Las estatuas derribadas
intenta ser un amplio retrato de la notable poetisa puertorriqueña Julia de
Burgos. Ella es la gran trágica de nuestro tiempo y su vida constituye el más
dramático de los testimonios. En la, a fuerza de coraje y sufrimiento supo
conquistar un pedestal y colocarse por encima de sus contemporáneos, aunque en
su momento no reconociera el valor de su poesía.
En el año en que se
cumple un centenario de su nacimiento (17-2-14), su figura ocupa el más alto
sitial literario en su infortunada patria. La presente novela quiere ser la
historia de su tiempo, con sus héroes y sus verdugos y por tal razón desfilan
por ella los personajes más relevantes de esta América Indohispana: Neruda,
Lezama Lima, Raúl Roa, Juan Bosch, lino Novas Calvo, Juan Isidro Jiménez
Grullón, julio González herrera, Eduardo Brito, así como figuras de otras
latitudes continentales, verbigracia: Ernest Hemingway y Federico García Lorca.
Las estatuas derribadas
aspira reflejar todas las luchas de Julia de Burgos, porque si algo hay que
reconocer, es que ella fue una combatiente a tiempo completo. La independencia
de su patria le consumió un espacio temporal que pudo dedicárselo a la poesía,
pero entre sus prioridades siempre estuvo la libertad de su angustiado terruño,
reflejo de todas las luchas que se llevaban a cabo en un continente que nunca
fue el de la esperanza y que, en determinado
momento se encontraba dentro de las garras de la mas variopinta gama de
dictadores.
Y dentro de esta fauna
de asesinos, la figura de Trujillo ocupaba el lugar más destacado, por eso este
sanguinario espécimen no podía estar ausente de esa galería de infames que
Julia de Burgos aborrecía.
Nadie supo corresponder
a Julia de Burgos, en la misma medida en que ella se entregó, sobre todo a las
causas del Amor. De estas pinceladas sobre sui vida, no podía faltar el gran
cataclismo que fue la II Guerra Mundial. Franco, Mussolini y Hitler, también
tienen un espacio dentro de la galería de infames. En fin, al narrar los mas
tristes y notables momentos de esa gran mujer que fue Julia de Burgos, el autor
aspira contar con la benevolencia de los lectores, para que la figura de este
ser incomparable, afinque sus raíces dentro de nuestros corazones.
Diógenes Valdez. 29 de
mayo 1941. Ha sido galardonado en tres ocasiones con el Premio Anual de
Cuentos, José Ramón López:(El silencio
del caracol, 1978; Todo puede suceder
un día, 1982; y La pinacoteca de un
burgués, 1992).En 1983, obtuvo el Premio Siboney de Literatura en el género
novela, con Los tiempos revocables.
Otros de sus libros son: La telaraña
(novela 1980), Lucinda Palmares (novela, 1981), Retrato de dinosaurios en la
Era de Trujillo (novela 1997) y el libro de ensayos Del imperio del caos al reino de la Palabra (1986). En 2005 le fue
concebido el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de sus obras.
CUENTO
El silencio del
caracol.
Todo puede
suceder un día.
La pinacoteca de
un burgués.
Motivos para aborrecer
a Picasso.
Acta est
fabulas.
Cuentos
escogidos.
Todo puede
suceder un día.
NOVELA
La telaraña.
Lucinda Palmares.
Los tiempos revocables.
Retratos de dinosaurios
en la Era de Trujillo.
La noche de Jonsok: un
antes.
Huellas en la arena
mojada.
Raknarok: Final.
El hipocampo y el
iceberg: otro después.
Las flores del hielo:
un paréntesis.
El cisne enfermo.
LITERATURA INFANTIL
Historia de un muñeco
que quería ser niño.
ENSAYO
Del imperio del caos al
reino de la palabra.
El arte de escribir
cuentos
Cuatro aspectos sobre
la literatura de Juan Bosch.
Cómo se escribe una
novela.
