Señor Presidente de la
República:
Señores:
Han sido tantas,
durante estos cuatro años de prueba, las perversidades intentadas contra el Director
de la escuela Normal que acaso se justificaría la mal refrenada indignación que
ahora desbocara sobre ellas.
Pero no: no sea de
venganzas la hora en que triunfa por su misma virtud una doctrina. Sea de
moderación y gratitud.
Sólo es digno de haber
hecho el bien, o de haber contribuido a un bien, aquel que se ha despojado de sí
mismo hasta el punto de no tener conciencia de su personalidad sino en la
exacta proporción en que ella funcione como representante de un beneficio
deseado o realizado.
Una vez, en los Andes
sobreaños, por no se sabe qué extraordinaria sucesión de esfuerzos, había
logrado sobrevivir al penúltimo pico de la cúspide misma del desolado
ventisquero del Planchón una alpaca de color tan puro como la no medida plancha
de hielo que le servía de pedestal.
Descendiendo por la vertiginosa pendiente del ventisquero, y hundiéndose en los
cóncavos senos de la tierra como todo el fragor de los truenos repetidos mil
veces por los ecos subterráneos, dos torrentes furiosos azotaban la mole en que
la alpaca se asilaba. Las oleadas la sacudían, las espumas la salpicaban, los
horrísonos truenos la amenazaban, y la tímida alpaca no temía.
Muy por debajo de la
cubre, al pie del ventisquero, una turba de enfermos que habían ido a buscar la
curación de sus dolencias o de sus pasiones en aquella salutífera desolación,
se entretenía contemplando la angustiosa lucha entre el débil andícola y los
fuertes andes; y como, como siempre que los hombres se entretienen, los unos se
mofaban del débil, los otros celebraban con risotadas las irracionales mofas,
estos tiraban piedras que no podían alcanzar al inaccesible animalito, aquellos
trataban de acosarlo con sus vociferaciones, alguno que otro lo compadecía,
solo una tomaba para sí el ejemplo que él le daba, y todos deseaban que llegara
el desenlace cualquiera que esperaban.
Mientras tanto, alpaca solitaria,
indiferente a los gritos y las risas de los hombres, impasible ante el estruendo
y el peligro, buscaba un punto de apoyo en la saliente de hielo petrificado que
coronaba el ventisquero, y, después de caer una y más veces, logro por fin encaramarse
en el único seguro de aquel desierto de hielo desolado: entonces, conociendo
por primera vez el peligro d muerte que había corrido, y oyendo por primera vez
el peligro de muerte que había corrido, y oyendo por primera vez el peligro de muerte
que había corrido, y oyendo por primera vez las vociferaciones que la habían
acosado, dirigió una mirada placida a los hombres, a los torrentes desenfrenados
y al abismo adonde habían tratado de precipitarla, fijo la vista en el espacio
inmenso, y percibiendo sin duda cuan invisible punto son los seres inmortales
en la extensión inmortal de la naturaleza, transmitió a sus ojos expresivos la
centelleante expresión de gratitud que a todo ser viviente conmueve en el
instante de su salvación; y, dirigiendo otra mirada sin encono a las fuerzas
naturales y a los hombres que la habían acosado, por invisibles senderos se encaminó
tranquilamente a su destino.
Razón sana es la que
para volver a tropezar y a caer y a levantarse: Razón sana es la funciona estrictamente
sujeta a las condiciones naturales de su organismo.
Y entonces es cuando,
directora de todas las fuerzas físicas y morales del individuo, normalizadora
de todas las relaciones del asociado, creadora del ideal de cada existencia
individual de cada existencia nacional,
y del ideal supremo de la humanidad, se dirige a si misma hacia la verdad,
dirige la efectividad hacia lo bello bueno, dirige la voluntad de bien;
regula por medio del derecho del deber
las relaciones de familia, de comunidad, de patria; forja el ideal completo del
hombre en cada hombre; el ideal de la patria bendecida por la historia, en cada
patriota; el ideal de la armonía universal, en todos los seres realmente
racionales; e, iluminando con ellos la calle de amargura que la naturaleza
sorda señalando con in dice inflexible al ser humano, le lleva de siglo en
siglo, de continente en continente, de civilización en civilización, al siempre
oscuro y siempre radiante Gólgota donde se descubre con asombro la eternidad de
esfuerzos que ha costado el sencillo propósito de hacer racional al único
habitante de la tierra que está dotado de razón.
La enseñanza verdadera:
la que se desentiende de los propósitos históricos, de los métodos parciales,
de los procedimientos artificiales, y, atendiendo exclusivamente al sujeto del
conocimiento, que es la razón humana, y al objeto del conocimiento, que es la
naturaleza, favorece la copula de entrambas, y descanse en la confianza de que
esa copula feliz dará por fruto la verdad.
