo, sin armamentos de igual calibre que el de las fuerzas interventoras y si una retaguardia al servicio de los norteamericanos como eran llamadas fuerzas regulares y el denominado gobierno de Reconstrucción Nacional. Menos aún, con el resto el país controlado por todas estas fuerzas.

En el plano militar, la insurrección pasó a ser el símbolo de la dignidad de la república en aquella hora de crisis nacional. Por eso se sostuvo durante todos esos meses y pudo rechazar en varias ocasiones las incursiones del ejército norteamericano cuya finalidad era liquidar de cuajo la resistencia constitucionalista, que esta vez fue civil y militar, mientras que en 1916 lo fue solamente civil, ya que las guerrillas nacionalistas del este no recibieron respaldo de las otras regiones del país.

Las negociaciones diplomáticas para llegar a un acuerdo que pusieron término a la guerra patria se iniciaron poco después del estallido de la insurrección constitucionalista. Tan pronto como los Estados Unidos legitimaron su intervención a través de la OEA, se inició ese proceso, el cual terminó con el acuerdo llamado Acto Institucional y Acta de reconciliación, las cuales dieron paso, con la renuncia de Caamaño a la Presidencia, al gobierno provisional del Héctor García Godoy, cuya misión principal era pacificar el país, reconciliar a los bandos militares en pugna y organizar, reconciliar a los bandos militares en pugna y organizar las elecciones fijadas par el 16 de mayo de 1966.

Una vez firmados esos acuerdos y ya García Godoy en el poder se vio perfectamente que la derrota había sido sellada para los constitucionalistas, quienes comenzaron a ser cazados como bestias en plenas calles y campos.

El discurso de Caamaño, cuyo gobierno no tenía otra alternativa sino firmar esos acuerdos muy dignos en le plano del papel pero en la realidad práctica inoperante, se inscribe en la línea de la racionalización de la derrota, tratando de justificar que se firmó lo que más convenía a la dignidad nacional y reiteraba la promesa de restablecer la justicia nacional y reiteraba la promesa de restablecer la justicia arcaica si los acuerdos firmados eran violados por la parte contraria.

Todo esto ayudó a comprender que los norteamericanos no habían intervenido el 28 de abril por simple diversión: pero dio una justificación a los grupos foquistas de la izquierda radical que arrastró a la juventud más lúcida salida de aquella contienda a trillar el camino de la clandestinidad y la contra violencia para sobrevivir a la violencia oficial y paramilitar. La primacía de la vieja tesis de la revolución armada como única vía de alcanzar el poder cobro nuevos bríos y centenares de jóvenes encontraron la muerte selectiva en los campos del país cuando los partidos foquistas decidieron enviar sus mejores cuadros a hacer la revolución en el campo.

Solo algunos intelectuales intuyeron que con el discurso de Caamaño pronunciado el 3 de septiembre de 1965 se clausuraba un episodio de la historia dominicana y se abría otro. Rene del Risco y el grupo de poetas que acompaño a os constitucionalistas en Ciudad Nueva captaron la apertura de un nuevo ciclo conservador parecido, guardando las proporciones, al iniciado por Báez una vez concluida la guera de la restauración. La derrota fue lo que del Risco llamo “el viento frío”.

Ese viento frió recorrió todo el país y el poeta vio que sólo había desolación y tala, pero una vaga promesa de restaurar la primitiva justicia pendía como una utopía de los veteranos de la guerra de abril diseminados por playas extranjeras unos y ocultos en el país otros. Pero cuando sonaron los cuernos de aquel llamado desde la montaña ya era muy tarde, como le sucedió a Roldan en Roncesvalles.

El discurso de Caamaño queda como una rara pieza parecida a la de Espaillat, Billini o Jimenes renunciando al poder en medio de las indignidades y las trapisondas nacionales. Cada día que pasa, la acción que dejaron como ejemplo los agiganta ante la historia dominicana.

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