sábado, 22 de enero de 2022

EL VERDADERO CAMBIO (Colindancias). ADRIANO MIGUEL TEJADA.

 



Tenemos años hablando de reforma y de cambio. De hecho, la palabra cambio se ha vuelto la varita mágica de las campañas electorales.

Traigo todo esto a colación porque estoy convencido de que, en medios como el nuestro, las mismas tiene que ser parciales, paso a paso, institución a institución, de acuerdo a un “calendario de entregas” fijado previamente por un acuerdo entre las elites.

En el caso dominicano, lamentablemente, las élites políticas no pueden tomar la decisión porque ellos serían juez y parte. Por tanto, la decisión debe ser tomada por los que sufrimos los embates de los políticos: por la gente organizada y por los que “tienen algo que perder”.

Piénsese en la reforma judicial. Para lograr una efectiva reforma judicial habría que modificar el Senado o atribuir la ejecución a un organismo más politizado que éste que no podría garantizar una verdadera independencia de la Función Judicial.

Si decidimos, como creo, que el problema es más complejo que la designación de los jueces sino que incluye, entre otras cosas, las herramientas que pongamos en sus manos para que tengan la obligación de portarse bien, entonces entramos al juego de las instituciones y al valor de la ley.

Por ejemplo, es ingenuo pensar que estableciendo en la Constitución un porcentaje del presupuesto nacional para el Poder Judicial se resolverán los problemas, cuando no se tienen mecanismos para hacer cumplir la letra de la ley. En varias constituciones latinoamericanas aparece el dichoso porcentaje y en ninguna se cumple. ¿Qué nos hace pensar que aquí va a ser distinto?

Es por ello que pienso que existen varias áreas claves de la reforma que deben ser el resultado de un consenso nacional, a las que debe dedicarse todo el esfuerzo necesario para hacerla funcionar. Las resumiría de la manera siguiente:

a) Creación de un Tribunal de Salvaguarda del Patrimonio Público que se encargue de juzgar todos los delitos de la corrupción estatal, a cualquier nivel, incluyendo como delito la mala administración de los recursos del Estado. Ya tenemos experiencia con el tribunal de Confiscaciones que funciono buen en su momento.

La ventaja de este tribunal es que no afectaría a los “buenos”, sino a los malos de la película. Además nadie se sentiría amenazado por una reforma judicial general que ni se sabe dónde terminaría.

Asegurado el control de la corrupción se pasaría a:

b) Descentralización del estado, incluyendo nuevas forma de representación, y modificación de la ley electoral para hacerla más democrática.

Es evidente, sin embargo, que toda mutación está sujeta al concepto de gobernabilidad existente en las élites en un momento determinado.

Ello así, porque en la cultura política dominicana está muy enraizado el concepto de la autoridad, que bien puede traducirse aquí como  sinónimo de gobernabilidad.

La petición reiterada de un “Trujillo” es un grito por la autoridad necesaria para gobernar. Es por esto que a nuestra condición le cabe perfectamente la definición de “situación autoritaria” de Juan Linz, al referir esa especie de aberración en la cual perseguimos un fin democrático arraigado en la cultura política del país el concepto de autoridad física, violenta, como sinónimo de gobierno.

Es por ello que los gobernantes que han tenido menos dificultades en su función gubernativa, son los  que, como decía  Lilís, han “pagado sus homenajes al ideal democrático representativo”, pero que no lo usan en ciertos y determinados casos.

Por tanto, el peso del valor gobernabilidad es superior, en la cultura política dominicana, al valor democracia, derechos humanos, entre otros.

Esto puede explicar, por ejemplo, el relativo desdén a las violaciones de los derechos humanos, a la legalidad del sistema, porque existen valores “superiores” en la mentalidad de la población.

Cómo cambiar la mentalidad de la gente es la clave del verdadero cambio y para lograrlo se necesitan ejemplos, pues, como se sabe, los hechos “siempre han tenido más eficacia para persuadir que las razones”, como expresara José Núñez de Cáceres hace más de 170 años.

