Pero como le digo esto le digo lo otro: eso es lo que cuentan la gente,
pero no hay que fiarse mucho porque el llanero es mentiroso de nación, aunque
me este mal decirlo, y hasta cuando cuenta algo que es verdad lo desagera tanto
que es como si juera mentira.
Pude irme caminando al píritu, como dicen los llaneros cuando van de pie.
Al perder los sentimientos regionales había perdido también todo
sentimiento de patria. v
Fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría
sensualidad de la india, su origen se perdía en el dramático misterio de las
tierras vírgenes.
Las almas en pena que recogen sus malos pasos por los sitios donde los
dieron; la llorona, fantasma de las orillas de los ríos, caños o remansos y
cuyos lamentos se oyen a leguas de distancia; las ánimas que rezan a coro, con
un rumor de enjambres, en la callada soledad de las matas, en los claros de
luna de los calveros, y el ánima sola que silba al caminante para arrancarle un
Padre Nuestro, porque es el alma más necesitada del purgatorio; la sayona, hermosa
enlutada, escarmiento de los mujeriegos trasnochadores, que les sale al paso,
les dice: “sígueme” y de pronto se vuelve y les muestra la horrible dentadura
fosforescente, y las piaras de cerdos negros que Mandinga arrea por delante del
viajero y las otras mil formas bajo las cuales se presenta, todo se le había
aparecido a “Pajarote”.
Nada tenía, pues, de sorprendente que aquella noche, abandonado de pronto
el cuarto que punteaba, anunciara que había visto al “familiar” de Altamira.
Según una antigua superstición, de misterioso origen, bastante generalizada
por allí, cuando se fundaba un hato se enterraba un animal vivo entre los
tranqueros del primer corral construido, a fin de que su “espíritu”, prisionero
de la tierra que abarca la finca, velase por ésta y por sus dueños. De aquí veníale el nombre de “familiar” y sus
apariciones eran consideradas como augurios de sucesos venturosos.
Además las cosas son verdad de dos maneras; cuando de veras lo son y cuando a uno le conviene creerlas o
aparentar que las cree.
Pero es que hay personas que entre pensar y hacer les salen canas.
Puede que usted tenga razón, pero para eso sería menester cambiar
primeramente el modo de ser del llanero no acepta la cerca. Quiere su sabana
abierta como se la ha dado Dios, y la quiere, precisamente, para eso: para
cachilapiar cuanto bicho le caiga en el lazo. Si se le quita ese gusto se muere
de tristeza. Un llanero está contento cuando puede decir: hoy cachilapie tantas
reces, y no le importa que su vecino este diciendo allá lo mismo, porque enero
siempre cree que sus bichos están seguros y que los que se coge el vecino son
de otro.
¡No hay cuestión! Esta mujer ve el gusano donde uno no ve la res.
Escombros entre matorrales, vestigios de una antigua población prospera;
ranchos de barro y palma esparcidos [por la sabana; otros, más allá, alineados
a orillas de una calle sin aceras y sembrada de baches; una plaza, campo de
yerbajos rastreros a la sombra de tiñosos samanes centenarios; a un costado de ella, la fábrica
inconclusa- que más parecía ruina-de un templo que habría sido demasiado grande
para la población actual, y finalmente algunas casas de antigua y sólida
construcción, la mas de ellas deshabitadas, algunas sin dueño conocido y sobre
una de las cuales, hundidos los techos y desplomados los muros, aun se apoyaba
el tronco gigante de un jabillo derribado por el huracán, hacía ya muchos años;
una población cuyas principales familias habían desaparecido o emigrado, uno de
esos muchos pueblos venezolanos que guerras, paludismo anquilotomiasis y otras calamidades
más han ido dejando convertidos en escombros a las orillas de los caminos; esto
era el pueblo cabecera del Distrito, teatro de las sangrientas contiendas entre
Luzardos y Barqueros.
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