jueves, 2 de julio de 2020

Subrayando Obras Literarias: EL AMERICANO IMPASIBLE / GRAHAM GREENE



Acostarse con un anamita es como acostarse con un pájaro; gorjean y cantan sobre la almohada. En otra época me había parecido que ninguna voz cantaba como la de Fuong. Estire la mano y le toque el brazo; también sus huesos eran frágiles, como los de un pájaro.

Entre ellas existía la superstición de que un amante que fumaba opio siempre vuelve, aun de Francia. El opio puede dañar la capacidad sexual del hombre, pero ellas prefieren un amante fiel a uno potente.

Un americano impasible. Lo resumí precisamente en esa definición, como si hubiera dicho “un lagarto azul” o “un elefante blanco”.

No se puede amar sin intuición.

Los métodos franceses son un poco anticuados, en comparación con los nuestros, tan fríos; ellos creen en la conciencia, en la sensación de culpabilidad, creen que un criminal debe ser enfrentado con su crimen, porque puede darse que pierda el aplomo y se traicione.

La muerte destruye la vanidad; hasta la vanidad del amante engañado que debe disimular su dolor.

“Consideremos, por ejemplo, el caso de los caodaistas”. O de los Joa Joa o de los Binj Xuyen, todos esos ejércitos privados que vendían sus servicios por dinero o venganza. Los forasteros los encontraban pintorescos, pero no hay nada pintoresco en la traición y la desconfianza.

Yo había aprendido una técnica: dividir para conquistar.

La muerte es el único valor absoluto en el mundo. Basta perder la vida para no perder nunca más nada. Envidiaba a los que podían ceer en Dios, y desconfiaba de ellos. Me parecía que trataban de mantener su valor con una fabula sobre lo inmutable y lo permanente. La muerte era mucho mas cierta que Dios, y con la muerte ya no existiría la posibilidad diaria de que el amor muriera. Se disiparía la pesadilla de un porvenir de tedio e indiferencia. Nunca hubiera podido ser pacifista. Matar un hombre me parecía concederle con seguridad un beneficio inconmensurable. Oh, si, la gente amaba siempre, en todas partes, a sus enemigos. Solamente preservaban a sus amigos, los preservaban para el dolor  y la vaciedad.

“Que extra;o que la población que Dios tiene en su reino sea tan pobre, asustada, helada, muerta de hambre (“No se como vamos a hacer para alimentar a toda esta gente”, me decía el cura); uno esperaría algo mejor de tan gran Rey”. Pero luego recordé que es lo mismo en todas partes, que no son los gobernantes mas poderosos los que rigen las poblaciones mas felices.

Que, rápida, sencilla y anónimamente llegaba la muerte. Aun cuando mi razón anhelaba el estado de la muerte, yo temía el acto en si como una virgen. Me hubiera gustado verla llegar con un aviso previo, para poder prepararme. ¿Para qué? No sé, ni tampoco como, a menos que fuera mirando en torno para ver qué poca cosa era lo que abandonaba. Por

Creía que un corresponsal de periódico se interesa más por el honor de su país que por una noticia.

Poseía experiencia suficiente para hacer frente a su virginidad, en el juego sexual la edad era una carta tan buena como la juventud, pero ahora no contaba ni siquiera con ese limitado porvenir de doce meses para ofrecer como triunfo, y el único triunfo era un porvenir.

Se suponía que todo corresponsal convivía con una muchacha del lugar.

Nosotros creemos que los norteamericanos adoran los dólares, pero supongo que habrá excepciones.