Por eso, la reforma tiene que hacerse gradual y pacientemente, en instituciones que sean eficaces en la práctica.

De ahí pasaríamos a las reformas más generales pero esto será motivo para otra entrega.

Revista RUMBO.  Año 1 Numero 11 del 7  al 19 de abril de 1994.

viernes, 21 de enero de 2022

MANEJO DEL PODER, PSICOLOGÍA DEL OPORTUNISMO O EL REALISMO POLITICO (II). / LEONTE BREA.



Y qué decir de Talleyrand, personaje contemporáneo de Fouche y de quien se han tejido también numerosas leyendas. ¿No representa firmemente le perfil del político hábil, de modales refinados, genial, talentoso, conocedor profundo de del hombre  de su época y sobre todo inescrupuloso? Es mejor que dejemos a Emile Dard, uno de sus biógrafos, que nos hable de él, de su retrato psicológico. Os dice este escritor que nuestro personaje “adopto las resolución de prescindir de todo freno, de desafiar a la opinión (…) porque traspuesto el lindero, ya no hay límite”; pero donde Dard precisa más sus caracteres en relación a la temática tratada, es cuando asegura que “Lejos de excusar sus traiciones y su venalidad, aportaos en su contra pruebas abrumadoras. Sin embargo, así es la naturaleza humana:; la inmoralidad no siempre excluye el sentido común y la lucidez”.

Tanto Richelieu, Fouche como Talleyrand han sido considerados brillantes, hábiles y hasta maestros o genios de la política. Si lo juzgamos por la forma en que manejaron el poder  y en función a la manera con que hemos abordado el problema tendríais que conceptualizarnos como hombres pragmáticos poseídos de un gran realismo político, pero nunca de oportunistas. Si nuestras ideas son correctas, este tipo de proceder político solo lo pueden ejecutar las personas dotadas de ciertas características psicológicas y sociales.

¿Cuáles son esos rasgos psicosociales que posibilitan que determinadas personas puedan, sin ningún remordimiento de conciencia, “traicionar ideales” con el fin de beneficiarse y lograr ser reconocidas socialmente como hábiles y brillantes?

La primera característica que deben poseer estas personas es la de tener visión, o sea, la capacidad, tal como lo afirma Maquiavelo, de ver antes que otros os problemas para poderlos enfrentar oportunamente. El segundo rasgo lo constituye la osadía, que n es otra cos que el atrevimiento o tener el valor necesario para poner marcha la acción. El tercero, es el deseo o impulso hacia el éxito, donde la búsqueda del logro domine por completó el temor al fracaso. El cuarto se refiere al principio de la realidad, el cual debe estar mucho ma desarrollado en estas personas que “el ideal del yo y la conciencia moral”.

La quinta característica es el cinismo, o sea, la cualidad que es permite defender públicamente, sin sobresaltos, y tranquilos, las posiciones o situaciones que pueden ser cuestionadas o rechazadas socialmente.

El último rasgo es el histrionismo, característica imprescindible para persuadir a las personas de que son seres sinceros y confiables. Sobre este mismo asunto Francisco Guicciardini, recomienda, con justa razón a los políticos negar. “siempre con firmeza lo que tú no quieres que se crea, porque aun cuando se descubran muchos indicios y se llegue hasta casi la certidumbre en contra tuya, la afirmación o la negación con frecuencia hace que los que te oyen enderecen sus ideas”.

A juzgar por la consistencia de estos  razonamientos parecería que nuestro análisis es correcto; pero aun consideramos que hemos dejado intacto y sin discutir un aspecto crucial para la clarificación del problema, nos referimos a la parte, de la definición de Pasquino, que corresponde al contenido ético: la búsqueda de beneficios personales… sin ninguna consideración por loa principios ideales morales”. En otras palabras, el mencionado autor, en su conceptualización supone en estos hombres su existencia de ideales o principios morales que terminan traicionando o que traicionan habitualmente. Nosotros en función de los planteamientos básicos expuestos, consideramos que en este tipo de gente no existe tal traición pues su vida, como sus acciones, no queda ligada a ninguna forma de regulación que no sea el poder mismo.  Y si el afán o el ansia del dominio constituye el fundamento o motivo principal de su existencia, cualquier movimiento que le reporte poder, lejos de generarle remordimiento le produce satisfacción y más cuando esto es reconocido socialmente, Quizás estas ideas fueron las que llevaron a Madame Stael a imaginar a un Napoleón que: “No odia ni ama” y que “”Ni la piedad, ni la gracia, ni la religión, ni la adhesión a una idea cualquiera, podrían apartarle de su orientación principal”.

