Fragmento.
El dominicano campesino, que compone como las nueve décimas parte de la
población, goza de una vida holgada, merced a su frugalidad nunca bien
ponderada y a su país feraz hasta lo portentoso. Alegre y satisfecho en un
tosco bohío, en medio de un bosque, cultiva únicamente unas pocas varas en
cuadro de terreno, dejando baldío lo muchísimo más que a su disposición tiene.
En aquella al parecer miserable posesión que se llama conuco, encuentra cuanto necesita para cubrir todas las atenciones
domésticas. Si al cabeza de una numerosa familia se le ve
siempre descalzo y mal pergeñado, no hay por eso que juzgarle pobre, y mucho
menos desdichado. Nada necesita, porque el da en que entrevea una nueva
necesidad, roturara cuatro varas más de su campiña y quedara satisfecho.
Gustan aquellos indígenas de vivir con sus parientes en lo más recóndito de
los montes, cuya costumbre será quizás importada de la costa de África, o tal
vez adquirida por el aborrecimiento a las continuas guerras y trastornos
políticos por lo que ha pasado el país.
A pesar de esta vida solitaria y que podría llamarse montaraz, el campesino
dominicano es dulce afable, manso y hospitalario; usa siempre de un lenguaje
afectuoso y cotes con todos los desconocidos forasteros que llegan a su
albergue, aunque jamás los haya visto, aunque crea que jamás los volverá a ver.
Han referido españoles muy veraces, que tuvieron necesidad de viajar solos
por el interior de la isla, aun por los sititos mas agrestes, en el interregno
desde la anexión hasta la revolución, que jamás llevaron temor de ser vejados,
y que cuando tuvieron que pedir hospitalidad por un noche, siempre habían sido
recibidos con suma consideración, aunque fueran los dueños de la vivienda de
aquellos que jamás iban a las poblaciones, ni sabían nada de lo que pasaba por
el resto dl mundo.
Por esa afición al asilamiento, hay pocos pueblos en la parte española y
sobe todo muy poco numerosos.
Los dominicanos habitantes de ciudades o villas difieren poco en lo general
de los campesinos. Visten mas decentemente, y siendo un poco más ilustrados,
son más sagaces y de más peligroso trato; pues parece que todo lo que ganan en
luces lo emplean en doblez y falsía.
Esta gente de villas y ciudades son los únicos que se ocupan de política,
pues los del campo van siempre ciegamente donde los llevan los jefes de las
conspiraciones y van comúnmente engañados y contra su voluntad; pero la
organización de la republica obligaba a todo ciudadano a ser soldado, tenía que
empuñar el fusil cuando la patria le llamase, y siempre los motines se hacían a
nombre de la pobre patria, que con ellos quedaba cada vez peor parada.
A los dominicanos hay que considerarlos en casi continua guerra, desde que
se hicieron independientes de Haití, y poco puede decirse de su organización
social sin que tropecemos con la militar. Con respecto a esta, no tenían
ejército permanente; todos los ciudadanos formaban agrupaciones a semejanza de
nuestros batallones de las antiguas milicias provinciales; todos abandonaban
sus familias y labores para ingresar al ejército, siempre que la independencia
se hallaba amenazada por las invasiones, casi periódicas, de los haitianos, o
lo reclamaba el orden interior; y al regresar al seno de sus familias, de sus
de disueltos los cuerpos a que pertenecían, en más de una ocasión hallaban su número
disminuido por la muerte y perdido el fruto de muchos días de trabajo por falta
de brazos que se empleasen en su cuidado.
Montado el servicio militar por el sistema, ya se comprenderá que
semejantes tropas de pésimas condiciones. Sin otra instrucción que sabe
malamente cargar y disparar; sin otro armamento
que el que cada cual puede facilitarse, a excepción de algún otro caso
muy raro, en que el gobierno podía repetir para muchos miles de hombres,
algunos cientos de fusiles que regularmenete sirvieron a otras naciones, y
fueron desechados por inútiles. El soldado de dominicano no conoce el uniforme,
se presenta como estaba en sus tareas, que generalmente es destrozado, descalzo
y por todo morrión un mal pañuelo atado a la cabeza. Mucho menos conoce el uso
del correaje ni de la mochila; gata una especie de esportilla, que llama macuto, que con una cuerda a modo de
asa, cuelga del hombro izquierdo. En aquella esencie de zurrón o morral, lleva
todo su ajuar de campaña; el tabaco, la carne, los plátanos, alguna prenda de
ropa, si por casualidad tiene, y los cartuchos; todo va allí revuelto.
Los jefes dominicanos, son por lo general personas de valor muy acreditado
en sus guerras y discordias civiles. La cualidad más relevante en el país es el
valor. Queda más orgulloso un individuo a quien se hace el elogio de decirle
que es hombre de machete, que si se celebrase por cualquier otra cualidad.
Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo. / Dr.
Ramón González Tablas. 1870. Capitulo III. Los Dominicanos. Pág. 37. Sociedad
Dominicana de Bibliófilos, Inc. 1974.
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