COLOQUIO. Sábado 3 de Noviembre de 1990. No 84.
Vicente Van Gogh me confeso un día sin día, en que estaba cerca de mí: - Yo nunca estuve enfermo. Al revés, estuve loco, que es algo distinto. Porque la locura nada tiene que ver con la torpeza humana, con la estupidez banal. Y el necio, el que corrobora los sentidos como ultimidad del ser, es el verdadero enfermo.
Vicente Van Gogh me confeso un día sin día, en que estaba cerca de mí: - Yo nunca estuve enfermo. Al revés, estuve loco, que es algo distinto. Porque la locura nada tiene que ver con la torpeza humana, con la estupidez banal. Y el necio, el que corrobora los sentidos como ultimidad del ser, es el verdadero enfermo.
Yo
recapacite sobre el abismo-abismo o ruptura aparente que había en esta
confesión. Y no quise volverme violento contra aquel demente genial. No me
llene de resquemor o de odio. Y entonces, exigí mayor dosis de comunicación con
la locura, porque esta, sin duda alguna, es una especie de lenguaje que posee
su lógica arbitraria.
Vincent
Van Gogh, anheloso de expresarse conmigo, me susurro:
-Este amarillo intenso
de mi pintura, que no ha sido prometido a nadie, sino a Dios y a la Virgen María,
y que no obedece a la parodia tictactera de reloj, ni a la costra especializado
donde estoy preso, nada tiene que ver con la impiedad que me
arrastra al artificio impío, y ya ebrio, roto y cansado, en la hoja seca.
Yo, al principio,
reaccioné negativamente contra el loco de van Gogh, no quise proseguir el
dialogo, estaba completamente confundido con aquella elocución de la Edad
Media, tan cristocéntrica, tan habilidosa de afanes celestiales. Y entonces,
fuera de mí, recrimine a mi amigo y colega Van Gogh, y referí una frase hiriente
contra el:
-¿Te alejas, coño, del
imán estentóreo, sumiso, recalcitrante, borracho, histriónico, de la tierra que
te cobija y de da ser?
Vicent Van Gogh no se
dejó vencer de mi invectiva inútil, y con la oreja vaciada e inmolada en la
mano, m contesto benignamente, con una placidez mística, en donde no había
halito de tragedia alguna:
-Yo no. Yo nunca me
alejo. No soy el rumbo enfermo, encontradizo, disperso, instituido y mecido en
la falsa libertad de la hoja seca…
Con esta última
anticonvencion del dialogo, Vincent Van Gogh se fue y no se fue. Como criatura
genial, quedó adherida, no solamente a mi invocación perenne. La presencia de
aquel loco sublime había triunfado: era evidente, pues.
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