El doctor Anosh-Uthra
ha venido al Claridge a proponerme su cura que comienza, según dice, a ser bien
acogida en Inglaterra. Un subsecretario del Colonial Oficce, que la
experimentó, me ha hablado con entusiasmo, y he mandado a buscar al médico o
mejor dicho al cirujano, para que me visite en el hotel.
Anos-Uthra, que se
vanagloria de un origen persa y casi regio, es un hombre todavía joven pero de
una seriedad concentrada como no había visto nunca hasta ahora. La cara color
de plomo con vagos reflejos de oro se halla dominada por una barba lujuriante y
hosca, que le desciende hasta el estómago y le hace semejante a los reyes de
Asiria que se ven en British Museum. No se le descubren los ojos, escondidos
detrás de unas antiparras ahumadas. Hablando con el se tiene la impresión de
hablar por teléfono con un ausente enmascarado.
-No sé –ha dicho--, si
nuestro común amigo le ha dado la idea de mi nueva terapéutica. El origen es
sencillísimo. Durante mis estudios me sentí impresionado por dos hechos: que
nadie es capaz, ni el demasiado alabado Freud, de curar los disturbios mentales
y por otra parte que la medicina general es bastante menos eficaz, como cura
resolutiva, que la cirugía. Mi descubrimiento consiste en haber introducido la
cirugía en el tratamiento de las enfermedades del espíritu. Yo soy, si quiere
una definición, el primer cirujano del alma.
“No ignoro que algunos
cirujanos han intentado intervenir e la cura de enfermedades propiamente
nerviosas y que se ha tratado de curar la epilepsia interviniendo en el riñón,
y la demencia precoz con los injertos endocrinos. Pero nos hallamos ante
operaciones puramente físicas contra males psíquicos. Yo, en cambio, opero
directamente sobre el espíritu con operaciones espirituales. Son parte de
nuestra alma que se pudren, que se gangrenan, que crecen demasiado en perjuicio
de otras. Hay canceres morales, tumores intelectuales, la apendicitis del vicio
y del pecado. Yo puedo, a voluntad, obtener la amputación radical del órgano o
zona del alma que perjudica. Ya he extirpado a algunos de mis clientes, a este
la holgazanería, a aquel la sensualidad, a otro el espíritu matemático, la
avaricia, la infidelidad. Si el terror de la muerte le turba, si le oprime la
indigestión de la excesiva cultura ingerida, si la ambición política o deportiva
no le deja en paz, diríjase a mi. Mis operaciones son rápidas y sin dolor. no
le obligó a hacer confesiones, como hace el mago de Viena, no recurro al
hipnotismo como en Nancy, no le hago contar sus sueños como en Zurich. Ni,
mucho menos, corto y abro su carne.
-¿No se puede dar
algunos detalles de su manera de operar?
-Si se los diese no los
podría comprender. Sepa que Anosh-Uthra no es mi verdadero nombre. Estas
palabras iránicas significan Hombre Ángel, y son el nombre del Mesías de la
religión mandea. Mi secreto procede, como todos los secretos, del Asia, y no se
puede revelar en términos occidentales. Pero los experimentos felices son mucho
mas evidentes y claros que la teorías. Sométase a mi cura y le libertare de lo
que le molesta.
“Y tenga usted en
cuenta que yo no opero solamente las malas cualidades, es decir, los moralistas
llaman “culpa” o los alienistas “locura”. Si le molesta por ejemplo, un
inmoderado amor al prójimo o una manía religiosa y filosófica que pongan en
peligro su bienestar, estoy dispuesto a intervenir en las mismas condiciones.
Son virtudes mucho más dolorosas, a veces, que los pecados.
“Piense en la
transformación que sufrirá nuestra especie cuando mi cirugía moral se haya
difundido por todas partes. Todos podrán poseer el alma que más le guste. La
extirpación b metódica de los remordimientos y de los temores dará al hombre
aquella paz hasta que ahora ha buscado en vano en el estoicismo o en la fe.
Añada que las enfermedades del cuerpo se derivan del espíritu; por lo tanto,
cuando se haya curado este, disfrutara igualmente de una perfecta salud física.
Pruebe. ¿Le molesta la avidez de dinero, la superstición, la envidia, los
celos? La extirpación es sencillísima. Le advierto que no se cada una de las
molestias que le he citado son necesarios al menos tres meses. Tiempo mínimo si
piensa en las interminables curas de los psiquiatras. Debo, sin embargo,
advertirle lealmente que si puedo quitar alguna cosa a su alma no puedo
añadirle nada. Soy un taumaturgo, pero no un dios.
“El coste de cada
operación varía según las dificultades. Mis precios oscilan entre quinientas y
tres mil libras esterlinas, a pagar la mitad al comenzar la cura”.
-¿Y podría usted amputa
toda el alma si el alma entera es infecta?
-Es una operación que
no he hecho nunca hasta ahora- contesto Anosh-Uthra, alisándose la barba- pero
se podría intentar.
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