RIUS NUMEROS AGOTADOS DE LOS AGACHADOS TOM V / EDITORIAL
POSADA.1974
En el libro La caricatura
política, del Fondo de Cultura Económica, hay un notable prologo del novelista
Sergio Fernández en el que dice:
‘La risa, entre otras cosas,
hemos dicho que aparta a la caricatura del gran arte. Ello no obstante, el
deslinde es difícil y ambas expresiones coinciden en un punto especial que es
la burla, continente de risa. En efecto lo mismo hay burla en una caricatura de
un periódico político cualquiera que en uno de los Caprichos de Goya. Es
evidente, sin embargo, la diferencia.
“Analicemos por ello
primeramente lo que es la burla, pues las consideraciones que hagamos al
respecto nos pueden llevar a un conocimiento más afortunado de la pesquisa que
de la esencia de la caricatura que perseguimos”.
¨Generalmente la caricatura se
vuelve encarnizada cuando el pueblo esta cansado de un régimen (casi siempre
dictatorial) que se sostiene más allá de lo que dicta un sentido extremo de
paciencia. Por eso, cuando no se puede soportar más la traición que se supone
hecha a las leyes anteriores, que amenazan con disolverse en el olvido, se
abona el campo de la lucha con esa arma peculiar.
El deseo de libertad, movido
por pasiones violentas, provoca la ira y la venganza, dando con ello resultados
distintos, pero casi siempre radicales; la caricatura ayuda, por supuesto, a
llegar a la meta deseada. Recordemos por el ejemplo el caso de Daumier, que
vivió primeramente bajo el reinado de Luis Felipe de Orleans. El famoso artista
dedicó casi todo su tiempo a la sátira de tipo social y político. Lo que hizo
fue introducir una actitud nueva en los caricaturistas de su tiempo, colocándolos
al servicio de una causa. Ingenioso como era, inventó caracteres que le
ayudaron a simbolizar los vicios que veía en el régimen de Luis Felipe. Así, su
famoso Robert Macaire, un bandido, personifica, “los elementos cínicos”,
inescrupulosos, de una sociedad y un comercio durante la época de una expansión
aventurera… que se había realizado en el oportunismo’.
“En general el pueblo, indeciso
en principio, tiene que buscar las coyunturas que le permitan penetrar en el
rígido molde del Gobierno por el cual se siente oprimido. Le es pues es
necesario recurrir a la caricatura para que ésta, que enseña lo oculto, lo que
el pueblo cree en si mismo invulnerable, observe al enemigo solo montado en sus
defectos (como si fueran el conjunto) y sobrevenga de esta suerte su derrota.
En estas situaciones críticas no cabe duda que la literatura es eficaz, pero lo
es más el dibujo, comprendido aun por aquellos que no saben leer, pues en forma
de burla mueve a risa. Cumple un doble intento: el degradar al Gobienro y
divertir al pueblo. Se hace con la caricatura el más hábil y seguro conducto de
la oposición. Con ella se lanza el reto que prepara la lucha, esta última
inicialmente dispareja, pero no por eso menos enconada. Se quiere, por su
medio, conseguir rápidamente la bancarrota moral del enemigo. Por eso se rompe
con el equilibrio y se critica todo aquello considerado contrario a los ideales
del país. El caso de Daumier es, ya lo vimos, ejemplar”.
Claro está, que no es la misma
la situación de Rius en el jacarandoso mundo mexicano de hoy, que la Durmier en
la época de Luis Felipe; también es claro que no hay situaciones iguales y que
el periodismo y la caricatura de la situación social que los rodea. Pero no hay
duda de que los conceptos de Sergio Fernández son acertados para escribir el
carácter de toda caricatura verdaderamente crítica y verdaderamente
independiente.
El libro más celebre que se ha
publicado sobre comic e la última época es el que se titula Para leer al Pato
Donald de Dorfman y Mattelart. El libro se publicó en español por primera vez
en 1972, en Chile, cuando el Gobierno de Salvador allende, recién derrotado por
el gorilato de Pinochet, tenía apenas un año en el poder.
El prólogo de esta edición,
escrito por Héctor Schmucler expresaba algunos conceptos importantes para
discutir lo que representaban ciertos comics enajenantes y destructivos. Estas
líneas pueden ser útiles para entender la diferencia de labor que desarrollan
revistas honestas y didácticas como las de Rius. Las palabras de Schmucler son
las que siguen:
“Para la burguesía el Pato
Donald es inatacable: lo ha impuesto como modelo de sano esparcimiento para los
niños”. De ahí la trascendencia otorgada a este trabajo. Lo indiscutible se
pone en duda: desde el derecho a la propiedad privada de los medios de
producción, hasta el derecho a la propiedad privada de los medios de
producción, hasta el derecho de mostrar como pensamiento natural la ideología
que justifica el mundo creado alrededor de la propiedad privada. El cuestionar
los pilares de un ordenamiento que reclama puntos de apoyo inamovible (ahistóricos,
permanentemente verdaderos) compromete su estabilidad. La defensa airada de una
manera de entretener señala, por contrapartida, la negativa de aceptar otras,
su conformidad con la existencia. El problema deja de ser marginal y se vuelve
político, muestra su gravedad. La frivolidad deviene cuestión de estado. No es
lo mismo el mundo con el apto Doanld que sin él. Mattelart y Dorfman lo dicen
en una figura cuya lectura literal confundió a la A.P.: ”Mientras su cara risueña deambula inocentemente por las
calles de nuestro país, mientras Donald sea poder y representación colectiva,
el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos”.
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