lunes, 29 de marzo de 2021

NOTA AL PIE / Betsy Wade.

 



Fragmento.

En los días que corren, los desafíos para Nelle Bly serán escasos. Todo cuanto les resta hacer a las mujeres con espíritu de derribar barreras es explotar el espacio y concurrir al Wonderful Saloon de McSorley.

La parte que me cupo en la reducción del número de fronteras cerras a las mujeres fue pequeña. Yo distaba de ser la primera mujer que trabajase en una mesa de corrección. Sin embargo, les contaré como se rindió tan silenciosamente como un zapato No 38.1/2 la mesa de redacción del New York Times.

Yo no había pensado en desempeñar el papel de una no ya al pie de página en la historia; lo único que deseaba era un trabajo. Me surtí de un sombrero y un par de buenas referencias, y al final de la caza me encontré de pie en la oficina del jefe.

-Siempre tuve la certeza de que la mujeres podrían ser útiles en la mesa de revisión-dijo este, mientras yo miraba nerviosa fijamente un mapa que había colgado en la pared-. La estuve esperando dieciséis años-hizo una pausa-. Mejor será que sea buena.

Y eso fue todo. No más sindicaciones ni instrucciones.

Como claramente habría sido tonto procurarme de si era o no buena, me inquiete por lo normal: ¿Qué ropa me pondría?

Mi experiencia anterior con los revisores me había enseñad que estos consideraban a todas las mujeres periodistas como charlatanas vestidas de negro.

De manera que el negro quedaba descartado.

Des pues de agonías que solo las mujeres pueden comprender, me decidí por un traje azul marino y un vestido gris, que me cubrían de pies a cabeza. Usaba gris y el azul alternadamente hasta parecer una esquizofrénica beldad de la época de guerra civil.

A los ojos de los demás integrantes de la mesa, yo era una mascota que los divertía, una amable curiosidad que, afortunadamente, se iría. Mi destinó ene se tiempo era ser revisora en el departamento de notas femeninas, y mis colega se apresuraban a explicárselo a cualquiera que preguntase que hacia una mujer escribiendo sobre el presupuesto, un crimen o un rapto.

Tras cuatro semanas de arrodaje (Cuatro semanas para aprender el léxico de leyes no escritas, el estilo del times, y miles de hechos horrendos sobre el funcionamiento del gobierno comunal), desaparecí para pasa al departamento femenino.

Cuando me devolvieron a la mesa de revisión después de un año y medio, un parto y un corte de cabellos, as cosas eran decididamente diferentes. Esta vez me quedaba allí para siempre.

Mis compañeros de trabajo se podrían calificar en tres categorías. La primera creía que la sola idea de que hubiese una mujer allí era ponzoñosa. Refunfuñaban en voz lo suficientemente alta para que se les oyera: condenación, infierno, pavadas, este sitio se está convirtiendo en un asqueroso salón de té, no es como en los viejos tiempos.

El segundo grupo, tal vez más próximo al primero de lo que podía creerse, era amable, demasiado amable. Yo no podía luchar veinte segundos con un título sin que estos caballeros me ofrecieran par elegir entre dos o más alternativas. Esto dificultaba las cosas. Yo tenía que pensar con rapidez en algo diferente, y en una buena razón para lo mío.

Los del tercer grupo se entusiasmaban en su trabajo y me ignoraban. A veces contaban hasta un chiste inocente, para que no me sintiera tanto como un apóstol de la templanza en el picnic de una fábrica de cerveza.

Ahora le contaré lo de los zapatos. Cuando yo estudiaba en la escuela de Graduados de periodismo, no había concluido todavía de “domar” mis zapatos. Al término de cada clase tenía que tantear el pupitre en busca de mi calzado, como una matrona en el cine, Varios profesores lo notaron. Durante algún tiempo fui conocida como “Betsy la descalza”.

Cuando fui al times resolví que había llegado la hora de dejar de lado mis chiquilladas. Me quedaría con los zapatos puestos. Los empleados callicidas me ayudaron a recordarlo.

Algunas noches después se me admitió descalza y todo. El hombre que se sentaba a mi lado me trajo un puñado de hojas de pruebas.

-Conserve los pies más limpios-dijo-y puso un hoja en el suelo.

A esta altura comencé a advertir lo que aún no puedo explicar: que en algún punto entre el desfallecimiento y la risa, las maldiciones y el pataleo, hay en la mesa de correcciones un trabajo exigente sí, pero cómodo, para una mujer.

Esta es apenas una de esas historias “que sόlo ahora pueden contarse”. Con todo, la pequeña nota al pie esta terminada; en las mesas de revisión del Times se sientan ahora otras mujeres, y espero que no seamos las últimas. Es un buen lugar para una mujer. Y ¿Qué puede ser mejor que estar rodeada de hombres?.

REPORTAJE  A LA REALIDAD. Edward W. Barret. Edicones Troquel Pág., 320. Argentina. 1968.

 

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