COLOQUIO. Sábado 10 de
noviembre de 1990.No 85.
Si no puedes evitar una cosa,
disfrútala. Este consejo, que me diera hace tiempo un viejo y querido amigo,
viene al pelo a propósito de los apoteósicos apagones que tan gentilmente nos
regala la corporación Dominicana de Electricidad, lo que siempre es de
agradecerse.
Debo confesar que con los
apagones ocurre algo muy curioso, y es que cuando decrecen en intensidad-lo que
por suerte nunca pasa-, los echo de menos. Uno ya está demasiado viejo para
cambiar de costumbres, y si los apagones desaparecieran, Dios no lo permita, me
sería imposible adaptarme a la nueva situación De ahí que tiemble
vergonzosamente cuando el relacionador público de la CDE anuncia eufórico un
aumento en la cantidad de kilovatios de sus plantas- las de la CDE, no las del
relacionador.
Como todo en la vida, los
apagones tienen su lado bueno y su lado malo, y al revés. Gracias al lado
bueno, la historia ha recogido para la posteridad entre otros casos que
pudieran citarse, el célebre grito de Goethe: “¡Luz, más luz! EL SITRACODE
teutrón de entonces también fuñía lo suyo.
La mejor manera de soportar los
apagones y hasta disfrutar de ellos consiste en armarse de paciencia. Para
lograr tal cosa son necesarias dos cosas; armarse y tener paciencia. La
primera, armarse, es relativamente fácil y no requiere de mayores
explicaciones. Basta con armarse, y ya está.
La segunda, es decir la
paciencia, ya es más peliaguda, pues existe un gran desabastecimiento de ella y
para conseguir solo un miserable par de libras, trátese de paciencia blanca o
parda, hay que hacer cola, a menos que usted quiera pagarla a sobreprecio en el
mercado negro-la paciencia, no la cola.
Las colas, justo es dejar
constancia de ello, también tiene su lado bueno y su lado malo, y al revés. Las
colas nos ofrecen la insospechada oportunidad de enriquecer nuestro léxico con
epítetos contra el gobierno que no figuran en el “Diccionario Secreto” de
Camilo José Cela.
Una vez que usted se ha armado
de paciencia conviene que tenga cuidado y no se le suelte un tiro, porque si le
aconteciera tal desgracia tendría que apañarse más paciencia para purgar veinte
años de cárcel. Mi consejo, pues es, que cuando usted ande en la calle armado
de paciencia, le ponga el seguro.
Obviamente, armarse de
paciencia tiene igualmente su lado bueno y su lado malo, y al revés. El lado
bueno es que usted vive armado de paciencia, cosa que en estos tiempos de
crisis es tan de agradecer como los generosos y pródigos apagones que nos
concede la CDE.
Otro consejo a tener en cuenta
es el siguiente. Si usted ha tenido la precaución de armarse de paciencia, no
la suelte. Recuerde que vale más paciencia en mano que ciento volando, o que
paciencia que se duerme se la lleva la corriente. Claro que eso que se la lleva
la corriente es un decir, porque la corriente, por estos predios, ya ni
siquiera se la dan a uno de cuando en cuando: se la enseñan.
Ya con la paciencia bien amarrada,
usted podrá disfrutar del escalofriante placer de adivinar el momento en que ocurra
el sospechoso apagón, sobre todo cuando está viendo “Eridania y la virgen
conculcada”, su telenovela favorita. ¿Sucederá en el instante en que la
protagonista, toda emocionada ella, está a punto de descubrir en el
supermercado un paquete de fideos con el precio anterior a la primera alza de
la gasolina? Yo le aseguro al lector que la emoción, el “suspense”, el gozo que
se experimenta cuando el apagón acontece el momento en que usted lo ha
adivinado, son inenarrables.
Los apagones proporcionan
muchos gratos placeres. El de no verle la cara a la suegra, por ejemplo. O el
de meter el pie en un charco de agua cuando camina por una calle oscura como
boca de lobo, como me paso a mí la otra noche. ¡Qué gozada, madre mía! Eso sí,
por favor, pague el recibo de la luz. No sea tacaño.
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