Tartufo y las Orquídeas (Fragmento).
Acabo de leer en la página
32, de fecha 29 de abril del presente año, un artículo publicado en el
periódico la nación, donde su autor, muy de acuerdo con sus gustos y
preferencias, confiere a la rosa el título de “Reina de las flores”. Hasta ahora
no sabemos cuál de ellas, si la “gallica, la noschata, chinesi, phoenicia,
gigantea, etc.” o si se refiere a cualquiera de las múltiples variedades que
pueden encontrarse en una floristería.
No es cierto que la
rosa sea “la reina delas flores” y en todo caso, lo más que podría alcanzar es
el título de “reina consorte”, y es bien sabido que donde gobierna un rey, la
reina ocupa un lugar subalterno y está destinada a realizar tareas de segundo
orden e importancia.
No quisiera llamar a la
orquídea “el rey de las flores”, pero si es necesario, no dudaré en hacerlo. En
algunas conversaciones íntimas con personas entendidas en materia floral, me he
permitido calificar a la orquídea como una ‘flor macho’, por aquello de que su
nombre proviene de la palabra griega “orchis”, que significa testículo. No
existe ningún otro artificio verbal para demostrar esta última aseveración. La
orquídea es efectivamente una flor macho, y no debe quedar ninguna duda de que
ella es “el rey” de todas las flores.
Sin embargo, el asunto
no resulta tan simple como hemos expresado en algunos párrafos anteriores. La
orquídea es a quien verdaderamente se reconoce como “la reina de las flores”. Y
ciertamente, tal distinción resulta más que merecida, no solo por su belleza,
sus colores y sus aromas, sino por la forma casi milagrosa como esta familia
floral ha logrado establecerse en todos los climas y condiciones naturales. Tal
milagro no sucede con la rosa.
Aunque las orquídeas se
encuentran en las zonas húmedas y calurosas de las regiones ecuatoriales, donde
reside casi el ochenta por ciento de la familia de las “Orchidaceae”, también
es posible encontrarlas en las heladas regiones árticas, en las zonas áridas,
lo mismo a nivel del mar que en las empinadas cumbres del Himalaya y los Andes.
Hay especies… ¡qué maravilla!... que crecen sobre cactus, y rocas,… y hasta
debajo del suelo.
Resulta asombroso que
podamos constatar que entre millares de especies no aparezca un ejemplar que no
ofrezca a nuestros ojos la fantasía de la floración. Las orquídeas son plantas
perennes, que no mueren una vez que han producido semillas para su propagación.
No vamos a cometer el sacrilegio de decir que ellas son un símbolo de la
divinidad, pero si en la naturaleza, algo se asemeja a Dios o está cercano a Él,
es una orquídea, por aquello de que la perennidad es un símil de la eternidad.
Las orquídeas también
tienen su ilustre prosapia. Teofrasto (370-285 a. N.E.) en su tratado “Historia
médica”, y en su otra obra cumbre, “Historia de la plantas”, ofrece a la
humanidad el nombre con que conocemos hoy a esta hermosa planta, debido a que
los tubérculos subterráneos pares de ciertas especies, se asemejan a testículos
humanos. Las orquídeas no sólo han tenido un fin puramente ornamental. El
interés del hombre ha encontrado aplicaciones terapéuticas en tan hermosos
especímenes botánicos. Un tipo de orquídea sirvió en el pasado para curar las
fiebres, el pujo y otros trastornos. Durante siglos en Europa estuvo en boga la
“fitognomía” o doctrina de las figuras, debida a Dioscórides, quien hizo muy
popular el uso de estas plantas en la cura de una amplia gama de enfermedades. Quizás
a alguien en particular le interese saber que la “figtonomía” postulaba la
curación de las dolencias a partir de hojas, frutos, raíces o semillas, cuyas
figuras semejaban en forma o color, al órgano afectado.
Consideramos que es el
momento adecuado para consignar, que los tubérculos de las orquídeas fueron
ampliamente usados no sólo para curar padecimientos de los órganos
reproductores masculinos, sino todos aquellos padecimientos relacionados con el
sexo.
Fantasía o no, se tenía
la creencia de que el ingerir un tubérculo grande y firme, el hombre estaría en
capacidad de procrear un linaje masculino, por el contrario, si era la mujer la
que comía el tubérculo pequeño y arrugado, esta tendría progenie femenina. A
las porciones ocultas de las orquídeas se les atribuían cualidades
afrodisíacas. En Tesalia las mujeres preparaban brebajes con tubérculos grandes
para estimular la libido, en cambio, si la intención era disminuir o atenuar
los instintos sexuales, usaban entonces un preparado con tubérculos pequeños y
arrugados.
Aunque enormes
cantidades de orquídeas se cultivan con fines ornamentales, sobre todo en
adornos femeninos, su valor económico no se limita a esto, únicamente. En gran
número de países las orquídeas se utilizan para fabricar instrumentos
musicales, pegamentos, joyas, alimentos y ciertos productos industriales. En
Indonesia, por ejemplo, las carnosas hojas de algunas especies de orquídeas se
comen guisadas. En Alaska y en el Canadá, los tubérculos de orquídeas son uno
de los poquísimos alimentos vegetales que consumen los esquimales, mientras que
en Europa, un continente que conozco bien, es tradicional la elaboración de un
budín preparado con tubérculos de orquídeas, que es muy rico en almidón. Los
pseudobulbos huecos, aún hoy sirven a algunas tribus centroamericanas como
instrumento musical.
El maravilloso y
extraordinario arte plumario de los antiguos habitantes de México, al que se le
atribuía mayor valor que el oro y las piedras preciosas, requerida de un
mucilago que se obtenía de las raíces de diferentes especies de orquídeas, este
pegamento se empleaba también como aglutinante de pinturas y como fijador de
las cuentas multicolores en los trabajos de mosaicos.
Después de la conquista
de América las orquídeas comenzaron a emplearse para elaborar un dulce español
de origen árabe, llamado “alfeñique o confite”, que contiene además, aceite de
almendras y azúcar. Finalmente, debemos revelar que la “vainilla”, llevada
desde América a Europa por los españoles y que ahora se cultiva en las más
variadas latitudes de nuestro globo terráqueo, pertenece a la familia de las
“orquidáceas”, con lo que tendríamos que esta nobilísima y prestante familia
del reino vegetal, no sólo le da gusto a la vista, sino que también se lo
confiere al paladar.
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