La justificación social con la que ellos explican sus acciones “oportunista” no puede interpretarse, dentro de la teoría de la disonancia cognoscitiva de Festinger, como un comportamiento dirigido a eliminar o aminorar un supuesto estado de intranquilidad o malestar interno producido por la calificación de “traidores2 que les formulan algunos sectores políticos. Y no puede ser de esa manera, porque sabemos que estas personas carecen de una fuerte conciencia moral (super yo) y de apego a ideales y a principios políticos que no sea el amor al poder, razón por la cual ni sienten que han traicionado ningún ideal, porque no lo tienen, ni pueden tener remordimiento de conciencia porque carecen de ella.


jueves, 20 de enero de 2022

DESCRIPCIÓN CALLE EL CONDE: NAVARIJOS DE FRANCISCO EUGENIO MOSCOSO PUELLO.

 



FRAGMENTO.

El Santo Domingo de Guzmán en que yo vine al mundo era una ciudad pobre, humilde y tranquila, donde se oían frecuentes toques de cornetas, se rezaba un poco y casi no se hacía nada.

Los habitantes eran sencillos, honestos y pundonorosos. Como único esparcimiento tenían sus fiestas de barrio y procesiones. Una o dos veces al año asistían a una corrida de toros, a un circo de maromas o iban al teatro.

De vez en cuando les molestaba la tropa abigarrada en la Fortaleza, los tres tiros de alarma y los frecuentes sitios de la ciudad. Pero los protegía su Policía, formada por vecinos conocidos, respetuosos y abnegados. Un cuerpo de Serenos les cuidaba el sueño y sus intereses en la noche, les anunciaba la hora, y por añadidura, les hacía saber el estado del cielo.

Pero su vecindario contaba con  una Escuela Normal, un Colegio San Luis Gonzaga, un Instituto Profesional, y por sus calles sucias, cubiertas de yerba, sin aceras y estrechas, llenas de perros y en las que no faltaban burros, caballos, chivos y cerdos realengos, se cruzaban el Padre Billini y Don Manuel de Jesús Galván, Don Eugenio María de Hostos, Don Emiliano Tejera y Don Félix María del Monte, Don José Gabriel García y Doña Salomé Ureña de Henríquez.

Y en el Palacio Arzobispal tenía a Monseñor Fernando Arturo de Meriño.

Los hombres de aquellos tiempos podían decir con orgullo: ¡Vaya una cosa por la otra!

La tienda que tuvo mi padre en la calle del Conde era una tienda mixta, como decían entonces. Además de las provisiones que no podían faltar: arroz, habichuelas banilejas, manteca de El Globo, mantequilla La Vaca- había allí toda clase de telas y artículos de fantasía. La mitad del aparador estaba surtida con prusianas francesas, poplines, bogotanas, muselinas, bastillita, listados, driles de todas clases y fuerte azul. También había cintas de todos los colores, botones de nácar y de huesos, hilo de coser, encajes, pañuelos de Madrás, tiras de hiladillos y perfumería. Un tramo estaba lleno de Agua de Florida de Lamman y Kemp y de Kananga del Japón y en los parales del aparador colgados de clavos, había docenas de tacitas para café y espejitos con tapas, que eran muy solicitados por los marchantes.

En la otra mitad del aparador era una botillería: cerveza de la T, licor de Resolio, anís asafalte, jinebra, ron, vinagre, aceite, y muchas cosas más.

El cajón se iba llenando de motas poco a poco. El peso no descansaba. Y a veces el papel de estraza en que ese envolvía las provisiones escaseaba.

