Agustín Perozo Barinas
He leído con sumo interés una serie de artículos sobre el comandante
Caamaño en las dos últimas semanas en varios medios impresos.
Fui amigo personal y asistente de Virgilio Gómez Suardí (Villo, con su
seudónimo de guerra 'Mario') desde 1985 hasta 1997. De estos años, una década
en la ciudad de Nueva York.
No con sorpresa leo los severos hechos que se inculpan a Villo durante
su presencia en Cuba al lado de Caamaño, como si este último, líder de la
Revolución del 65, fuera un niño incapaz de pensar y tomar decisiones por sí
mismo.
Villo no tenía ese poder de intriga ni convencimiento sobre Caamaño y
sí conocía sobre la incapacidad de los grupos de apoyo (políticos o armados)
para consolidar los planes de la expedición, una vez el desembarco (o
desembarcos) se realizara(n).
Se intentó abortar esta empresa, lo que ya Villo consideraba una
aventura, intentando salvar la vida de Caamaño y sus compañeros. En República
Dominicana no existían condiciones, ni rurales ni urbanas, para detonar una
insurrección como la que se pretendía en 1973.
Villo no era iluso, ingenuo, soñador, idealista ni nada por el estilo.
Su trayectoria en los movimientos de izquierda que enfrentaron a los doce años
del balaguerato es conocida, aunque no del todo, y ha sido objeto de
adulteraciones y manejos acomodaticios.
Sobre los crímenes de La Conquista en este continente, responden los
españoles: "Fue culpa del Tiempo y no de España". De la misma
manera Villo vivió su tiempo y no fue ajeno ni pasivo a aquellas
realidades.
Tomó las riendas de sus responsabilidades políticas en su momento y
ejerció su derecho de cumplir su rol, lo cual hizo con coraje. A tal punto que,
años después, seguía recorriendo las calles de su amado Santo Domingo solo, sin
temores ni remordimientos. Que en paz descanse!
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