¿Quién no ha tenido alguna vez su vida entera
pendiente de una carta? ¿Para quién no ha sido el cartero, con su uniforme de
empleado oficial, simbólico instrumento del fatum trágico, ciego e inevitable?
En un paquete de cartas puede simbolizarse nuestra existencia. Llega el correo
cada día, y al distribuir de sus cartas, cerradas como el libro de los
destinos, distribuye las penas y alegrías de cada una. En pliego grande, azul,
cuadriculado, nos trae la carta de negocios; lacónica como parte telegráfico o
minuciosa como inventario. La leemos con detenimiento; es la obligación penosa
de la vida, la lucha diaria por la existencia. Vienen también otras cartas, del
pariente que nos hace un encargo, del amigo que nos saluda o cumple otro deber
de cortesía… la recomendación, la enhorabuena, el pésame, formulas, aplicadas a
la ocasión y al dia, la vida ordinaria repartida entre afectos, deberes,
obligaciones y molestia; pensión de la vida social que se paga y se cobra en la
moneda corriente de cortes indiferencia. Pero un día el corazón, que adelanta
al reloj, salta de impaciencia en el pecho. Esperamos al cartero en el balcón y
salimos, al verle llegar a la escalera, para coger una carta en propia mano.
Una carta que se acaricia, se respira, porque trae el ambiente de un aliento
que es vida de nuestra vida. Los dedos tiemblan al despegar cuidadosos el
sobre, porque unos labios adorados pasaron por él al cerrarle. ¡Cartas que
aprendemos de memoria, de las cuales guardamos hasta el sobre, porque cada
letra es un pensamiento, una caricia, un reflejo ideal del amado ausente! ¡Día
funesto cuando es preciso devolverlas o destruirlas! Muy triste si el alma se
nubla de tristeza. Más triste si helado el llanto en un alma fría lo vemos con
mortal indiferencia. Al destruir una correspondencia amorosa, algo de dos almas
se destruye y muere con ella. ¿Qué fue mentira todo? No. El amor que miente por
mentir no es amor: sus cartas dictadas por cálculo o conveniencia, son cartas
de negocio, nada tienen que ver con el amor; no hablamos de ellas. El amor
verdadero escribe verdad siempre. Pero no se quien dijo que el amor no miente,
exagera, y en amor más que en nada las verdades de hoy son mentiras mañana. No
exageréis, pues, la verdad en vuestras cartas amorosas, y si queréis oír un
buen consejo, escribid lo menos posible, ya que, según dice un experto antes
citado, “en amor es preferible recibir un beso de más por diez cartas de
menos”. Y añade: “Las mujeres escriben muy bien las cartas de amor, pero todas
juntas no valen lo que una mirada, una sonrisa, un suspiros suyos”. Si
escribiesen menos cartas, ¡Cuántos remordimientos, cuantas desilusiones menos!
¡Cuanta mayor felicidad! La tinta es uno delos peores venenos del amor. Aceptad
el consejo, desinteresado porque es de un hombre; otro, de quien fue ocupación
y delicia andar a caza, furtiva casi siempre, de manuscritos vuestros, lo
repite.
¿Quién no ha tenido alguna vez su vida entera
pendiente de una carta? ¿Para quién no ha sido el cartero, con su uniforme de
empleado oficial, simbólico instrumento del fatum trágico, ciego e inevitable?
En un paquete de cartas puede simbolizarse nuestra existencia. Llega el correo
cada día, y al distribuir de sus cartas, cerradas como el libro de los
destinos, distribuye las penas y alegrías de cada una. En pliego grande, azul,
cuadriculado, nos trae la carta de negocios; lacónica como parte telegráfico o
minuciosa como inventario. La leemos con detenimiento; es la obligación penosa
de la vida, la lucha diaria por la existencia. Vienen también otras cartas, del
pariente que nos hace un encargo, del amigo que nos saluda o cumple otro deber
de cortesía… la recomendación, la enhorabuena, el pésame, formulas, aplicadas a
la ocasión y al dia, la vida ordinaria repartida entre afectos, deberes,
obligaciones y molestia; pensión de la vida social que se paga y se cobra en la
moneda corriente de cortes indiferencia. Pero un día el corazón, que adelanta
al reloj, salta de impaciencia en el pecho. Esperamos al cartero en el balcón y
salimos, al verle llegar a la escalera, para coger una carta en propia mano.