Dadme la verdad, y os
doy el mundo. Vosotros, sin la verdad, destrozareis el mundo: y yo, con la
verdad, con solo la verdad, tantas veces reconstruiré el mundo cuantas veces lo
hayáis vosotros destrozado. Y no os daré solamente el mundo de las
organizaciones materiales: os daré el mundo orgánico, junto con el mundo de las
ideas, junto con el mundo de los afectos, junto con el mundo del trabajo, junto
con el mundo de la libertad, junto con el mundo del progreso, junto,-para
disparar el pensamiento entero,-con el mundo que la razón fabrica
perdurablemente por encima del mundo natural.
Así como el centro del
mundo planetario esta en el sol, y el centro de la razón está en el mundo que
contempla, así el centro de toda virtud es la razón. Desarrollar en los niños
la razón, nutriéndola de realidad y de verdad, es desenvolver en ellos el
principio mismo de la moral y la virtud.
La moral no se funda
más que en el reconocimiento del deber por la razón; y la virtud no es más ni
menos que el cumplimiento de un deber en cada uno de los conflictos que
sobrevienen de continuo entre la razón y los instintos. LO que tenemos de
racionales vence entonces a os que tenemos de animales, y eso es virtud, porque
eso es cumplir con el deber que tenemos de ser siempre racionales, porque eso
es la fuerza (virtus), la esencias constituyente, la naturaleza de los seres de
razón.
Para lograr ese fin, más
alto y mejor que otro cualquiera (por
ser, tomando un pleonasmo expresivo de la metafísica alemana, el fin final del
hombre en el planeta), por lograr ese fin han querido los grandes maestros,
desde Confucio hasta Sócrates, desde Fenelón hasta Froebel, desde Tyndall hasta
Lockyer, desde Mann hasta Hill, secundar a la razón en su incesante evolucionar
a la verdad. Por lograr ese fin se quiso también aplicar aquí el sistema y el procedimiento
racional de educación. Formar hombres en toda la extensión de la palabra, en
toda fuerza de la razón, en toda la energía de la virtud, en toda la plenitud
de la conciencia, ese podrá haber sido el delito, pero esa ha sido y seguirá
siendo el propósito del director de esta obra combatida.
Al querer formar hombres completos, no lo
quería solamente por formarlos, no lo quería tan sólo para dar nuevos agentes a
la verdad, nuevos obreros al bien, nuevos solados al derecho, nuevos patriotas
a la patria dominicana: lo quería también por dar nuevos auxiliares a mi idea,
nuevos corazones a mi ensueño, nuevas esperanzas a mi propósito de formar una
patria entera con los fragmentos de patria que tenemos los hijos de estos
suelos.
Y cuando más desesperado
cierre los ojos para no ver el mal que sobrevenga, del fondo de su retina
resurgirá la escena que más patéticamente le ha probado la excelencia de esta
obra.
Estábamos en ella:
estábamos trabajando para acabar de entregar a la República esos hombres. Uno
de ellos iba a ser examinado, y se había dado la señal. El órgano, con su voz
imponente, hacia resonar ese interludio sublime que, con cuatro notas, penetra
en lo hondo de la sensibilidad moral, y la despierta en los rincones de la
sensibilidad física, y eriza los nervios en la carne.
La escuela era en aquel momento lo que en esencia
es: y el silencio y el recogimiento
atestiguaban que se estaba oficiando en el ara eterna de redención que es la
verdad.
De pronto, al pasar por la puerta una mujer
del campo, se detiene, deja en la acera los útiles de su industria y de su
vida, intenta trasponer el umbral, se amedrenta, vacila entre el sentimiento
que la atrae y el temor que la repele, levanta sus escuálidos brazos, se
persigna, dobla la rodilla, se prosterna, ora, se levanta en silencio, se
retira, medrosa de sus propios pasos, y así deja consagrado el templo.
Los escolares imprevisores
se reían, el órgano seguía gimiendo su sublime melopea, y, por no interrumpirla
ni interrumpir la emoción religiosa que me conmovía, no exprese para los
escolares la optación que expreso ante vosotros y ante la patria de hoy y
mañana.
Ojala que legue pronto
el día en que la escuela sea el templo de la verdad, ante el cual se prosterne
el transeúnte, como ayer se prosterno la campesina! Entonces no la rechacéis
con vuestras risas, no la amedrentéis con vuestra mofa; abridle más las
puertas, abridle vuestros brazos porque la pobre escuálida es la
personificación de la sociedad de las Antillas, que quiere y no se atreve a
entrar en la confesión de la verdad.
Antología de la
Oratoria en Santo Domingo. Sociedad de Bibliófilos Dominicanos. Santo Domingo. República
Dominicana. 1994.
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