Visitando hoy una
exposición de la imprenta me he dado cuenta que toda la civilización-al menos
en sus elementos más delicados y esenciales- se halla unida a la materia más
frágil que existe: el papel.
Pienso que todo el
crédito del mundo consiste en millones de billetes de banco, de letras y
talones que no son más que trocitos de papel. Pienso que toda la propiedad
industrial de los continentes consiste en millones de acciones, certificados y
obligaciones: trocitos de papel. Los despachos de los notarios y de los
abogados están atestados de documentos y
de contratos de los que depende la vida de millones y millones de hombres, y no
son nada más que papeles ligeramente emborronados. Los registros de las poblaciones,
los archivos de los ministerios y de los Estados: fajos de papeles amarillentos.
Las bibliotecas públicas y privadas: montones de papel impreso.
En las oficinas públicas
en los ejércitos, en las escuelas, en las academias, en los parlamentos, todo
marcha adelante a fuerza de trocitos de papel: circulares, bonos, recibos,
votos, borradores, cartas, informes: papel escrito a mano, papel escrito a
máquina, papel impreso. Tanto los periódicos como los wáter closets consumen
cada año toneladas de papel.
La materia prima de la vida moderna no es el hierro, ni el petróleo, ni el
carbón, ni el caucho: es el papel. Cada día caen bosques enteros bajo el hacha
para proporcionar una cantidad enorme de una substancia que no tiene la
duración ni la dureza de la madera. Si las fábricas de papel se cerrasen la
civilización quedaría paralizada.
Antiguamente las monedas eran todas de metal; los documentos se extendían
en pergamino o se grababan en le armo y en el bronce y los libros de los
asirios y de los babilonios estaban escritos en ladrillos. Ahora nada
resistente ni duradero: un poco de pasta
de madera y de cola, substancias deteriorables y combustible a la que se confía
los bienes y los derechos de los hombres, los tesoros de la ciencia y del arte.
La humedad, el fuego, la polilla, los termitos, loas topos, pueden deshacer y
destruir esa masa inmensa de papel en la que reposa lo que hay de más caro en
el mundo.
¿Símbolo de una civilización que sabe será efímera, o de incurable
imbecilidad?
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