domingo, 26 de abril de 2009

MORRIST WEST: Desde la Cumbre


Morris Langlo West (1916-1999) fue un escritor australiano. Nació en St. Kilda, Victoria y realizó sus estudios secundarios en el Christian Brothers' College, East St Kilda. Ingresó en la Universidad de Melbourne en 1937 y trabajó como maestro en Nueva Gales del Sur y Tasmania.

Pasó 12 años en un monasterio de los Christian Brothers, llegando a tomar los votos anuales, aunque sin realizar los votos definitivos. Trabajó en el Servicio de Inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial. Dejó Australia en 1955 y vivió en Austria, Italia, Inglaterra y los Estados Unidos. Volvió a Australia en 1980.

Sus libros a menudo se han enfocado en la política internacional y el papel de la Iglesia Católica en los asuntos internacionales. En uno de sus trabajos más famosos, Las sandalias del pescador, anticipó la elección de un papa eslavo, 15 años antes de la asunción de Karol Wojtyła como Jua Pablo II.

Morris West murió mientras trabajaba en su escritorio sobre los capítulos finales de su novela La última confesión, sobre el juicio y la prisión de Giordano Bruno, quien fuera quemado en la pira por herejía en 1600. Bruno fue una figura por quien West sintió una gran simpatía e incluso identificación. En 1969 había publicado El Hereje, sobre el mismo tema.

Un tema mayor al que la obra de West se refirió fue si era moralmente aceptable responder con violencia cuando las organizaciones oponentes utilizan extrema violencia con fines perversos.

Entre sus obras más populares se destacan: El abogado del diablo (1959, Las sandalias del pescador (1963), El embajador (1965), La salamandra (1973), La última confesión (2000, publicación póstuma). Adaptaciones cinematográficas: Las sandalias del pescador (1968), El abogado del diablo (1978), El país desnudo (1984), The Second Victory (1986), Dios salve su alma (Cassidy) (1989).



DESDE LA CUMBRE
La visión de un cristiano del siglo XX

Subrayados:

A veces me pareció que el castigo aplicado a la condición humana es tan horrendo que parece una locura relacionarlo con algún tipo de plan divino.

Se nos concibe sin pedir nuestro consentimiento, se nos trae entre lágrimas a un universo extraño con la sentencia de muerte ya escrita en las palmas de nuestras manos impotentes: un cáncer nos devorará las entrañas, un fanático armado con una espada nos cortará la cabeza, un loco borracho nos arrollara con un automóvil. Una vez dictada la sentencia puede haber postergación, pero no tendrá atenuantes, y no habrá conmutación ni amnistía.

Me atengo con firmeza al mensaje evangélico en el sentido de que la autoridad proviene del servicio y no del ejercicio del poder. El magisterio es una función ministerial, y cualquier otro ejercicio del mismo constituye una perversión.

¿Creo en Dios? Sí, creo aunque no puedo justificar su existencia de modo racional, pero o creo todo lo que se ha escrito, ni apruebo todo lo que se ha hecho en su nombre. Creo que toda crearon es una expresión de Dios y que los mas variados credos encierran una verdad esencial.

¿Qué creo con respecto al hombre? Que es un animal malicioso y a veces loco. Que es mejorable, pero nunca, jamás, perfectible. Que la brutalidad lo degrada y sólo el amor, el respeto y el perdón pueden ennoblecerlo.

Nuestro Señor no inventó el Código del Derecho Canónico. No impuso la Suma teológica de Tomás de Aquino; Se sentaba en la ladera de una colina o se instalaba en una barca que se balanceaba a corta distancia de la playa. Hablaba en las sinagogas y en las viviendas de la gente. Las imágenes que usaba eran imágenes más sencillas de la vida rural: las flores y las ovejas y las semillas y las malas hierbas creciendo en medio del trigo. Enseñaba a sus seguidores a reconocer a Dios desconocido como el “Padre”. Con mucha frecuencia experimenté la sensación de que nosotros, los cristianos, estamos divididos internamente porque intentamos desarrollar un exceso de cosas sobre la majestuosa sencillez del mensaje que se nos impartió. Nos hemos negado nosotros mismos, a través de la legislación, la libertad de los hijos de Dios. Nos hemos alienado unos de otros como os constructores del la Torre de Babel, porque no hemos conocido las cosas que conducen a nuestra propia paz.

Me llevó mucho tiempo comprender que una comunidad de creyentes nunca es un ambiente pacífico. Siempre es un lugar pendenciero y ríspido. Incluso los discípulos del Señor disputaban entre ellos.

Creo en el libre albedrío. Creo que soy capaz de elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, sé que ni yo ni cualquier otra persona somos completamente libres. Nuestra libertad está restringida de mil modos diferentes, por las disposiciones físicas y psíquicas, por la ignorancia, el miedo, la presión económica, la ausencia o la simple sobrecarga de información. De modo que nuestra protección del mal como una entidad absoluta nunca debe enturbiar nuestra percepción de la culpa como una cuestión relativa.

Nosotros, la Iglesia, sea como institución jerárquica o como cuerpo familiar, no otorgamos el don de fe. Ese es el don directo de Dios. Aceptamos la profesión de fe. Conferimos el sacramento de la institución, pero la fe no es un don que nosotros concedamos. Debemos recordarlo. Todos lo que ejercen la autoridad deberían recordarlo con gran respeto en todas nuestras mutuas relaciones.

Hablemos claramente; no todos los decretos de los Papas o las congregaciones sagradas han sido o son buenos, o sabios o incluso justos. En las Iglesia, como en la vida civil, la ley defectuosa desacredita el principio de la legalidad. La ley dudosa determina que se dude del principio. La ley impuesta a la gente sin maá explicaciones, con sus procesos deformados contra ellos ab initio, es por su naturaleza misma una injusticia. Una ley sin apelación eficaz es una tiranía.

En una familia la jerarquía y la autoridad son naturales y necesarias. Acepto el principio de autoridad. Insisto también en mi derecho natural a cuestionar ala persona que lo ejerce si creo que él o ella lo utilizan más. En la familia, el respeto, el servicio y el amor mutuos son os elementos básicos esenciales. Todos somos criaturas dependientes que ni siquiera puede abandonar decentemente la vida sin la ayuda de sus semejantes. “Todos somos miembros unos de otros”.

El Concilio Ecuménico Vaticano II desencadenó un movimiento de alcance mundial orientado hacia la renovación en el seno de la Iglesia; pero muchos católicos están convencidos de que la labor de la renovación avanza con mucha lentitud y que está siendo inhibida por hombres dotados de autoridad que se aferran a la historia y que se preocupan poco por el servicio que debe prestarse a las almas individuales; lo cual, después de todo, es la misión del la Iglesia. Planean para mañana. Necesitamos obtener ahora nuestra salvación. Necesitamos ahora el ministerio. Mañana quizá no estemos aquí.

1 comentario:

  1. ESTIMADOS AMIGOS:
    La solucion a los narcomanos pendencieros es de ser optimistas ante la altaneria de la gente porque la gente tambien tiene sus frustraciones por las cuales pueden superarlas por nuestro ejemplo recíproco inicial. Ademas con nuestro ejemplo evitamos que nuestros hijos sean nuestras victimas de nuestras frustraciones para eximirlos de la delincuencia.

    Atentamente:
    Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
    Documento de identificacion personal:
    1999-01058-0101 Guatemala,
    Ciudadano de Guatemala de la América Central.

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