Ligia Minaya
Denver, Colorado
Continúan tan buenas, tan bonitas,
como el primer día. Las galleticas de Don Martín Cruz vuelan por todo el mundo
donde se encuentran los mocanos. Es un gusto comérselas junto a una tacita de
café, con un chocolatito de agua o con leche.
Son sabrosas. Unas de suspiritos y
otras de jengibre. En 1930 nació esta fábrica. Todavía continúa viviendo. Nada
ha cambiado. Continúan tan buenas, tan bonitas, como el primer día. Las
galleticas de Don Martín Cruz vuelan por todo el mundo donde se encuentran los
mocanos. Yo, cuando voy a mi pueblo, compro un paquetón. Lo traigo y las
comparto con mis amigos y amigas en Denver. Es un gusto comérselas junto a una
tacita de café, con un chocolatito de agua o con leche. Y dan
"seguimiento". Se come dos, tres, cuatro, seis y cuando se da cuenta
ya se ha comido una docena.
Son parte de nuestra vida de mocanos.
Desde niña mi abuela me las compraba y también un pudín, hecho en Martín Cruz,
para mi cumpleaños y cuando pasaba de curso. Un regalo exquisito e inolvidable.
Vivíamos en la, hoy, Independencia y Don Martín Cruz y su fábrica, todavía hoy,
en la Rosario, a dos pasos de mi casa. Su hermano Félix continuó con sus pasos,
sin cambiar ni un detalle. Y ahora su esposa sigue el mismo camino. Y ni la
casa, ni la fábrica, ni el patio, han cambiado, aunque todo lo han mejorado. Y
yo, al verlas, recuerdo ese tiempo de mi infancia. Si un mocano te dice que no
come esas sabrosas galleticas, es porque ha borrado su nacionalidad de pueblo.
Lo mismo pasa con las galletas de
manteca, los turrones, los "borrachos", los dulces de lechosa en
almíbar, los "papamentos", los helados en palito, los caramelos de
guayaba, el té de jengibre en Navidad después de la Misa del Gallo, y un sinfín
de cosas y cositas que no se pueden olvidar porque hicieron parte importante en
nuestras vidas. Es así que "los mocanos somos secos, sacudíos y medíos por
buen cajón", como el café. Y no hay que olvidar las empanadas de yuca a la
que la señora que las hacía, cuando no tenía suficiente dinero, las rellenaba
de tayota. Sé que Moca ha cambiado. Para un buen lado y para otro no tan bueno,
como lo ha hecho el mundo entero, pero esa Moca que vivimos en nuestra niñez y
los primeros años de nuestra juventud, sigue presente.
Si una cierra los ojos y respira
lentamente, vuelve a vivir en nuestro corazón el parque Cáceres con su mata de
anacahuita, La iglesia Corazón de Jesús, la Cuesta de Belliard, el colmado de
la esquina, El teatro Don Bosco, las escuelas, el colegio María Auxiliadora,
las casa de los amigos que todavía viven en el mismo lugar y tantas otras cosas
que mueven el alma con cariño. Y se desea volver para andar por sus calles y
despertar un tiempo que no ha muerto. Es por eso que las galleticas de Don Martín
Cruz nos traen, además de sus sabores, un mundo en el que fuimos felices.
Recuerdo también a Marcela, quien
vendía "manzanas de oro" y melcochas en la escuela. Al muchacho en
bicicleta, con el pan sobao y de agua recién hecho. La mujer que, con una canasta
en la cabeza, vendía cilantro ancho, recao, aguacates y un ramito de flores.
También había "locos" de importancia, simpáticos, que se paseaban por
las calles y algunos decían malas palabras. En fin, Moca, un pueblo con cosas y
personas para recordar.
Diariolibre.com. Saudades|21 sept.
2013
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