UNO ( Fragmento)
-¿Qué perfume
usas?-pregunto el hombre. Mientras sus adormecidos ojos se encerraban
involuntariamente dentro de una cárcel de ilusiones y aspiraba con delectación,
un delicioso aroma que se desprendía del cuello de la mujer acurrucada a su
lado.
Julia lo miró semisonreída,
como si la pregunta hubiese sido hecha a otra persona.
-¿Me preguntas a mí?-
inquirió.
-¡Claro!... –respondió
el hombre. Si dejar de mirarla-.¿Quién más está conmigo?
-No llevo ningún
perfume respondió ella y una amplia sonrisa le iluminaba el rostro y lo llenaba
de arreboles-. Es que estoy enamorada y
huelo a primavera…
La respuesta había
dejado a aquel hombre sin palabras, a todas luces pareció sorprendido, porque
evidentemente desconocía que
aquella larga metáfora correspondía a un
verso que Julia de Burgos había acomodado a sus propios intereses. Desde hacia
tiempo aquella sentencia había llamado su atención y ella, simplemente, decidió
apropiársela. Eso no era un robo, ni plagio, ni nada parecido; sólo una
travesura: como cuando alguien ve una hermosa rosa en un jardín ajeno y decide
tomarla, sólo para admirarla. La dueña de aquella rosa y de aquel vero era l
inmensa uruguaya Juana de Ibarbourou, tan querida y admirada en sus más
recónditos afectos por toda América de habla hispana, tan vapuleada a veces por
sus propios coetáneos. Porque así como era de enigmática y grandiosa, la poeta
de la otra orilla del plata, era una mujer controversial llena de caprichos. Ya
en la medianía de su existencia, aquella sólo recibía visitas después de la
seis de la tarde-las horas de las penumbras- y con esa actitud hacia poco visibles
los estragos que el tiempo iba causando en su rostro.
Julia de Burgos no pudo
evitar verse envuelta en la sábana gris de los recuerdos y, aunque no estaba
muy segura de haber citado textualmente
ala uruguaya, la rase pronunciada era la quintaesencia de un poema
recuperado desde el fondo de de su memoria, haciendo que este perfume se
desprendían de su largo cuello.
Aquel hombre había conocido
a Julia en la hermosa capital puertorriqueña, donde debía pronunciar una
conferencia. Ahora, el vivía en La Habana, ciudad donde se había refugiado,
huyendo de la larga y ensangrentada mano de Trujillo.
En su país había estado
preso en la misma antesala del inferno. En una cárcel muy especial, porque en
ella los enemigos políticos del régimen estaban mezclados con quienes habían
perdido la razón, ya que el dictador creía que la locura era una enfermedad
contagiosa, transmisible a quienes adversaran su peculiar forma de gobernar, el
lugar se llamaba Nigua, geográficamente ubicado en la región sur, muy próximo
al Mar Caribe. Oponerse a Trujillo era una insensatez y el joven aristócrata se
había atrevido demasiado. Los dominicanos eran así, un tanto irreflexivos y excesivamente
apasionados cuando deciden transitar por los senderos de la política. El no
podía menos que conspirar contra el tirano, porque el virus de la política lo
llevaba en la sangre. Su abuelo habías sido presidente de la republica y si la
suerte no lo desampara, él también podía vislumbrar el día encima del
horizonte, en el que habría de ocupar el más alto sitial en esa infeliz nación
donde había nacido.
Él le había contado a
Julia un montón de veces, el sufrimiento pasado en aquella ergástula; en algún
momento de su vida iba a escribir un libro acerca de esa triste experiencia y más
que la propia, contraria a la de los otros prisioneros, de esa manera el mundo concernía
la desgracia de cientos de infelices, que se pudrían en vida sufriendo las torturas
más abyectas, solo por no estar de acuerdo con la voluntad de un hombre que
imponía sus designios, equivocados o no, por encima de la voluntad de sus
compatriotas. A veces bastaba un simple comentario en apariencias inocente,
contrario a la situación imperante, para dar con sus huesos en la cárcel,
porque en un gobierno encabezado por el jefe, todo debía funcionar de manera
perfecta; y quien opinara lo contrario estaba mal de la cabeza y era necesario
por tanto, recluirlo en el manicomio de Nigua.
