El
oficio del periodista incluye asumir posturas frente a lo que le pasa a la
gente, a la comunidad.
Por
eso es una profesión de servicio en la que se supone defendemos derechos,
valores, principios… y en la que los demás están por encima de nosotros mismos.
En
estos días uno de los servicios adicionales que ofrecemos los profesionales de
la comunicación (así mismo, profesionales) es escuchar a la gente y compartir
sus angustias.
Cada
hora recibo mensajes de enfermos, familiares de enfermos, desempleados,
suspendidos, propietarios de pequeños negocios, dominicanos y dominicanas
residentes en el exterior preocupados por sus familias, gente de barrios y
urbanizaciones que no tienen agua o no le recogen la basura, profesionales de
la salud que se sienten desprotegidos y abusados, otros profesionales que no se
sienten valorados por las comunidades a las que sirven. En fin recibimos las
angustias de mucha gente.
Me
pregunto si toda esa gente que me escribe y a quien casi siempre trato de
contestar cree que realmente puedo hacer algo o que mi voz es suficiente para
que otros hagan algo.
Algunos
casos son tan dramáticos que no puedo contener mi propia angustia. Otros, como
la gente que protesta porque no quiere tener enfermos cerca, son tan
bochornosos que me asquean.
Hay
gente de clase media que esta descubriendo lo que otros viven todos los días
desde hace décadas. Hay gente que no quiso escuchar cuando insistíamos en la
inequidad de esta sociedad y que incluso nos insultaba y que ahora nos
escriben.
La
pandemia nos ha convertido en iguales.
Seguiré
contestando a quienes me escriben.
Supongo
que no sirve de nada que no sea el alivio de sentirse escuchado en un país
gobernado por sordos.
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