Por la calle del Conde, sucia, asoleada, estrecha y polvorienta pasaba todo, desde Vidal Gallina, Pamparruá, Juanico el Loco y Mama Reina, hasta los próceres de la Independencia y de la Restauración, cuando los llevaba hasta el cementerio el gran Balandrán, con su enorme túbano en la boca, echándole el humo a la comitiva, para pasarlo por la puerta del Conde como era de rigor dispensándoles con esto, el único honor que hasta entonces se había otorgado a los que tenían la fortuna de morir en esta vieja ciudad de Santo Domingo de Guzmán.

Por la calle del Conde transitaban durante la mañana numerosos campesinos que llegaban de los alrededores de la ciudad: de Haina, de San Cristóbal, de La Venta, de los Minas, de Los Alcarrizos y de otros diferentes sitios que hoy se han convertido en ensanches de la ciudad.

Entraban estos campesinos por la Puerta del Conde, montados sobres sus bestias: caballos, burros, bueyes-caballos, luciendo grandes sombreros de canas, pañuelos Madrás atados a la cabeza o sujetos al cuello, cachimbos de barro o de tapitas, y a veces armados de revólveres, de cuchillos y machetes de cabo.

Eran estos campesinos, los compai y las comai de otros tiempos que recorrían la calle del Conde para vender sus productos y, luego  de realizar estas operaciones, visitaban las tiendas y pulperías para proveerse de lo indispensable para sus hogares situados del otro lado de las murallas.

Iban estos campesinos, blancos, negros, mulatos, de puerta en puerta, con sus bestias a rebiate, ofreciendo sus artículos: melao, cazabe, morros de boruga, miel de abejas, ajonjolí, funde, pulpa de tamarindo, cañafístula, jengibre, víveres de todas clases y frutas de la estación. Leña, cuba a, escobas y sus palos, macutos, sogas de majagua para sacar el agua de los pozos.

En la época de las lluvias, en la calle del Conde, como muchas otras calles de la ciudad se convertía en un lodazal. Las bestias que entraban a ella lo amontonaban y las aceras y hasta las fachadas de las casas se cubrían de manchas de barro rojo.

Y los grandes aguaceros la llenaban de basuras. El agua que descendía de los barrios altos, de San Miguel, de San Lázaro, de la cuesta del Vidrio, arrastraban toda clase de desperdicios que se detenían en las vías del tranvía que le servía de represa y allí se acumulaba de todo, bagazos de caña, petacas vacías de carbón, cascaras de plátanos y una infinidad de inmundicias.

Durante la seca era polvo lo que se encontraba en la calle. Un polvo fino, colorado, que cubría los mostradores, que ensuciaba las habitaciones y que se palpaba en todas partes donde se pasaba una mano limpia. Todos los días  tenían que dedicar un buen tiempo a la limpieza del establecimiento y en ocasiones les era menester cubrir algunos artículos para evitar que se empuercaran.

Las noches en la calle del Conde eran tristes. Des pues de las nueve la envolvía un silencio tan profundo y una soledad tan completa que Idelfonso Sánchez no pudo menos que tomar por un fantasma a Don Manuel Lebrón, una noche de 1880.

Las tiendas de la calle del Conde vendían muy poco en las tardes y casi nada en las primas noches. Pero como no había leyes de cierre los comerciantes cerraban sus establecimientos a la hora que mejor les convenía.

La calle del Conde, en el Navarijo, estaba formada por unas cuantas casitas modestas de una planta y de algunos bohíos.

Eran estas noches del Navarijo aburridas, monótonas. La guardia de la puerta del Conde, las animaban de vez en cuando con sus cantos, su güira y su tambora. Pero hacia días que permanecía callada porque el vecindario se había quejado. El Centinela se hizo eco de estas quejas, y el Gobierno prohibió estos Cantos.

Para mi padre era un evidente progreso el haber podido establecerse en una calle tan principal. Y no estaba equivocado.

NAVARIJO. Editora Montalvo. 22 de octubre de 1956. Ciudad Trujillo.