Nigua era la peor de
las pesadillas, sin embargo, no todos los allí recluidos estaban enfermos de la
mente ni eran enemigos de Trujillo. Allí habían locos de verdad, pero algunos,
como Julio González Herrera, habían sido internados por sus familias para
alejarlos de algún vicio, como el alcohol. Aquella era una terapia cruel e
inexplicable. González herrera en cierta medida era un loco genial, y en sus
momentos de lucidez se dedicaba a la literatura. Ya había hecho algunos atisbos
dentro de ese arte y se encontraba enfrascado en la elaboración de un texto
donde contemplaba sus experiencias en Nigua. Todos conocían aquel proyecto,
porque su autor lo había pregonado por los cuatro puntos cardinales.
Tentativamente, el libro debía llamarse “Trementina, Clerén y Bongó”.
Dentro de aquella
cárcel atípica, ese hombre conoció además de González Herrera, a personajes
como Eduardo Brito, un barítono que en sus tiempos de gloria había paseado su
voz por los escenarios más exigentes de Europa, quien había cantado ante reyes
y príncipes, conquistado a las mujeres mas bellas. Ahora, en el ocaso de la
vida, perdida la razón, tal vez definitivamente, se encontraba aquí retenido
por el resto de sus días, aunque nadie podía asegurar que un día cualquiera la
razón volviese a su memoria y con ella regresaran sus destellos de gloria.
En este instante, aquel
hombre de aspecto refinado recuerda a Brito en aquellas tardes incandescentes, cantándole
a las reclusas, a quienes confundía en ocasiones con una Dulcinea de toboso
terrenal, y en otras, con la misma
Beatriz, la musa idolatrada del divino Dante. Pero entre todas ellas, existía
una en particular, cuya turbadora belleza trastornaba aún más su mente.
Este hombre (ya libre y
lejos de su patria), sabe que aquel cantante murió, porque lo vio en los
periódicos. Lo imagina en el cielo y asume que se encuentra solo y triste,
porque allá arriba no existen ángeles que muevan sus alitas en señal de
alegría, cuando terminan de escuchar una romanza en la hermosura de su voz.
Brito era un ser excepcional, merecedor de la existencia de dios que pudiera
consolarlo, pero pedir aquello, era aferrarse a otro imposible.
-¡Ah-suspira-, la vida
no es más que una noria!
El se siente otro
Quijote, o tal vez peor, porque no tiene a su lado ni a Sancho ni a Babieca.
Ahora esta recordando una adolescencia llena de placeres. Su existencia ha dado
vueltas como si fuese una ruleta. Su transcurrir por este mundo ha sido una
especie de lotería de Babilonia, donde la mayoría de los premios son una carga
de lamentos y pesares. Nadie podía haber predicho que, habiéndose graduado en
la más prestigiosa de todas las universidades europeas, iba a convertirse en un
peregrino, dando hoy una conferencia aquí y mañana otra allá, para ganarse unos
pesos con los cuales subsistir, pero la mayor culpa de su desgracia era suya,
pues había renunciado a ejercer la medicina, porque desde siempre supo que esa
profesión no le atraía y, si hizo la carrera fue para complacer a su familia, especialmente
a su madre, una mujer tan creyente que pensaba, que ser medico era una forma de
acumular bendiciones. De súbito, en el rostro del hombre se nota una enorme
tristeza y se le ha borrado el contorno de las cosas…, pero ¿Por qué le ha
surgido ahora este nudo en la garganta?
Julia de Burgos advierte
que su hombre ya no es el mismo de antes. Lo acaricia en la barbilla, y luego
dice:
-¿Te sucede algo?...
-Nada- responde el.
-El rostro se te ha
transfigurado.
-Ya se me pasara-
vuelve a responder, con un tono de voz pretendidamente dulce y cariñoso-.
Simplemente estaba recordando algunas cosas tristes del pasado.
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