Una carta que se acaricia, se respira, porque trae el ambiente de un aliento
que es vida de nuestra vida. Los dedos tiemblan al despegar cuidadosos el
sobre, porque unos labios adorados pasaron por él al cerrarle. ¡Cartas que
aprendemos de memoria, de las cuales guardamos hasta el sobre, porque cada
letra es un pensamiento, una caricia, un reflejo ideal del amado ausente! ¡Día
funesto cuando es preciso devolverlas o destruirlas! Muy triste si el alma se
nubla de tristeza. Más triste si helado el llanto en un alma fría lo vemos con
mortal indiferencia. Al destruir una correspondencia amorosa, algo de dos almas
se destruye y muere con ella. ¿Qué fue mentira todo? No. El amor que miente por
mentir no es amor: sus cartas dictadas por cálculo o conveniencia, son cartas
de negocio, nada tienen que ver con el amor; no hablamos de ellas. El amor
verdadero escribe verdad siempre. Pero no se quien dijo que el amor no miente,
exagera, y en amor más que en nada las verdades de hoy son mentiras mañana. No
exageréis, pues, la verdad en vuestras cartas amorosas, y si queréis oír un
buen consejo, escribid lo menos posible, ya que, según dice un experto antes
citado, “en amor es preferible recibir un beso de más por diez cartas de
menos”. Y añade: “Las mujeres escriben muy bien las cartas de amor, pero todas
juntas no valen lo que una mirada, una sonrisa, un suspiros suyos”. Si
escribiesen menos cartas, ¡Cuántos remordimientos, cuantas desilusiones menos!
¡Cuanta mayor felicidad! La tinta es uno delos peores venenos del amor. Aceptad
el consejo, desinteresado porque es de un hombre; otro, de quien fue ocupación
y delicia andar a caza, furtiva casi siempre, de manuscritos vuestros, lo
repite.
MARIPOSAS BLANCAS / Pedacitos de Carta.
Fragmentos.
¡Tú primer amor!… ¡No lo creo!
A tu edad sería ridículo que yo fuese tu primer amor.
Acércate esas violetas a la
boca y te darán muchos besos de tu…
Cuando escribes incomodado,
¡haces una letra!... De tu carta de ayer no pude entender nada. Escribe más
despacio; la letra resulta mejor… y el espíritu.
No te avisé la hora de misa
porque me ha regañado el confesor. Dice que vamos a la iglesia, no a oír, sino
a ver oír misa, y es ofensa a Dios. Yo le hice el cargo de que los hombres sois
tan irreligiosos, que si no es por la golosina de vernos no ponéis los pies en
la iglesia y menos oiríais misa y algo es algo. Creo que ha de reconocerlo así,
y el domingo que viene se conciliará todo. El domingo pasado parecería la
iglesia un hospital, y los que más tosíamos éramos los jóvenes. Así dice el
confesor; ¡Qué juventud!.
Luisa se casa, Pepita se casa,
todos se casan… ¡Menos nosotros!
Si te quedaras pobre y no me
dejaran casar contigo, entraría en un convento. Ya lo tengo pensado.
Ya sabes que tengo más voluntad
que la tuya; por eso mismo, la tuya debe ser no contrariarme nunca.
Gracias por mis cartas. Ya
sabía yo que eres un caballero. !Que nos hemos querido mucho! ¿Quién lo duda?
¿Qué sientes verme casada? Vamos a cuentas. ¿Pensabas tu casarte conmigo? Y
aunque lo pensaras. No eres tú de la madera de los buenos maridos. Hubiéramos
sido muy desgraciados. Puedes quedarte con el retrato de mascara. Así como así,
en el que estoy más parecida.
¿Dices que me quieres tanto
como yo a ti? Demasiado sé que me quieres muy poco.
No es que me parezca mal el
regalo sino el modo de hacerlo. El billete prendido en un ramo de flores
hubiera sido una delicadeza; mandado en un sobre fue una grosería; pero hay
pocos hombres que sepan poetizar esas miseria.
Te agradezco mucho; pero otra
vez no andes con tolerancias: las flores se marchitan en seguida y cuestan un
sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario