sábado, 25 de abril de 2020

LA ORQUÍDEA: LA REINA DE LAS FLORES / DIÓGENES VALDEZ


Tartufo y las Orquídeas (Fragmento).

Acabo de leer en la página 32, de fecha 29 de abril del presente año, un artículo publicado en el periódico la nación, donde su autor, muy de acuerdo con sus gustos y preferencias, confiere a la rosa el título de “Reina de las flores”. Hasta ahora no sabemos cuál de ellas, si la “gallica, la noschata, chinesi, phoenicia, gigantea, etc.” o si se refiere a cualquiera de las múltiples variedades que pueden encontrarse en una floristería.

No es cierto que la rosa sea “la reina delas flores” y en todo caso, lo más que podría alcanzar es el título de “reina consorte”, y es bien sabido que donde gobierna un rey, la reina ocupa un lugar subalterno y está destinada a realizar tareas de segundo orden e importancia.

No quisiera llamar a la orquídea “el rey de las flores”, pero si es necesario, no dudaré en hacerlo. En algunas conversaciones íntimas con personas entendidas en materia floral, me he permitido calificar a la orquídea como una ‘flor macho’, por aquello de que su nombre proviene de la palabra griega “orchis”, que significa testículo. No existe ningún otro artificio verbal para demostrar esta última aseveración. La orquídea es efectivamente una flor macho, y no debe quedar ninguna duda de que ella es “el rey” de todas las flores.

Sin embargo, el asunto no resulta tan simple como hemos expresado en algunos párrafos anteriores. La orquídea es a quien verdaderamente se reconoce como “la reina de las flores”. Y ciertamente, tal distinción resulta más que merecida, no solo por su belleza, sus colores y sus aromas, sino por la forma casi milagrosa como esta familia floral ha logrado establecerse en todos los climas y condiciones naturales. Tal milagro no sucede con la rosa.

Aunque las orquídeas se encuentran en las zonas húmedas y calurosas de las regiones ecuatoriales, donde reside casi el ochenta por ciento de la familia de las “Orchidaceae”, también es posible encontrarlas en las heladas regiones árticas, en las zonas áridas, lo mismo a nivel del mar que en las empinadas cumbres del Himalaya y los Andes. Hay especies… ¡qué maravilla!... que crecen sobre cactus, y rocas,… y hasta debajo del suelo.

Resulta asombroso que podamos constatar que entre millares de especies no aparezca un ejemplar que no ofrezca a nuestros ojos la fantasía de la floración. Las orquídeas son plantas perennes, que no mueren una vez que han producido semillas para su propagación. No vamos a cometer el sacrilegio de decir que ellas son un símbolo de la divinidad, pero si en la naturaleza, algo se asemeja a Dios o está cercano a Él, es una orquídea, por aquello de que la perennidad es un símil de la eternidad.

Las orquídeas también tienen su ilustre prosapia. Teofrasto (370-285 a. N.E.) en su tratado “Historia médica”, y en su otra obra cumbre, “Historia de la plantas”, ofrece a la humanidad el nombre con que conocemos hoy a esta hermosa planta, debido a que los tubérculos subterráneos pares de ciertas especies, se asemejan a testículos humanos. Las orquídeas no sólo han tenido un fin puramente ornamental. El interés del hombre ha encontrado aplicaciones terapéuticas en tan hermosos especímenes botánicos. Un tipo de orquídea sirvió en el pasado para curar las fiebres, el pujo y otros trastornos. Durante siglos en Europa estuvo en boga la “fitognomía” o doctrina de las figuras, debida a Dioscórides, quien hizo muy popular el uso de estas plantas en la cura de una amplia gama de enfermedades. Quizás a alguien en particular le interese saber que la “figtonomía” postulaba la curación de las dolencias a partir de hojas, frutos, raíces o semillas, cuyas figuras semejaban en forma o color, al órgano afectado.

Consideramos que es el momento adecuado para consignar, que los tubérculos de las orquídeas fueron ampliamente usados no sólo para curar padecimientos de los órganos reproductores masculinos, sino todos aquellos padecimientos relacionados con el sexo.
Fantasía o no, se tenía la creencia de que el ingerir un tubérculo grande y firme, el hombre estaría en capacidad de procrear un linaje masculino, por el contrario, si era la mujer la que comía el tubérculo pequeño y arrugado, esta tendría progenie femenina. A las porciones ocultas de las orquídeas se les atribuían cualidades afrodisíacas. En Tesalia las mujeres preparaban brebajes con tubérculos grandes para estimular la libido, en cambio, si la intención era disminuir o atenuar los instintos sexuales, usaban entonces un preparado con tubérculos pequeños y arrugados.

Aunque enormes cantidades de orquídeas se cultivan con fines ornamentales, sobre todo en adornos femeninos, su valor económico no se limita a esto, únicamente. En gran número de países las orquídeas se utilizan para fabricar instrumentos musicales, pegamentos, joyas, alimentos y ciertos productos industriales. En Indonesia, por ejemplo, las carnosas hojas de algunas especies de orquídeas se comen guisadas. En Alaska y en el Canadá, los tubérculos de orquídeas son uno de los poquísimos alimentos vegetales que consumen los esquimales, mientras que en Europa, un continente que conozco bien, es tradicional la elaboración de un budín preparado con tubérculos de orquídeas, que es muy rico en almidón. Los pseudobulbos huecos, aún hoy sirven a algunas tribus centroamericanas como instrumento musical.

El maravilloso y extraordinario arte plumario de los antiguos habitantes de México, al que se le atribuía mayor valor que el oro y las piedras preciosas, requerida de un mucilago que se obtenía de las raíces de diferentes especies de orquídeas, este pegamento se empleaba también como aglutinante de pinturas y como fijador de las cuentas multicolores en los trabajos de mosaicos.

Después de la conquista de América las orquídeas comenzaron a emplearse para elaborar un dulce español de origen árabe, llamado “alfeñique o confite”, que contiene además, aceite de almendras y azúcar. Finalmente, debemos revelar que la “vainilla”, llevada desde América a Europa por los españoles y que ahora se cultiva en las más variadas latitudes de nuestro globo terráqueo, pertenece a la familia de las “orquidáceas”, con lo que tendríamos que esta nobilísima y prestante familia del reino vegetal, no sólo le da gusto a la vista, sino que también se lo confiere al paladar.