Un día de la época traumática mientras estudiaba para terminar el
doctorado, cuando, entre paréntesis, uno se da gran importancia a sí mismo,
entre al cubículo de uno de mis profesores preferidos, un sociólogo brillante.
Lo encontré oyendo por el radio el juego de pelota (fue en el mes de
septiembre, época en la cual se celebraba en el calendario norteamericano la
serie mundial). Me señalo una silla y se quedó oyendo el juego,
silenciosamente. Me senté y empecé a enojarme, por la falta de atención a un
supuesto problema serio mido, tenía que
esperar. Por fin, el profesor astuto, terminό el ¨episodio¨ y me miro. Yo,
demostrando impaciencia, porque la serie es una época de nerviosismo-el
transito todo está parado-(se parece a un candidato al doctorado) y solamente
se oye la voz hierática de un locutor complaciendo al Publio sin distinción de
raza ni clase; lo mire a el también fijamente. De mi asiento de un ser intelectual
y por ende superior, me sentía por encima de asuntos tan profanos como un juego
de pelota. El profesor me dijo: ¨June, si tu no entiendes la pelota no vas a
entender un pueblo¨.
Me hizo pensar en esta experiencia unas lecturas que estaba haciendo recientemente
con respecto al episodio de Palma Sola, que en parte produjo batallas
intestinas-físicamente violentas- durante la primera ocupación norteamericana,
Segú el profesor Carlos Esteban Deive. Estas guerras internas, endémicas, han
sido feroces, destructivas. Este movimiento de orden religioso proveyó una
promesa, la esperanza de un futuro mejor, en este caso, de Olivorio.
Pensando en todo eso, me recordé de la política de ciertos poderes colonialistas.
En su época de expansión a otras partes del mundo, los europeos encontraron ciertas patas institucionalizadas
de violencia. Estas formas de conducta interrumpía el control absoluto que era
necesario para mantener el sistema colonial. Nos referimos a la cacería de
cabeza, conocida en varias partes del mundo, como en Amazonas, por ejemplo. En
la isla llamada Nueva Guinea, la caza de cabeza era común entre varias tribus. Esta
práctica, era desfavorable para el establecimiento del orden por un poder ocupante
colonialista, por lo que introdujeron el juego de pelota. Rápidamente fue al
sistema cultural: La pelota sustituyo la caza de cabeza. En África, los
ingleses fácilmente pudieron reemplazar las violencias intertribales por el
juego nacional inglés, el futbol (soccer, rugby).
Aquí en República Dominicana el poder ocupante introdujo la pelota. Se terminó
la violencia norma organizada a base de ejercicios regionales, reemplazados por
equipos de pelotas regionales.
Inventan lo que llamamos en reino antropológico ¨el complejo pelotero
dominicano¨, encontramos aspectos que pertenecen al mundo de las creencias y prácticas
religiosas. Por ejemplo, en algunos pueblos cuando termina la temporada, en el
pueblo cuyo equipo h ganado la serie, se produce ¨enterrar¨ los símbolos que
representan el equipo vencido. Con todo realismo un Señor laico ya vestido de
cura (sacerdote), con biblia en las manos, encabeza la procesión funeraria,
rezando, con gestos y actitud muy parecida a las de un venerable practicante religioso.
A ambos lados aparecen muchachos adolescentes vestidos con acólitos. Detrás
siguen los que cargan el ataúd que representa la muerte del equipo vencido y
finalmente atrás un número de hombres y muchachos. Todos recorren las calles
del pueblo. El entierro ficticio es completamente eclesiástico.
La transferencia de la pelota a prácticas de la iglesia es significativa en
cuanto a la importancia atribuida a las dos instituciones.
Finalmente, la Antropología establece conceptos con respecto a los valores
culturales de un pueblo o una sociedad: los valores se refieren a la
preferencia tal y como son aprendidas en el proceso de enseñanza de lo que es más o menos importante.
Hemos oído rumores recientemente que cierta parte del público prefería
mirar u oír un juego de pelota que un discurso político. ¿Entendido? Estudiamos
la pelota y su consecuencia. Por ejemplo, las comparaciones entre la política y
la pelota.
EL INGENIO. Año I, No7. San
Cristóbal. República Dominicana. 1997.
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