Por lo menos una vez por año los caodaistas celebran un festival en la Santa sede de Tanyin, que queda a unos ochenta kilómetros al noroeste de Saigon, para festejar tal año de Liberación o de Conquista, o también algún festival budista, cristiano o de Confucio. El caodaismo era siempre el capítulo favorito de mis explicaciones a los visitantes. El caodaismo, invención de un empleado del gobierno cochinchino, era una síntesis de estas tres  religiones. La Santa Sede se encontraba en Tanyin. Un papa y mujeres cardenales. Profecías mediante planchuelas. San Victor Hugo. Cristo y Buda, que desde el techo de la catedral contemplaban una fantasía disneyana de Oriente, dragones y serpientes en tecnicolor. Los recién llegados siempre se quedaban encantados con la descripción. ¿Cómo explicarles la miseria de toda esta religión: el ejército privado de veinticinco mil soldados, armados de cañoncitos  hechos con los caños de escape de automóviles viejos, aliados de los franceses que ante el menor momento de peligro se volvían neutrales? Para dichos festejos, que contribuían a mantener tranquilos a los campesinos, el papa invitaba a los miembros del Gobierno (que asistían si los caodaistas tenían alguna influencia en ese momento), al cuerpo diplomático (que mandaba algunos subsecretarios con sus esposas o hijas) y al comandante en jefe francés, que delegaba en algún general relegado a las oficinas el honor de representarlo.

En la religión caodaista todas las verdades se reconcilian, y la verdad es amor.

Hacemos jaulas para el aire, con agujeros pensé, y del mismo modo el hombre hace jaulas para su religión… con dudas abiertas a la intemperie y credos que dan numerosas interpretaciones. Mi mujer había encontrado su jaula con agujeros, y a veces yo la envidiaba. Existe un conflicto entre el sol y el aire: yo vivía demasiado al sol.

 Y si yo deseara realmente  hallar la fe, ¿podría hallarla en su iglesia de estilo normando? Pero yo nunca había deseado la fe. El trabajo de un reportero consiste en exponer y registrar. Nunca, en toda mi carrera, había descubierto lo inexplicable. El papa preparaba sus profecías con un lápiz sobre una tapa móvil, y la gente creía. En toda visión siempre se puede encontrar la artimaña oculta en alguna parte. En mi repertorio de recuerdos no figuraban ni visiones, ni milagros.

 He leído tantas descripciones de lo que piensa la gente en el momento del miedo; en Dios, en la familia, en una mujer. Admiro el dominio que tendrán de si mismos. Yo no pensaba en nada, ni siquiera en la puerta de escotilla sobre mi cabeza; durante esos segundos deje de existir: era puro miedo. Al llegar al extremo de la escalerita me golpee la cabeza, porque el miedo no puede contar escalones, ni oír ni ver. Luego, mi cabeza emergió por sobre el piso de tierra, y nadie disparo un tiro, y el miedo se disipo poco a poco.

 Ismos y gracias. Yo quiero hechos. Un cauchero azota a su opón; muy bien, estoy contra él. No es el ministro de Colonias quien selo ha aconsejado. En Francia supongo que azotara a su mujer. He visto a un cura tan pobre que no puede cambiarse los pantalones, trabajar quince horas por día durante una epidemia de cólera, de choza en choza, comiendo solamente arroz y pescado salado, diciendo su misa con una taza vieja y un plato de madera. No creo en Dios y, sin embargo, estoy de parte de ese cura. ¿Por qué no llamas a eso colonialismo?

 Creo que el hecho de que estuviéramos allí hablando animo un poco a los soldados; quizás pensaban que el sonido de nuestras voces blancas (porque las voces también tienen un color, las voces amarillas cantan y las negras gargarizan, y, en cambio, las nuestras hablan, sencillamente).

 Que a las mujeres no les interesa la virginidad del hombre. Ni siquiera estoy seguro de que a nosotros nos interese la virginidad de la mujer, a menos que se trate de un tipo patológico.

 He llegado a una edad en que el sexo no resulta un problema tan importante como la vejez y la muerte. Me despierto pensando en ellas, y no en un cuerpo de mujer.

 El cuerpo de un hombre solo puede realizar una cantidad limitada de actos, y el mío estaba congelado por el recuerdo. Lo que mis manos tocaban esta noche podía ser más hermoso que lo que tenían costumbre de tocar, pero no solo la belleza nos aprisiona. Usaba el mismo perfume, y de pronto, en el momento crítico, el fantasma de lo que había perdido resulto ser más poderoso que el cuerpo tendido a mi disposición. Me separe de ella, me acosté de espaldas, y mi cuerpo se vació de todo deseo.