jueves, 1 de julio de 2010

CHISPITAS DE ORO



Blanca Kais Barinas
Ilustraciones Luís Bestard Cruz

En un lugar que no recuerdo y en un tiempo que no se, había una niña, de nombre Tatiana, de pelo rizado y ojos color aceituna.

Su padre era marino mercante y, como tal, viajaba por muchos países de los que traía historias y regalos que Tatiana esperaba con ilusión.

Por el había sabido de muchas cosas del mundo, y lo que su padre le contaba había despertado su curiosidad, lo que hizo que se interesara por la lectura para saber mas de ese mundo que su padre le descubría.

Cada tarde, después de hacer sus tareas escolares, Tatiana se sentaba en el umbral de su vivienda, añorando a su padre y esperándolo cada minuto, sin saber cuando llegaría. El le había explicado que nunca sabía cuando seria su regreso, pues sus viajes eral a lejanas tierras, y que a veces las tormentas en el mar no permitían que el barco avanzara. Por eso no tenía un día seguro para su regreso.

Su madre, desde la casa, la observaba con cariño, orgullosa de esa niña tan dulce y cariñosa. Un poco entristecida observaba como Tatiana miraba por donde su padre llegaba, pero luego se consolaba cuando pensaba en lo alegre que la niña se pondría cuando el apareciera en un momento inesperado.



Antes de partir, su padre le dejo una antigua monedita de oro para que la acompañara en todo momento hasta que el volviera. Es de suponer como Tatiana cuidaba aquella monedita que el dejo en sus manos mientras la abrazaba con ternura. Era su tesoro y no la dejaba en ningún lado, pues sentía que esta moneda la unía a su padre a través de la distancia.

Esa tarde, como otras muchas, esperaba y esperaba mientras pasaba la monedita de oro de un lado a otro de sus manitas. En esto estaba, cuando se le acerco un ancianito con las ropas deshechas, un viejo obrero, que casi no lo era, y unos zapatos más viejos aun. Tatiana se sorprendió al verlo y también se asustó un poco; pero la cara bondadosa y triste del viejito la tranquilizó, y le sonrió sin temor. El anciano se acerco más a la niña y con voz temblorosa le dijo: ¿Puedes darme algo de limosna?

Mirándole con pena, la niña recordó que su padre le decía que la palabra limosna era triste, y que la dadiva solo no era limosna cuando lo que se daba era algo valioso para quien lo recibida.

¿Qué podría darle al ancianito, que fuera de valor para ella y que aliviara su pobreza? Mientras lo miraba tratando de encontrar esa dádiva generosa sintió en su manita tibia la protegida monedita de oro, que tanto amaba.



Tuvo miedo del sentimiento que se agrandaba en su corazón, pensando que ese recuerdo de su padre era intocable: ero persistía el sentimiento de darle al viejecito su monedita de oro, y en un gesto rápido, como para no arrepentirse, puso en la mano gastada y sucia del anciano su preciado tesoro.

Seguido corrió donde su madre, quien al verla llegar tan conmovida, la recibió en sus brazos, y levantando su carita húmeda, miro sus ojos con amor, para ver asombrada e incrédula muchas chispitas de oro en sus ojos color aceituna.

Cuentos con Ropa Nueva. Antología de Cuentos del Caribe. Ediciones Unión. Cuba, 2010.

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